El antisemitismo, miasma de Satanás

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El antisemitismo es miasma del diablo.
Antonio Escudero Ríos

A la tarde te examinarán en el amor
San Juán de la Cruz. Dichos de luz y amor.

No hay nada más consolador que saber que nuestro cuerpo resucitará,que la muerte y la separación de las personas que queremos no es la última palabra.
Carlos Maria Martini. Creo en la vida eterna


 

Lo y El único que es, es Dios, aunque filosóficamente Dios no exista, ni pueda existir. Dios, es. “Yo soy el que soy”, escucha Moisés en el Monte Sinaí, mientras arde una zarza. En cambio, el Demonio, o el Diablo -Satanás, Lucifer, Mefistófeles, “Pero Botero”, entre tantos otros nombres castizos-  totalmente al contrario de Dios, no es, no puede ser, pero existe. No se puede creer en Dios y negar la existencia del demonio. Dios es el bien  –“sólo el bien y todo el bien”, como decía San Francisco de Asís-  pero todo concepto lógico, necesariamente llama y requiere un antónimo, un polo opuesto. Radicalmente opuesto. Y el polo esencial y radicamente opuesto al bien, por propia fuerza ha de ser el mal. Esto no es maniqueismo. También pueden darse posiciones tibias, moderadas, intermedias, veniales, entre  ambos antitéticos conceptos, que además de lógicos son también morales, éticos en el más amplio de los sentidos o ámbitos posibles. Porque “el bien”, no consiste sólamente en la ausencia del mal, sino que ha de partir de una entidad positiva  -o incluso negativa-  pero, eso sí, para terminar alcanzando, en la lucha contra el mal, la perfección ontológica del ser y óntica del existir.

En efecto, si cabe pensar en un Bien absoluto y eterno, también ha de ser posible hacerlo en un Mal del mismo carácter, racionalmente también eterno y absoluto, aunque esto último  ya no sea posible, teológicamente considerada la cuestión. Ciertamente, es preciso acudir a la Teología a la hora de formular este tipo de afirmaciones, tan sumamente delicadas y de tan difícil alcance, de las que, ya el mero hecho de hablar, sin duda supone el riesgo de decir muchas tonterías, sea ilustrado o ignorante el que hable, como sucede en mi caso, que sin revestir por completo la última de estas propiedades, no alcanzo ni remotamente la primera de las mismas. Para eso están siempre los libros y las sabias opiniones de los demás, de los que saben de estas cosas. Me olvidaba de la pura razón humana y asimismo también de la fe en la gracia de Dios, que da la luz a todo hombre que viene a este mundo. También hay que meter estos últimos ingredientes en la coctelera.

Al afrontar esta delicadísima cuestión, prescindo ahora del relato del Apocalipsis (12, 7-9) en el que San Miguel Arcangel, el “Príncipe de las Milicias Celestiales”  -como le llamó en la oración por él mismo compuesta el Papa León XIII-   vence a Luzbel. Nada menos que eso era aquel ángel vencido, “reluciente, “brillante, “portador de la luz”, hasta el punto que pretendía ser tanto, como, o igual que Dios, siendo una mera creatura.  Hay que prescindir de esta escena porque Luzbel a fin de cuentas es un “ángel” y hoy, algunos o muchos teológos cristianos, desde Bultmann y su teoría de la desmitologización, parece ser, han dejado de creer en los ángeles, en la concepción tradicional de los mismos [Sum. Th. 1 q64 a4). c]. Sin embargo, es un hecho reiterado y constante que, en la tradición judeo-cristiana, el demonio, o el diablo  -Luzbel y después Satán-  es el príncipe de los ángeles rebelados contra Dios, que representa el espíritu del mal. En plural, los diablos, o los demonios, son cada uno de los ángeles que siguieron a Luzbel y, vencidos, fueron arrojados al abismo. Y, desde luego, Satanás, es el Príncipe de los demonios en aquella tradición.

