El cumpleaños de los árboles

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Evoco con emoción mi primer Tu Bishvat en Israel. Salimos temprano a plantar vástagos de naranjo y otras especies. Fue en Cesarea, el olor cercano del mar llegaba hasta nosotros, los trabajadores del kibutz. Creo fue la primera vez en mi vida que sentí que el mundo judío original era tan sensible a la naturaleza como lo intentaba ser el Israel actual, algo muy distinto de los guetos del pasado, urbanos y tristes, que constreñían a los hebreos a vivir una existencia gris e insana. Parte de la memoria de ese mundo antiguo, empero, se conservaba en el Talmud, que vivía el símbolo de la tierra pero no la tierra misma como decidió vivirla el sionismo. En aquella ocasión despuntaban los crisantemos salvajes y se veían florecer las tempranas anémonas. Mi abuelo, en la década del cincuenta del siglo pasado, descendiente de una familia de conocidos jasidim, tibio en lo religioso y muy cálido en lo humano, nos hacía poner de tanto en tanto una moneda en la caja de hojalata azul y blanca que pendía junto al teléfono y que yo miraba extrañado. Era todo un símbolo, aquel objeto del KKL, Keren Kayemet Leisrael. Se lo comenté en mi torpe hebreo a un compañero el día del aniversario de los árboles y él también había visto la misma caja, la misma alcancía cerca de la cocina de su casa. Omnipresente cuando se hablaba de los que, en la familia, habían hecho aliáh.

Que los árboles cumplieran años me emocionó, pues eso significaba que los responsables del kibutz que, recuerdo, también tenía sus naranjos y limones-para mí el más feliz de los trabajos que hice allí-, quienes llevaban los huertos y viveros, sabían qué edad tenían cada mata aromática y cada banano, los trataban con notoria familiaridad y se entristecían si los veían, a los árboles, enfermos o alicaídos. De regreso al kibutz, esa noche, comimos pasas y almendras y otros frutos secos, cantamos y reímos, pero yo continuaba pensando en el cumpleaños de los árboles, en sus destinos de ramas y frutos. Con los años supe que con la misma amorosa y delicada atención tratan los españoles al azafrán en las cercanías de La Mancha, los hindúes del sur a sus árboles de sándalo, numerados y atendidos como seres humanos; los cultivadores de la vainilla en la isla Reunión a los orquídeas. Los campesinos turcos a los albaricoqueros, los chinos a sus caquis, los indios ecuatorianos de la selva a sus árboles de cacao. Cuando un pueblo ama la vida ama, también, y de modo muy especial, a sus árboles cercanos. La labor que aún hoy desempeña el KKL es una de las odiseas ecológicas más importantes que ha vivido y vive la Humanidad, a la par que la prueba inequívoca del amor de Israel por su solar natal, por la matriz geofísica que lo vio desarrollarse como pueblo y escribir día a día su historia milenaria.


La propuesta actual del KKL, consistente en equiparar la población judía del país al número de árboles plantados o, incluso, sobrepasar esa cifra, requiere una conciencia vigilante de los bosques y huertos que hay en el país y demuestra que la redención no es sólo un hecho libresco y meramente humano: también concierne a la naturaleza el mejorar su suerte, pues el suelo que pisamos, a veces con desdén y casi siempre con ignorancia, debe ser bendecido con un trato digno no exento de elegancia. Mi abuelo materno no llegó a saber que yo planté muchos árboles en Israel, pero si él no me hubiese explicado para qué era el dinero que ponían en la sencilla alcancía, tal vez tendríamos, él y yo, muchas menos cosas en común.

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.