Resulta divertido el proceso de elección del candidato presidencial del PRI con sus tradicionales instituciones de los tapados (aspirantes con probabilidades de ser designados), el dedazo (decisión que toma el Presidente a favor de uno de ellos) y el destape (proceso en que el PRI anuncia al favorecido). En vísperas de éste, las especulaciones están a tope. Que si el Presidente ya se inclinó a favor de Fulanito, pero lo está cuidando dándole alas a Perenganito. No, que en realidad el fuerte siempre ha sido Sutanito. Que no se puede descartar un “caballo negro”, pero que, en cualquier caso, el PRI anunciará al candidato el 27 de noviembre, porque Peña es supersticioso y en esa fecha ha tomado decisiones que le han salido bien. Puros chismes sin evidencia empírica. En realidad, tenemos que ser muy cuidadosos con los rumores, informaciones pagadas y encuestas a modo. Esto no quiere decir, sin embargo, que sí podamos analizar el dedazo comenzando con lo que sí sabemos del destape que viene.
Número uno: que el presidente Peña decidirá quién será el candidato presidencial del PRI. Podrá levantar muchas encuestas y consultar las opiniones de gente de su confianza pero, al final del día, él solito tomará la decisión de hacia dónde apuntar su dedo.
Otra cosa que sabemos es que, a diferencia del pasado, Peña no elegirá a quien será el próximo Presidente. Por fortuna, el régimen político ha cambiado, de tal suerte que el Jefe del Ejecutivo sólo designará a la persona que aparecerá en la boleta bajo el emblema del PRI. Este candidato igual gana, igual pierde.
Por eso, el dedazo será diferente de los que hacían los presidentes en el pasado. Peña ahora tiene que poner a un candidato que, por un lado, sea competitivo, con posibilidades de ganarle a López Obrador y Anaya, y, por el otro, que le sea leal en caso de ganar, es decir, no lo vaya a perseguir ni política ni judicialmente por los errores cometidos durante este sexenio. Los presidentes de antes no tenían que preocuparse porque su “delfín” fuera popular, ya que éste siempre ganaba en las urnas gracias al sistema de partido hegemónico. Ahora no. Ahora la oposición puede triunfar y, por tanto, Peña debe elegir a un candidato competitivo, lo cual significa un juego distinto al pasado.
Quizá la mejor crónica de cómo operaba el dedazo en el pasado sea la de Jorge Castañeda en La herencia: arqueología de la sucesión presidencial en México. Publicado en 1999, el libro presenta la historia de los vencedores por medio de entrevistas con Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas, quienes cuentan cómo fueron elegidos y cómo eligieron a su sucesor. Luego hay seis ensayos sobre “la visión de los vencidos” con base en versiones de varios protagonistas.
Creo que algunas ideas que presenta Castañeda en el libro sí aplicarán en el dedazo de Peña. Una es el juego de la seducción de los posibles aspirantes hacia el Presidente y de éste con aquellos, lo cual inevitablemente lleva al engaño de ambas partes. Por un lado, los prospectos tienden a engañar al “Gran Elector”, haciéndose pasar como los más leales, eficaces o inteligentes e, incluso, hasta pasándose como medio tontos si así les conviene. Por el otro, el “Gran Elector” les hace creer a los suspirantes que sí tienen posibilidades para ver cómo reaccionan: si tienen la madera que se requiere.
Después de analizar los dedazos de 1964 a 1994, Castañeda nos presenta una taxonomía un tanto simplista, pero útil, para entender los tipos de sucesiones. El dedazo a favor de Echeverría, De la Madrid y Zedillo fue “por descarte”: no les quedó de otra a los presidentes que los eligieron. Díaz Ordaz, López Portillo, Salinas y Colosio fueron, en cambio, “por designio”: los presidentes los fueron construyendo con antelación.
¿Será el dedazo de Peña por descarte o designio?
En 2015, Castañeda escribió un artículo en Milenio, en el que pronosticaba que Peña se comportaría como su héroe y modelo, Adolfo López Mateos, quien siempre supo que su candidato sería Díaz Ordaz, a quien fue construyendo. Jorge, por eso, pensaba que el dedo de Peña acabaría señalando a Luis Videgaray. Desde entonces, debatí esta idea con Castañeda. Me parecía que el hoy canciller estaba fuera de la jugada después del escándalo de la compra de su casa en Malinalco. En el sistema anterior, Videgaray quizá hubiera sido candidato por designio, porque no había competencia. Pero hoy el sistema es distinto. En un ambiente de competencia, el error de Videgaray disminuía las posibilidades de ganar en las urnas. Y Peña, creo, tiene claro que el tapado debe garantizar competitividad electoral y lealtad futura. Por eso, su dedazo será más por descarte que por designio.
Twitter: @leozuckermann
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