En lo que concierne al judaismo, Ignoro por completo cual pueda ser la doctrina Rabínica que actualmente se imparte en las sinagogas, y tengo entendido, además, que pueden darse opiniones rabínicas totalmente discrepantes pero igualmente válidas. Hecha esta aclaración, también sé que la fe judáica mantiene la tradición del ángel de Yahvé, que incluso se incrementa en una amplia angeología, tan sólo frenada por el racionalismo griego. La causa y el origen son comúnes. En hebreo, Miguel  -el Arcangel-   significa literalmente ¿Quién como Dios? [מִיכָאֵל], cuyo contenido semantico es exactamente el mismo que en latín, Quis ut Deus? Se le llama “Príncipe de las naciones”, y es quien actúa como “abogado de Israel” frente a su acusador Samael o Satanás (llamado Lucifer o Luz). El libro bíblico que mejor demuestra la idea que los israelitas tenían de los demonios, es el Libro de Tobías que, aun no formando parte del canon del Tanaj, es comúnmente aceptado como parte del canon de los escritos bíblicos por las comunidades judías de la Diáspora. Y, en él, Asmodeo, “genio malo”, tiene poder sobre los hombres, y mata a los siete maridos de Sarra, hija de Ragüel, el de Ecbátana de Media [3, 8], tal vez por celos. Satán tiene ya una personalidad más definida. Es una criatura de Dios, pero ni es ni puede ser un rival de Dios,  sino que se limita a acosar a los hombres, mediante la tentación, porque les envidia.

En el cristianismo, la existencia del demonio, condenado eternamente por su pecado de solícito tentador del hombre, forma parte del cuerpo de la fe. Cualquier reserva fundamental en aceptar esta afirmación es incompatible con la fe de la Iglesia Católica. Hay que aceptar sin embargo que tanto la negación de Satanás como una excesiva creencia en él, basada en una pedagogía de terror, son extremos que deben eludirse. Pero, en ningún caso, se puede incurrirse en la incredulidad de su existencia y actividad, como si se tratase de un mito propio de culturas medievales o poco desarrolladas. La Iglesia, mantiene la accción demoníaca en el doble sentido de la obsessio y de la posessio, no sólo con posible daño del cuerpo sino de la ocupación diabólica del ser humano hasta ser privado de su libertad.

En el campo de la bactereología, el efluvio maligno que desprenden los cuerpos enfermos, la materias corruptas o las aguas estancadas, se llama miasma. Pero hay algunos “miasmas” que no afectan a la materia, sino al espíritu humano. La procedencia y causa  -espiritualmente diabólica-  se concreta en muy diversas dimensiones humanas colectivas. Una de ellas, y sin duda altamente perniciosa es la del antisemitismo. El odio implacable y recalcitrante a Israel, esa bendita Nación, elegida por Dios como su pueblo. Son muchas las razones y fundamentos para explicar esta elección, de los que no es posible ocuparse ahora, porque habrían de ser objeto de otro artículo. Pero la pandemia es universal. Una mirada sobre el mundo en rigurosos términos estadísticos, nos muestra una penosa realidad: En el Medio Oeste y Norte de África, se da el  74 % de antisemitas. Europa del Este, alcanza un 34%. Europa Occidental, el 24%. África Subsahariana, el 23%. En Asia (India y Lejano Oriente), el 22%. En América, el 19% y en Oceanía, un 14% de sus población es antisemita. En el caso de España, nuestra querida Sefarad, lamentablemente, el porcentaje de antisemitismo es del 29%, superior al de la media de los países de su entorno (Portugal, 21%;   Italia, 20%, aunque inferior al de Francia, el 37%, que es el más alto de la Europa Occidental). El país más antisemita de Europa es Grecia, donde un alucinante 69%, combina el antisemitismo racial de extrema derecha, con el antisemitismo cristiano antiguo (ortodoxo en este caso, dado que los griegos y los judíos fueron rivales comerciales en el Mediterráneo durante siglos desde la Antigüedad) con la moderna judeofobia de extrema izquierda. Es significativo el dato de que, en los Estados Unidos, se observa un antisemistismo del 9%, de los más bajos del mundo, mientras que en nuestro querio Méjico, país colindante con la primera potencia económica y militar del planeta, y de mayoría católica, el porcentaje de antisemitas alcanza el 24%. En general, considerando el universo entero, podría alcanzarse una media aritmética de un 30%. Y esto equivale a una tercera parte de la población mundial.

