Conocí a Paulo en un Grupo de Internet: “Israelhoy”- que por algún motivo y sin aviso desapareció. Sus reflexiones- extensas- supongo provenían de libros religiosos. No sé de cuales. Paulo no es judío. Aún así, eligió compartirlas con sus hermanos judíos. Casi nada dejaba saber de sí mismo. Sólo que fue misionero y de su amor por compartir. Al pie de cada “historia”- por así llamarlas- aparecía su nombre y debajo, siempre la misma aclaración: “un ciego en Internet“.
Leyendo una de ellas: “La Alegría de Trabajar”, pensé que tenía algo para decirle, y escribí:
“Y yo agregaría “La Alegría de descubrir a un ser con tanta luz interior cuando hay tantos ojos que tienen el privilegio de mirar al sol y viven en la oscuridad.
Un “ciego en Internet”- así se autodefine Paulo- al pie de cada una de las reflexiones que vuelca en “Israelhoy”.
Yo tuve un abuelo ciego. Sentada en su regazo, a mis escasos tres años, aprendí a cantar en ruso y también en Idish. Le recorrí la cara y escudriñé los ojos buscando su mirada yerma. Hice que tocara mi cara, mis rulos, mis orejas y hasta mis dientes de leche. Y reímos juntos hasta el hartazgo. Y cantamos al unísono.
Y él no necesitó verme para saberme.
No precisó mirarme para conocerme.
La maravillosa complicidad jamás borrada de mi memoria, permanece intacta, a pesar del tiempo, a pesar de que el abuelo hace tanto, ya no está.
No olvidemos que muchos vemos con el alma; y para eso- los ojos-no tienen ninguna utilidad.”
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