Literalmente, los sirios están librando una lucha a muerte para derrocar a la tiranía de Bashar Assad. A diferencia de la rapidez con la que egipcios y tunecinos se deshicieron de sus respectivos presidentes eternizados en el poder, las protestas sirias llevan ya seis meses sin que parezca aflojar la determinación del régimen de reprimir a sangre y fuego la revuelta. En este caso, además, la presión internacional ha fallado en operar eficazmente para obligar a Assad a abandonar el puesto, en buena medida, debido a la oposición rusa a que en el Consejo de Seguridad de la ONU se aprueben sanciones severas contra el régimen de Damasco.
El comportamiento del Kremlin obedece, sin duda, al patrón que durante décadas caracterizó la relación URSS-Siria. A lo largo de la época de la Guerra Fría, Damasco fue uno de los más importantes aliados de Moscú en el Oriente Medio, alianza que se vio fortalecida todavía más cuando Israel y Egipto firmaron la paz en 1979 y Siria permaneció como el foco central en la lucha contra el Estado judío. Respaldar a Damasco se convirtió entonces para la URSS en la táctica más conveniente para mantener influencia y presencia en la región, por lo cual todas las aventuras sirias, incluida la intervención en Líbano, fueron avaladas y apoyadas por la jerarquía soviética.
Pero el derrumbe de la URSS, a fines de los 80, marcó el declive de la injerencia rusa en el Oriente Medio. Concentrada por necesidad en sus propios problemas, la ex URSS se vio forzada entonces a alejarse del escenario por un tiempo, lapso en el que Siria maniobró para compensar la pérdida de su aliado mediante un acercamiento cada vez más intenso con Irán, lo mismo que con las agrupaciones clientelares de éste, a saber el Hamas palestino y el Hezbolá libanés. Sin embargo, desde hace unos años, la Rusia de Putin y Medvedev, ya recuperada de su inestabilidad durante los años 90, ha retornado a la región utilizando la vía conocida de la alianza con Damasco.
Nada más elocuente al respecto que la afirmación del ex ministro de defensa ruso Serguei Ivanov, quien hace no mucho declaró: “El Oriente Medio es crucialmente importante para los intereses geopolíticos y económicos rusos… y la cooperación con Siria nos aporta dividendos económicos y políticos tangibles”. Datos como los siguientes corroboran la solidez de los nexos entre ambas partes: en 2005, Bashar Assad visitó Moscú, logrando que 73% de la deuda siria a Rusia, de 13.5 mil millones de dólares, fuera condonada, al mismo tiempo que se firmó una declaración conjunta sobre posturas compartidas de cara a los problemas regionales. Subsecuentes visitas de Assad a Moscú, y de Medvedev a Damasco, fortalecieron aun más los términos de la cooperación.
Actualmente, Rusia sigue teniendo importantes intereses económicos en Siria. Ésta compra el 10% de las exportaciones rusas totales de armamento, haciendo que Damasco sea su tercer cliente en importancia dentro de este rubro, sólo después de India y Venezuela. De hecho, el 90% del arsenal sirio es de procedencia rusa. Además, varias compañías petroleras y de gas rusas tienen jugosos contratos con el gobierno sirio, incluidos los referentes a construcciones de gasoductos y al desarrollo de las reservas energéticas sirias. Y, estratégicamente, la alianza con Siria es percibida por Rusia como una manera eficaz de responder a la influencia estadunidense en la región, lo mismo que una respuesta a la expansión de la OTAN hacia el este y al despliegue de la defensa misilística de ésta cerca de sus fronteras.
Dadas estas consideraciones, es muy probable que Moscú continúe con su oposición a incrementar la presión internacional sobre Assad, por lo que, en el corto plazo, la intervención desde el exterior está descartada. Las masas sirias inconformes y en rebelión seguirán así, contando sólo con la tenacidad de sus propias fuerzas y de su voluntad de cambio, para enfrentar a la inclemente dictadura del clan de los Assad.
Fuente: Excélsior
Artículos Relacionados: