Artículo de opinión publicado en Ynet
El cuádruple error garrafal de Israel
La primer equivocación es de los servicios de inteligencia, la segunda, cómo se traspasó la frontera, la tercera, la facilidad con la que se tomaron rehenes en Gaza y la cuarta, la lenta reacción de las FDI.
La barrera de seguridad de la Franja de Gaza costó a Israel tres mil quinientos millones de shekels. Sobre el suelo, bajo tierra, con sensores, cámaras y todo con la mayor tecnología posible.
El sábado, con el estallido de la guerra, se derrumbó, y era un muro de papel.
La culpa no es del muro; la culpa es de la gente, me comentó uno de los responsables del establecimiento de la barrera de seguridad fronteriza.
El sábado por la tarde, la Fuerza Aérea elevó 40 aviones de diversos tipos por encima de la barrera, todo el tiempo, para bloquear el paso de Gaza a Israel y de Israel a Gaza. El esfuerzo fue heroico. El retraso fue terrible.
Las Fuerzas de Defensa de Israel están pidiendo a la opinión pública que no se ocupe de las equivocaciones. Explican que hay que dejar que el jefe del Estado Mayor y los generales se centren en combatir y que después llegará el momento de las investigaciones.
“Cállate y dispara”, escribió el difunto Amiram Nir al comienzo de la Primera Guerra del Líbano. Creo que hay mucho de justicia en esta afirmación en este momento. Incluso si las FDI consiguen limpiar las agrupaciones de terroristas en las comunidades que rodean Gaza, las tareas que se les exigirán en los próximos días son complejas y exigentes. Ante todo está la cuestión de los cautivos en Gaza y el problema de la disuasión en los demás frentes.
La guerra debe llevarse a cabo con la mente limpia. Todo lo demás es menos urgente.
Pero la exención temporal concedida a las FDI no incluye a los millones de israelíes que siguieron las noticias el sábado, asombrados y ansiosos por una guerra para la que nadie les preparó. Para mí, el 7 de octubre de 2023 fue una mega-error, una desgracia que las FDI nunca conocieron en todos sus años.
Me explicaré: La primera desgracia fue la inteligencia. Una vez más, como en 1973, el sistema vio todos los signos reveladores, pero arrogantemente concluyó que se trataba de simples ejercicios, entrenamiento ocioso.
La segunda desgracia fue la facilidad con la que los terroristas de Hamás saltaron la barrera; la tercera, la facilidad con la que regresaron a Gaza con docenas de rehenes. Y la cuarta, fue la lenta reacción de las FDI ante la infiltración. Decenas de terroristas se paseaban por la base del Cuerpo Blindado como si fuera suya, y no había ningún helicóptero para dispararles.
La metedura de pata del Yom Kippur tuvo un mayor número de muertos, sin comparación. Esto es cierto, por supuesto. Pero en la guerra del 73 nos enfrentamos al mayor de los ejércitos árabes, no a una organización terrorista de segunda categoría. De aquella dolorosa guerra surgió una paz que perdura hoy, 50 años después del alto el fuego.
Es difícil ver ahora mismo qué puede salir bien de esta guerra actual.
Más allá de los detalles, había asombro ante lo que parecía una larga cadena de meteduras de pata. Lo confieso, de repente me sentí como si no viviera en Israel, del que estoy orgulloso, sino en Somalia.
En 2006, tras el secuestro de los dos soldados por Hezbolá, los aviones de la Fuerza Aérea convirtieron Dahieh, el barrio chií de Beirut, en un pueblo de ruinas. El bombardeo fue eficaz. Al parecer, se pide un ataque similar en Gaza: no hay ningún impedimento operativo para hacerlo.
La cuestión es cuál es el objetivo que se conseguirá con el bombardeo. Estamos cansados de los repetidos intentos de escarmentar a Hamás con bombardeos desde el aire. Si el horrible suceso del sábado nos enseñó algo sobre Hamás, fue que esta organización terrorista no puede ser domesticada.
Y lo que es más importante, el destino de decenas de rehenes, niños, mujeres, ancianos y soldados, pende de un hilo. Una bomba masiva no mejorará sus posibilidades de volver a casa sanos y salvos. Hamás siempre puede ponerlos en los tejados, como escudos humanos.
En resumen: bombardear es lo que las FDI están acostumbradas a hacer, un reflejo condicionado, pero es dudoso que sea útil.
La segunda opción es optar por las negociaciones. En el acuerdo Shalit, Netanyahu liberó a 1.027 terroristas a cambio de un soldado capturado.
El precio del terrorismo repetido fue duro, algunos dicen que insoportablemente duro. ¿Cuántos terroristas exigirá Hamás que sean liberados a cambio de docenas de prisioneros? Un acuerdo daría a Hamás una victoria más. Y lo que es más importante, asestará un duro golpe, otro golpe, a la disuasión contra Irán y Hezbolá, y debilitará aún más a la Autoridad Palestina.
La tercera opción es lanzar una operación terrestre. Las cuatro divisiones que las FDI llevaron al sur el sábado no salieron para defender los asentamientos que rodean Gaza, salieron para unirse a una operación terrestre, siempre y cuando los dirigentes políticos tomen una decisión. La mayoría de la opinión pública apoyará una operación de este tipo al principio. Entonces surgirán las preguntas: ¿Qué pasará al día siguiente de la operación, si nos quedamos nos desangraremos allí, si nos vamos, qué hemos hecho? ¿Pretendemos eliminar a toda la cadena de mando de Hamás durante la operación? ¿Quién ocupará entonces su lugar?
Tengo otra pregunta que me preocupa desde hace años. La Cúpula de Hierro es un invento maravilloso que ha salvado la vida de cientos de israelíes. Está claro lo que habría ocurrido si no tuviéramos la Cúpula de Hierro; no habríamos tenido más remedio que entrar en una batalla decisiva contra Hamás, incluida la ocupación de Gaza.
¿Es posible que todo lo que conseguimos con la Cúpula de Hierro fuera un retraso de unos años hasta la inevitable operación terrestre? ¿No haremos en el futuro lo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo?
El incidente con Gaza tiene implicaciones políticas y normativas de gran alcance. Su peso quedará claro en el futuro. La victoria de Hamás es una mala noticia para el acuerdo saudí. Si los cientos de muertos en Gaza y los que se producirán en los próximos días no ponen patas arriba el acuerdo, lo llevarán a un profundo congelamiento.
El temor a una guerra multiarena, en el norte, en Cisjordania, en Jerusalem y en Gaza, reduce aún más la capacidad de maniobra del ejército.
El líder de la oposición, Yair Lapid, propuso a Netanyahu la creación de un gobierno de emergencia basado en los partidos Likud, Yesh Atid y Unidad Nacional y la congelación total del impulso legislativo de la coalición para revisar el sistema judicial. La oferta es buena para Lapid y buena para el país. Es dudoso que Netanyahu pueda aceptarla: separarse de Betzalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir, quizá también de Yariv Levin y de gran parte de esa facción del Likud, es un precio que a Netanyahu le costaría pagar.
Como él mismo admitió una vez, pagar le resulta difícil.
Netanyahu sabe que no sólo a los votantes que llevan meses protestando les cuesta asimilar la humillación del sábado, sino también a los votantes de Ofakim, Sderot, Netivot y Rishon LeTziyon, donde su Partido Likud cuenta con un apoyo considerable, si no total. Por lo tanto, trabaja para distanciarse de cualquier culpa. Tiene que enfrentarse al futuro.
“Lo que ha ocurrido hoy”, dijo en una declaración el sábado por la noche, “no se verá en Israel. Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir”.
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