Cuando los judíos vivían en guetos, eran odiados porque eran “un clan y reservados”; pero cuando se asimilaron fue porque estaban “tratando de infiltrarse y corromper la cultura dominante”.
Cuando los judíos viven entre las naciones, se les acusa de “conspirar para dominar el mundo”; pero cuando viven solos, se les llama “ocupantes y opresores colonialistas sionistas”.
Los judíos son “demasiado blancos” para ser considerados una minoría oprimida, pero no “lo suficientemente blancos” para apaciguar a los supremacistas blancos.
Los judíos son también los únicos acusados de “matar a Dios”.
Cada razón, por extravagante que sea, es la “razón” de alguien para odiar a los judíos.
En última instancia, los judíos son odiados no tanto por lo que son sino por lo que representan.
Según el Talmud, el odio a los judíos comienza con el Monte Sinaí, que, como se relata en el libro del Éxodo, marca el nacimiento del pueblo judío. El secreto está en el nombre “Sinaí”, que también puede leerse “sinah”, la palabra hebrea que significa odio.
En otras palabras, hay algo en ser judío que hace que los antisemitas sufran apoplejía de rabia. Proviene de los albores del pueblo judío, y cada judío, esté o no en contacto con él, de alguna manera lo representa.
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