Y, cabe preguntarse, ¿que daño ha hecho al mundo Israel? ¿No ha sido bastante la crueldad de sus dos grandes cautividades históricas, la de Egipto y la de Babilonia? ¿No fué suficiente con la Diáspora? ¿Con el Holodomor ucraniano de Iósif Stalin? ¿No ha bastado el horrible y estremecedor Holocausto hitleriano? El odio a Israel, no sólo es fruto de un miasma espiritual. Consecuentemente, es también, en especial para los creyentes cristianos, un grave pecado, que si bien producto de la confusión de ya lejanas circunstanciaas históricas, debería haber cesado radicalmente desde la promulgación del importante documento pontifico del Papa Pablo VI, la Declaración NOSTRA AETATE, de 28 de octubre de 1965. Porque el punto 4. de esta Declaración universal, el más amplio de toda ella, literalmente afirma:  “Al investigar el misterio de la Iglesia, este Sagrado Concilio recuerda los vínculos con que el Pueblo del Nuevo Testamento está espiritualmente unido con la raza de Abraham. Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce que todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están incluidos en la vocación del mismo Patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de esclavitud”.

Y más adelante, la misma Declaración concluye: “Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue sobre todo por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno. Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con el espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la Palabra de Dios”.

Naturalmente no se puede condicionar, ni el sentimiento ni la voluntad de las personas no cristianas al contenido de la citada Declaración, ni en términos teológicos, lo cual es evidente y obvio, ni mucho menos en orden a su propia libertad, pero sí cabe alegar lo que, filosoficamente, un pensador griego de la escuela estóica, en los inicios de nuestra era cristiana, que fue esclavo en Roma, Epicteto, proclamaba universalmente:  “La filosofía no promete asegurar nada externo al hombre: en otro caso supondría admitir algo que se encuentra más allá de su verdadero objeto de estudio y materia. Pues del mismo modo en que el material del carpintero es la madera, y el del escultor el bronce, el objeto del arte de vivir es la propia vida de cada cual.”

Acerca de Luis Madrigal Tascón

Nace en León (España), el día 19 de Mayo de 1936, en el seno de una familia cristiana. Pertenece por tanto a la generación que no tomó parte en la Guerra Civil española (1936-1939). Cursó estudios de Bachillerato en el Instituto Nacional Masculino de Enseñanza Media "Padre Isla", de León. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca. Ejerce la Abogacía, ante los Tribunales de Justicia, desde el año 1967, siendo en la actualidad el Letrado 9.336 del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid. Escribe Poesía, de cuyo género es autor de 9 Poemarios, todos ellos inéditos, así como Ensayo sobre temas históricos y filosóficos. Ha escrito también una novela, "El secreto para ser feliz", ambientada en la India, en la mitología hindú y el panteón hinduista, asimismo inédita.

1 comentario en «El antisemitismo, miasma de Satanás»
  1. Estoy de acuerdo con lo escrito en el artículo Satanas la miasma antisemitista. Me parece estúpido que aún a estas alturas de la vida en pleno 2017, aún se siga discriminando a judios, a mexicanos, latinos, africanos, etc. Creo que debemos percibirnos como una raza humana, y no como una raza de razas. Y aceptar que la diversidad en las creencias, en el color de piel, lenguaje y todo lo que aparentemente nos hace distintos, no se debe si no a que en la creación divina Dios quiso una variedad en nuestra especie.
    Felicidades por el articulo
    Atentamente
    Javier Sánchez Toledo

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