Hace pocos días fueron conmemorados los aniversarios de las explosiones de dos bombas atómicas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagazaki que, con sus nefastas consecuencias, determinaron el fin de la Segunda Guerra Mundial. Cabe recordar que desde entonces, en ningún conflicto del planeta, por violento que fuera, ninguno de los países que poseen armamentos nucleraes llegó a utilizarlos.
A lo largo de toda la Guerra Fría, en las interminables guerras de la Unión Soviética y Estados Unidos contra Afganistán, antes de la misma caída del Muro de Berlín y del Pacto de Varsovia, entre India y Pakistán, entre las dos Coreas, e incluso después de los terribles atentados de Al Qaeda en Nueva York, España, Reino Unido o Turquía, entre muchos otros, ningún mandatario de una potencia nuclear se atrevió a dar la orden de apretar el botón para asestar un golpe mortal y definitivo a sus archienemigos.
En estos días, tanto el primer ministro, Binyamín Netanyahu, como el titular de Defensa, Ehud Barak, vienen repitiendo el mantra de que cualquier amenaza para Israel sería «pequeña» ante la perspectiva de una bomba nuclear iraní, algo que ellos calificaron como el equivalente a un segundo Holocausto, en un lenguaje que anuncia un nuevo llamado del Estado judío a las armas.
Sin embargo, Bibi y Barak no demuestran ser muy persuasivos. Aunque las encuestas señalan que una creciente minoría de los israelíes, que se sitúa ahora entre 32 y 35%, está a favor de llevar un ataque en solitario en contra de Irán, son muchos más quienes se oponen y alrededor de una cuarta parte de la población se muestra indecisa sobre el tema.
Pero digamos que el régimen de Teherán consiguiese obtener armamento nuclear. ¿Sería tan fácil para el gobierno de los ayatolás dar la orden de utilizarlo? Lo que ningún líder del mundo se animó a hacer en los últimos 67 años, teniendo conocimiento de sus consecuencias, lo harían Jamenei, Ahmadinejad y sus seguidores sin recapacitar y analizar los efectos y resultados de semejante decisión?
¿Acaso Israel sería el único perjudicado inmediato y directo de tal acción?
Demos por un momento rienda suelta a nuestra imaginación: Un cohete con cabeza nuclear iraní es lanzado hacia Israel. En caso de no ser interceptado por algunos de nuestros sofisticados sistemas antimisiles, podría determinar la muerte de miles de judíos, árabes, palestinos y extranjeros, la destrucción de Jerusalén con la mezquita del Aksa y los demás Lugares Santos, el extemino de la Franja de Gaza y de las ciudades palestinas en Cisjordania o la devastación de Jordania, entre muchas otras desgracias.
EE.UU, Rusia, China, Reino Unido, Alemania, Francia, India y la Unión Europea, entre muchos otros, mantienen muy buenas relaciones con Israel. ¿Alguien puede imaginar que no reaccionarían?
¿Se perdería el Estado de Israel? ¿Las mismas grandes potencias y los lobbys judíos en todo el mundo permitirían que una cosa así suceda sin siquiera intervenir?
¿Los mismos países árabes, en su gran mayoría sunitas, podrían cruzar los brazos ante dicha situación? ¿Acaso los chiítas contra los cuales luchan 1.400 años – mucho más que contra el sionismo – de repente se mostrarían compasivos?
Y por último: ¿Existe acaso un líder en Teherán que no entienda a qué llevaría dicho escenario apocalíptico en su país? ¿Alguien en Irán, en Israel y en el mundo entero no comprende que un hecho de semejante magnitud determinaría el fin de la República Islámica como Estado, la invasión inmediata de todos los países de la ONU y el final de su reinado sobre el petróleo?
Pero dejemos de imaginar catástrofes y volvamos a la realidad. El teniente general Benny Gantz, Jefe del Estado Mayor del Ejército de Israel, cuyos abuelos fueron asesinados en el Holocausto, junto con todos los altos jefes de los diferentes y afamados servicios de seguridad israelíes, en la actualidad y en el pasado, se oponen a un ataque a Irán.
¡Por el amor de Dios! ¿Qué saben Bibi y Barak que ellos desconocen? ¿Acaso no son ellos mismos las principales personas encargadas de suministrarles los datos más secretos y resevados para su evaluación?
¿Entonces qué podría llevar a Bibi y Barak a accionar de la manera en que lo vienen haciendo?
¿Quizás mantener el asunto iraní en la agenda diaria mundial mientras en nuestra región se desarrolla la «primavera/otoño árabe»?
¿Tal vez mermar de esa agenda la importancia del tema de los palestinos en épocas de esa misma «primavera/otoño»?
¿Quizás gobernar por medio del miedo hasta las próximas elecciones? A eso se le llamaría «sobreviencia política» para enfrentar, en tiempos de crisis económica mundial, posibles medidas de recortes presupuestarios por recesiones y revueltas sociales multitudinarias bien organizadas.
La historia enseña que los pueblos con miedo no creen en sus gobiernos; pero votan por ellos porque se sienten resignados.
En resumen: si analógicamente volviéramos al antiguo mundo de la fotografía, nos daríamos cuenta que el miedo es como ese cuarto oscuro donde los líderes negativos al final serán revelados.
*Alberto Mazor es Director de www.argentina.co.il , www.semana.co.il y www.israelenlinea.com .
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