El decálogo de Stephen Vizinczey

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Si todo ser humano debe de tiempo en tiempo confrontarse con los bíblicos Diez  Mandamientos ya sea para evaluarse a si mismo, ya sea para cotejar sus prescripciones con nuestra irremediable fragilidad, esta disposición gravita con superior peso en el caso de los escritores. Incluso en estos tiempos en que una página escrita interesa mucho menos que los llamados del WhatsApp que alimentan una ilusoria comunicación. Creo que las minorías que aún se apasionan con algún libro deberían escuchar las prescripciones de Vizinczey.

Caben antes algunas palabras sobre este escritor húngaro que adoptó la ciudadanía canadiense.  Nació en 1933 en tiempos en los que en su país oteaba un futuro incierto. El filósofo marxista George Lukács fue uno de sus principales maestros. Apegado a las lecciones que éste le diera, Vizinczey se distanció al paso del tiempo de la doctrina y praxis comunistas que Moscú intentó imponer a su país. Militó activamente en las filas de la Revolución Húngara en 1956; y al frustrarse, se refugió  en Canadá sabiendo  “cincuenta palabras en inglés”. Las enriquecerá en el andar de sus días.

Un libro le dio moderado  renombre:  En brazos de la mujer madura. Vio la luz en 1965 con un tema que de inmediato lleva a recordar a Vargas Llosa y su Elogio de la Madrasta. Sin embargo, el héroe de Vizinczey no es un astuto y sensual infante sino un macho joven que prefiere a mujeres maduras que aún buscan un sensual abrazo, y ciertamente algo más. Un libro que publicó con sus propios recursos, y que es considerado hoy sin base alguna un escrito pornográfico, donde el sexo no es acción furtiva sino vivencia liberadora.


El decálogo del escritor, de Stephen Vizinczey |

En paralelo al relato novelesco Stephen practicó el ensayo. Verdad y mentiras en la literatura reúne sus reflexiones sobre múltiples temas: Rousseau, la Mafia, Tolstoi, Robert Kennedy, y, en particular, Iván Illich, el sacerdote croata-mexicano que se alzó contra el Vaticano y que aceptó al final de sus días un cáncer invasor sin oponerle resistencia alguna. Tengo mi Dios propio- me confesó Iván cuando yo le visitara en su residencia en Cuernava.

¿ Cuáles son a su juicio los mandamientos que obligan a todo escritor ? Vizinczey sugirió un decálogo; aquí señalaré sólo algunos de ellos. No beberás ni fumarás ni te drogarás es el primero. Requisito para preservar ” un cerebro equilibrado. ”

Un mandamiento que apenas fue obedecido por Balzac con su adicción a la cafeína. Prefiero este otro: Si escribes, hazlo erguido en tus pies y sobre una superficie donde estén sólo las hojas y una pluma o tu computadora…Hemingway, Agnón y Amós Oz se apegaron a esta directriz. Es sabia.

Otro mandamiento de Vizinczey: ” soñarás y escribirás y soñarás y volverás a escribir…” Y sigue: ” no pierdes el tiempo cuando miras el vacío…Sueña despierto…Y siempre encontrarás tu primera versión confusa e inexacta…”  El orden vendrá después.

Y una más: ” no serás modesto…” Pensaba que un genuino escritor tiene anchas ambiciones y pretende escalar escarpadas cimas más allá de sus verdaderos recursos. Agregó: ” nunca he conocido a un buen escritor que no intente ser grande”… Y algo más: ” Escribe sólo para complacerte a ti mismo… Vida, muerte, sexo, política, dinero “ : son los temas que lúcidamente desgajados conducen a un buen relato.

Stephen Vizinczey - Wikipedia, la enciclopedia libreEl escritor debe ser por añadidura  un buen lector. Vizinczey se ofrece como ejemplo. Sus notas en torno a la publicación de las cartas de Thomas Mann así lo revelan. Lo considera con justicia uno de los más celebrados escritores en lengua alemana. Recuerda que después de escribir frisando cincuenta años La montaña mágica y Muerte en Venecia, Mann reveló su vitalidad en sus setenta al producir El doctor Fausto y Confesiones de Felix Krull.  El Premio Nobel que recibiera mucho antes no agotó sus ambiciones.

Y no deja de mencionar a su maestro George Lukács y a ese don quijote de la literatura que fue Arthur Koestler. En suma: Verdad y mentiras es un libro que pide una genuina comunicación en estos tiempos en que sonoros y difundidos silencios nos abruman.

Acerca de Joseph Hodara

Invitado por la UNAM llegué a México desde Israel en 1968 para dictar clases en la entonces Escuela de Ciencias Políticas y Sociales ( hoy Facultad). Un año después me integré a la CEPAL con sede en México para consagrarme al estudio y orientación de asuntos latinoamericanos. En 1980 retorné a Israel para insertarme en las universidades Tel Aviv y Bar Ilán. En paralelo trabajé para la UNESCO en temas vinculados con el desarrollo científico y tecnológico de América Latina, y laboré como corresponsal de El Universal de México. En los años noventa laboré como investigador asociado en el Colegio de México. Para más amplia y actualizada información consultar Google y Wikipedia.

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