Uno de los argumentos clásicos del antisemitismo cristiano es el acusar al
pueblo judío de deicidio, es decir, de ser los asesinos de su Cristo. Según
esto, los judíos son los responsables de matar a Jesús, quien para los
cristianos es el mesías, hijo de D-os, que vino a redimir a la humanidad.
Incluso los judíos nacidos miles de años después deben seguir pagando por este
crimen de sus antepasados.
Parte de la sociedad israelí pareciera haber filtrado este tipo de acusaciones
en sus mentes, adaptándolas a otra clase de situación, y haber aprendido a
esgrimirlas para cuando hace falta defender su postura en un debate. Hoy en día
se tilda a la derecha israelí de haber cometido deicidio, más precisamente
“pazcidio”, al haber asesinado al Primer Ministro Itzjak Rabin.
Lo concreto es que su asesino, Igal Amir, si bien manifestaba una postura
fanática religiosa de ultraderecha, no respondía a ningún partido de derecha,
sino a su propio interés influenciado por su totalitarismo y potenciado quizá
por una insalubre situación mental. Está en la cárcel como corresponde. