Los ancianos llevaban cincuenta años juntos y treinta visitando el mismo jardín. Lo habían visto en su esplendor de brotes tiernos, con sus verdes e incipientes plúmulas en las ramas negras y frías. Lo habían contemplado en su baile de vencejos sobre el magnolio en flor, multiplicando sus bayas y también sus espinas. Lo habían admirado en su fiesta de ocres, rojos y bronces foliáceos apresurándose a desnudar bajo el canto del viento lo que había vestido el silencio del sol. Juntos sumaban casi ciento cincuenta años, pero el roble que los amparaba aquella mañana tenía más. Juntos habían llevado y traído niños, festejado amaneceres de gloria junto al mar y llorado noches en vela.
Fue ella quien habló, tomándole con delicadeza la mano, con voz aún firme:
-El amor es un círculo de tierra, de agua, de aire y de fuego.
-Un círculo vicioso a veces-sonrió él.
-Vicioso cuando desconoce sus tiempos y momentos-agregó ella.
El mirlo de todos los días buscaba las lombrices de siempre y, al verlos sentados en el mismo banco, los miró compasivo.
-Sólo nuestra especie conoce a sus abuelos-dijo el anciano, señalando al mirlo-. Este ni siquiera sabe si es nieto de aquel que antes nos cantaba o padre de uno que partió.
La mujer se puso en pie, amontonó unas hojas secas, les prendió fuego y sonrió.
-Esto nos enseña el círculo de los afectos-sostuvo-: que la tierra que con su hierba nos unió, que llenó de agua y azúcar los frutos compartidos, ahora nos instruye en el adiós junto a la arrugada blandura de las hojas, al aire libre de una tarde que agoniza.
-¿Y el fuego?-preguntó él, emocionado-¿Qué significa el fuego?
-Ah-suspiró ella-…el fuego. Lo que antes creíamos sólo nuestro hoy sabemos que apenas es un punto, un trazo mínimo en el círculo de los afectos de todos. El amor es un fuego que por dentro nos enciende hasta el día en que lo entendemos. Cuando, por fin, ese día llega, somos nosotros quienes, con emocionada gratitud, damos nacimiento a sus llamas externas para que, libres, le canten a la tierra que espera con paciencia nuestros restos. Le canten una canción que dice que, incluso ella, incluso ella, la tierra, fue en su día una ardiente estrella besada por el cielo, un calor que se ignora bajo un manto que se revela.