- ―Cuando éramos niños había libros de cuentos muy feos, sin dibujos, y en la última página estaban las soluciones de los ejercicios, pero eso no ayudaba a resolverlos. Durante toda mi vida estuve ocupado en solucionar problemas, ahora he llegado a la última página en la que se encuentran las respuestas. Y eso es maravilloso‖.
- Yehuda Amichai
David estaba buscando la verdad detrás de la puerta. No la encontró. No era una puerta giratoria, sino la puerta que lo separaba de ella.
Salió al jardín y siguió buscando detrás de las persianas y solo encontró una luna llena de verano que iluminaba el cielo negro a la lejanía.
Camino como un fantasma hacia ella, pero ella ya no estaba allí.
Rachel había muerto, estaba en la tumba. Había muerto por él.
Guiado por una fuerza inevitable bajo las escaleras de piedra y atravesó el bosque oscuro. Era la madrugada cuando llego al cementerio buscándola.
–Perdón–dijo dirigiéndose a ella–, a Rachel quien ya no estaba entre los vivos, pero lo llenaba completamente. –Perdón vida mía– insistió.
Ahora el mundo estaba lejos de él cada vez más, y no era como cuando era joven que todo se inclinaba ante sus pisadas. Su cabellera gris y cana no era lo que alguna vez había sido.
Había sido el director musical más grande y apuesto de todos los tiempos en Jerusalem, pero nada de ello serviría para enmendar su vacío.
Era de noche en la ciudad de Jerusalem, una noche de luna plateada, hacía calor.
David llevaba siendo estudiante de poesía clásica hebrea en la Universidad Hebrea más de dos semestres, y sus maestros no se habían dado cuenta puesto que en el primer semestre había demostrado excelencia en su forma de escribir y entregar.
Su cabello era largo y dorado, sus ojos azules como el manto tras el cielo, y a diferencia de los demás estudiantes y sin ser religioso, siempre vestía de negro.
Cuando se sentaba en la clase se disolvía en su interior conectándose con algún trance, en alguna melodía sinfónica cuya base era un piano difuso o un violín, y así duro todas las clases durante todo el verano, era incapaz de concentrarse en los discursos catedráticos, era incapaz de funcionar. Eso fue después del segundo semestre tras haber conocido a Rachel.
Al principio escuchaba palabras, y lentamente se dejaba llevar y envolver, y disolver, hasta que el cielo se transformaba en lluvia, y las gotas en música suave y silenciosa, y se perdía.
David era un joven intenso y tímido. Sus amigos pensaban por ello que era carismático. Al principio podríamos decir que era un joven inteligente, al grano, con una sonrisa encantadora, pero su inteligencia se desvaneció con el tiempo, en la música, en ritmos, silencios, compases, diapasones, y tras la muerte de Rachel los demás no se podían comunicar más con él. Su vida eran las notas, y eran como gotas de lluvia en verano.
Lo extraño es que era una única melodía que volvía y volvía y lo envolvía y lo envolvía, y no había nada fuera de ella como si el mundo fuese blanco, un punto y
aparte, como si no hubiese palabras ni letras ni tinta que pudiesen entrar en su cerebro oculto.
Nunca hablaba y sus maestros lo llegaron a considerar arrogante, pero más bien era como un niño autista: perdido, oculto, lejano, confundido. La mayor de las veces tenía que fingir, y sus trabajos eran brillantes, los entregaba a tiempo como un periodista en una guerra entregando los informes del día. Hasta que se dieron cuenta que nunca estaba en clases, a pesar de que su cuerpo si estaba allí, sentado, tras su suéter negro, y parecía que estaba atento. David estaba lejos, ausente, pensando en Rachel.
No es simple explicar lo siguiente: Rachel era una chica religiosa jovial y sensible, se ocultaba tras una falda larga de mezclilla y una blusa blanca, y frente a sus ojos azules como el océano habían unas pequeñas gafas de intelectual. Rachel no se podía dar el lujo de entrar en la universidad como estudiante, su familia se lo tenía prohibido, en lugar de ello era vendedora en una librería de libros místicos. La librería se encontraba dentro de la universidad, en alguno de los arcos que recorrían los pasillos. Su padre, el Rab Mijael, pensaba que podía salvar algunas almas enfermas y ganarse algunos adeptos justo allí, junto al departamento de religión y filosofía. Los jóvenes no asistían a la universidad para volverse religiosos, sino justamente lo contrario, para escapar.
–La mayoría de los jóvenes de estos días son escapistas.
–Porque papa?
–El mundo se conforma conforme a su naturaleza. El resultado de ello es el cinismo y la auto indulgencia de la mayoría de las personas.
–Es extraño, me parecen tan sensibles e inteligentes como nosotros, tan vivos.
–Son judíos como nosotros, son nuestros, pero no quiero que te mezcles con ellos demasiado, es tu tarea venderles libros, hacerlos volver al camino. Eres una chica decente y es nuestra misión en el mundo, así me lo dijo el Rebbe, únicamente somos sus enviados.
–Ellos no conocen al Rebbe?
–No lo sé, ya lo investigaremos, seguramente habrá allí algún Tzadik oculto– sonrió el Rab Mijael.
–La comida allí es casher?
–Sí, puedes comer en el comedor, pero no comas carne, solamente productos lácteos.
–Cuando abrimos?
–La semana que entra, ven, vayamos a comprar ya mismo una mezuza para la nueva tienda.
Rachel era suave y hermosa como un amanecer.
