No es lo mismo controlar que educar, darles a nuestros hijos la noción del bien y del mal, a mantenerlos quietos y controladitos. No es lo mismo enseñarles que amaestrarlos, cuando se debe decir “gracias” sin saber porqué.
Educar tiene que ver con el amor, no controlarlos con el egoísmo, con la intolerancia y con el hartazgo.
Con amaestrar a un hijo, haciéndolo que haga lo que nosotros queremos a como de lugar, robándole su identidad, lograremos dos cosas: matarle su alma y llenarlo de tristeza, y tal vez luego quiera romper esa jaula en que lo hayamos metido con consecuencias impredecibles.
Educándolo lo prepararemos para todo eso de impredecible que hay en la vida, le daremos herramientas para componer situaciones, para arreglar circunstancias, y lo dotaremos de armas para combatir a todas las adversidades que seguramente se le presentarán.
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