El bosque de Yehudá Halevi y el olivo de Haim Beinart

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A Milagros Gómez de Pedro, la amistad y los recuerdos de tantos años.
A nuestro amigo José Luis Oliver, con agradecimiento.

A Jacobo Israel, el amigo de siempre.

La plantación de un bosque en Hervás al que dimos el nombre del gran poeta hebreo Yehudá Haleví fue para todos los que participamos en el emotivo acto algo de gran importancia. Continuando, y haciéndose eco de una tradición que en estos lugares evoca incesantemente la presencia judía, este acontecimiento que unía al grupo de investigadores que habíamos participado en las jornadas extremeñas de estudios judaicos con los habitantes del lugar y sus autoridades , nos hacía participar en uno de esos instantes privilegiados , y sin ninguna duda sagrados, que los cabalistas han llamado “Hidush”, es decir, “ renovación inventiva”.

Y, de la misma manera que lo esencial y primero se manifiesta siempre en lo nuevo, o como en la copa de un árbol están implícitas sus raíces, es decir porque todas las cosas tienen corazón, nosotros también quisimos darle a nuestra selva el suyo. Y para ello plantamos en el centro del jardín un bosquecillo en homenaje a alguien que se encontraba entre nosotros, el profesor Haim Beinart, un auténtico sabio hebreo y, sin ninguna duda, uno de los más importantes investigadores actuales de la historia judeoextremeña.


Y fue él quien introdujo en el seno de esa bella tierra las raíces del primer árbol de este bosque, un olivo. Y así, en el corazón de este bosquecillo que se halla en el centro del jardín, este olivo evocará, esperamos que durante siglos, ese vínculo de respeto y amistad donde, sin duda, la paz tiene sus raíces.

Y todo esto de las Jornadas, y sobre todo lo de plantar un bosque, estuvo muy bien. Pero luego, tras abandonar Hervás, al atardecer, mientras paseábamos por las bellísimas calles del casco antiguo de Cáceres, en el momento en que las primeras estrellas vinieron a anunciarnos que comenzaba el día 18 del segundo Adar del año 5755 de la era judía, una extraña congoja vino a apoderarse de nosotros.

Y de nuevo los fantasmas que habitan en esas actas inquisitoriales que tan minuciosamente describen la expulsión y expoliación al que no se le permitió conservar sus certezas y costumbres; todos aquellos fantasmas que habitaban en esos documentos de los que habíamos estado hablando y discutiendo los últimos días; parecieron tomar vida y, como si estuviesen celebrando alguna extraña procesión, se pusieron a girar alrededor de nosotros, gimiendo por su desdicha, quejándose con amargos reproches.

Pero entonces, como un bálsamo, vino a nosotros el recuerdo de la mañana. El recuerdo del momento en que, en feliz romería, plantábamos castaños y olivos, arces, morales, nogales e incluso algún cerezo. Y recordamos que en Israel es tradicional plantar árboles, para que todos, especialmente los niños, aprendan a amarlos. Y que cuando se anuncia la primavera, exactamente el día 15 del mes de Shevat, se celebra el Rosh Hashaná la-Ilanot, es decir el nuevo año de los árboles. En los países del Oriente, ese día los judíos se reúnen para compartir un banquete festivo y, danzando alrededor de antorchas encendidas, se desean unos a otros feliz año nuevo. Y en Israel los niños marchan hacia las colinas de Judá y los valles del país, cantando y bailando, mientras plantar árboles.

Y nos pusimos a soñar, diseñando los decíamos que quizás este jardín plantado aquí, en la extremeña Hervás, era el primer paso hacia otra memoria de lo judeoextremeño. E imaginábamos los árboles ya crecidos y los que ahora son recién nacidos, ya adolescentes, paseándose bajo la sombra de estos árboles y llevando en sus corazones los versos de Yosef ibn Abitur y de Samuel ibn Nagrella, esos grandes poetas extremeños que supieron cantar a la vida y al amor porque también ellos en estos mismos lugares, pero hace ya mucho tiempo, conocieron ese momento en que, como dice el profeta Zacarías (9,17) “El trigo hace florecer a los mancebos y el mosto a las doncellas”.

Y creímos oír sus risas gozosas entre los árboles. E incluso pensamos estar oyendo ya las conversaciones de esas jóvenes generaciones que mañana pasearán por este bosque, hablando de poesía hebrea, de ciencia, de amistad, de tolerancia.

Y el viento trajo hasta nosotros una frase del Cuzarí -ese libro de Yehudá Haleví que Antonio José Escudero se propone editar ahora en facsímil- “Israel es entre las naciones como el corazón entre los órganos del cuerpo humano; más enfermo que todos y más sano que todos”:

Y de nuevo vino a nosotros la congoja a anidarse en la huella de una antigua obligación, la de ser mejores, es decir la de celebrar el “Hidush”, la renovación inventiva, siempre buscando lograr la repetición de aquello que no causa arrepentimiento.

Pero ahora sabemos que, mientras nosotros vamos y venimos alrededor de estas cuestiones, allí, cerca de Hervás, esos árboles que plantamos estarán creciendo hacia el cielo, como oraciones que expiarán nuestros pecados.

Anno Templi DCCCVC-5774 de la Creación del Mundo.

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Acerca de Antonio Escudero Ríos

Nació en 1944 en Quintana de la Serena, Badajoz. Hizo las carreras de Filosofía y Publicidad en Madrid en donde reside desde 1960. Es editor literario e investigador de Judaica. Ha realizado ediciones facsimilares de la Guía de los Perplejos, el Cuzarí y de la obra de Isaac Cardoso. Dirigió las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos en Hervás, en 1995, con Haim Beinart. Fue Director de las Actas del mencionado Congreso, publicadas en 1996. Colaborador en las revistas judías Raíces, Los Muestros, Maguem y Foro de la vida judía en el mundo, entre otras publicaciones. Creador, junto a otros entusiastas, de la Orden Nueva de Toledo, Fraternidad dedicada a la defensa plural de Israel y el Líbano cristiano, así como combatir el antisemitismo. Ha plantado miles de árboles, y construido, con Don Jaime Botella Pradillo, un jardín dedicado a los Justos de las Naciones en Las Navas del Marqués, en tierras de Castilla.

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