Nunca se sabe
por qué ayer era tan pronto
y hoy ya es tan tarde
(Isabel Escudero)
El que ha plantado un árbol
no ha vivido inútilmente
(Dante)
Israel es siempre,
a través de los siglos, la derrota
de sus enemigos históricos
(Gabriel Muriel)
A Don Antonio Rivera, Josefa Ríos y Loli Rivera
in memoriam
AER Antonio Machado un poeta singularmente amado por mí, escribe: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Ligando esto con el destino errante del pueblo judío, con su constante peregrinación en busca de una tierra en la que asentarse, yo le preguntaría si no le parece contradictorio si un pueblo tan “definido” como el judío se haya constituido sobre caminos hechos al andar, sin fin ni meta precisa, salvo su asentamiento en Israel.
José Manuel Pedrosa: Yo creo que la necesidad de construir, generación a generación, ese camino, ha podido llegar a convertirse en una seña de identidad y en un motor de unidad y de integración del pueblo judío. No hay por qué identificar el nomadismo (en el caso judío forzado, discontinuo y relativamente transitorio) y la degradación social de un pueblo con la absoluta eliminación de sus señas de identidad cultural. Los pueblos nómadas pueden contar con señas de identidad y con vínculos culturales con otras ramas de su grupo muy resistentes y profundos. Las pequeñas bandas de nómadas aborígenes que encontraron los europeos a su llegada a Australia tenían culturas extraordinariamente complejas, y con vínculos entre sí tan ricos e interesantes como para llamar muy poderosamente la atención de los más grandes antropólogos occidentales. Puede decirse que el nomadismo puede actuar muchas veces incluso como refuerzo de la identidad cultural patrimonial. Por otro lado, yo creo que esta condición nómada fue asumida culturalmente desde muy pronto por el pueblo judío. Permítame que le recuerde un párrafo del gran folklorista judío Haim Schwarzbaum: “Según diversos sabios del Talmud de Babilonia (Rosh-Ha-Shanah 16b), el traslado de lugar puede efectivamente ser causa de la superación de su destino adverso y favorecer la fortuna individual. El Talmud remite al episodio del Génesis XII:1 en que el Señor ordenó a Abraham: “Vete de tu país y de tu linaje… hacia la tierra que yo te mostraré”. Tan pronto como Abraham abandonó su país, el Señor le prometió fundar sobre él una gran nación, le bendijo y ensalzó su nombre. En el Talmud de Jerusalén (Shabbath VI, fol. 8b), Rabbí Yohanan advertía a un hombre que se ocupaba en la confección de dulces, y que se quejaba de su destino adverso y de los escasos rendimientos de su negocio, que cambiase de lugar, añadiendo que a veces un cambio de nombre era eficaz, y que en otros casos un cambio de lugar era también deseable. Según otra afirmación del Talmud de Babilonia (Baba Mezia 75b), cualquiera que sufriese miseria y hambre en alguna ciudad y no la cambiase por otra, no podría culpar a nadie sino a sí mismo. En el Zohar (I187a), se ponía énfasis sobre lo mismo: “Aquél que no haya alcanzado el éxito en cierto lugar, deberá ir a otro lugar donde su fortuna mejorará” . En el Zohar (II38b) se nos habla de un rabino llamado Hisda que vivía entre los capadocios y sufría gran pobreza y graves enfermedades. Cuando abandonó aquellas tierras y se fue a Séforis, todo le empezó a ir bien. El Sepher Hassidim proclama también la importancia de cambiar de lugar. Todo esto nos muestra que, desde poco después de la destrucción de Jerusalén en época romana, la forzada diáspora de los judíos fue asumida por muchos de ellos como una vía de superación individual y colectiva, con una estación de tránsito hacia un destino mejor que acabó plenamente integrada dentro de su paisaje ideológico y cultural.
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