Sus maneras y sus prendas eran pálidas como el sol en el invierno.
–Señor David… qué opinas de Amichai?
–Era innovador en su época?
–Era innovador en su época, porque?
–Pues a pesar de ser un judío sufriente, religioso, quejumbroso, logro atravesar el umbral del mundo religioso y llegar al bosque de la poesía hebrea.
Todos rieron.
–Así que bosque de la poesía hebrea, eh? No está mal jovencito, nada mal, pero falta un poco de cinismo, que es el bosque de la poesía hebrea? No es acaso un atajo a un mundo donde los pecados dejan de ser pecados? Como un hijo de Rabinos pudo entrar a este paraíso oculto de cuerpos, de literalidad, de cosmopolitismo, universalismo, cinismo, feminismo… Como cruzar las murallas de las penas y las calamidades de dónde venían. Que es el bosque de la poesía hebrea sino una ventana?
–La primera ventana de un mundo cerrado.–
Todos rieron nuevamente ante la insolencia de David.
–Joven David, jóvenes, en su próximo trabajo, quiero que me expliquen más sobre esa ventana. No es acaso que siempre existió esa ventana? Entonces porque algunos, las mayorías religiosas, se empeñan en cerrar los ojos a esa ventana? Que es lo que pretenden fingir que no existe? Es el mundo religioso un invierno y la ventana un vistazo a la primavera? Acaso será un mundo perfecto y sensible sin necesidad de la palabra Dios? Acaso el pecado es el único camino posible a la Redención? O acaso se desvanece el pasado seguro y firme? Quiero un ensayo
completo, y a usted joven David, quiero que se enfoque en la poesía del poeta Yehuda Amichai ya que se trata de su amigo.
Allí la vio. La vio en el comedor bebiendo un vaso de leche, con la cabeza cubierta y diciendo una oración sobre la leche antes de beberla. Era la joven más hermosa que jamás había visto en su vida. Por un momento decidió retirarse y olvidarla. Se acercaba el verano y las vacaciones, y seguramente se iría a Eilat a bucear en los arrecifes y a beber alcohol con amigos en las noches, tal vez tendría sexo con jóvenes desarraigadas quienes venían de las provincias o de Europa a desfogarse.
No fue así como sucedió. No podía escribir sobre Amichai. Al contrario, se sentía atraído como si hubiese allí algo oculto, como una especie de libro oculto, un libro especial, un libro por el cual uno debería de morir.
No había conocido nunca a nadie religioso a pesar de vivir en Jerusalem. Solo había conocido a algunos testigos de Jehová que le habían hablado de Jesucristo. Todo el asunto le pareció absurdo, y el mundo religioso le parecía repulsivo. Pero cuando Rachel dijo una bendición sobre la leche, sintió algo, una atracción, curiosidad, deseo.
Verla todos los días en la cafetería a la misma hora le parecía la muerte. Hasta que un día la siguió.
Solo mucho después lo sabría, la siguió impulsado por una música, una melodía interior. Antes, cuando adolescente, había tocado la guitarra acústica, pero no, no se trataba de una guitarra, de pronto dejo de sentir atracción por las notas. Se sintió atraído por Rachel.
La siguió por un pasillo hasta un arco de espacios, en donde se encontraba el departamento de filosofía y religión.
Ella entro en una tienda. Sintió curiosidad.
Por la noche soñaba con la leche de Rachel.
–Nos puede leer su ensayo sobre Amichai y la ventana al bosque de la poesía hebrea?
David movió la cabeza en forma de negación.
–Y nos puede decir por qué no?
–No está listo.
–Entonces habremos de suponernos que es usted un perfeccionista señor David.
Le molesto tanto el comentario cínico de su profesor que nunca más volvió a escribir una palabra para su clase.
En la clase del More Sherman pensaba en ella.
–Nos trajo el trabajo señor David?
David le entrego un ensayo que robo de la biblioteca, nunca más volvió a escribir una palabra que no fuese sino sobre ella.
–Un aplauso al ensayo de David. El chico es un genio.
Los jóvenes entusiasmados aplaudieron.
David se sentía mal por haber hurtado el trabajo, y todos los siguientes trabajos, pero ese mal no era nada frente a la verdadera ventana que se comenzaba a abrir. Una ventana en su interior que jamás había conocido. De pronto la vida ya no se trataba de escribir acerca de la poesía, sino de sentirla, de morir dentro de ella como un instrumento musical en un vientre, o como morir como un venado en un bosque, un león en una selva, una serpiente en un desierto.
Morir en la soledad.
Extrañamente comenzó a pensar en la muerte.
Veía todos los días a Rachel a través de la vitrina de la cafetería.
Se acercaba el verano, y desistió de la idea de escapar a Eilat, desistió a la idea de ser parte de la tribu de jóvenes bohemios, desistió a la idea de ser trivial.
Se acercó a la tienda, y por el olor se dio cuenta que era una librería. De allí salía una música especial, como la música de un piano suave y difuso.
Rachel no había notado su presencia, así que aprovecho esto para pasar a diario frente a la tienda de libros, oler el olor, una mezcla de rosas y páginas de libros nuevos, madera y algún perfume.
Solamente cuando pasaba entre los arcos sentía algo, algo por ella.
Deseaba amarla o morir.
No le importaba que ella fuera religiosa y él no lo fuese, sabía que en el alma no existían esas distinciones y tabulaciones, no era la ropa ni la apariencia lo que importaba, las almas eran tejidas como nudos de notas musicales en una melodía. Lo sabía en su interior.
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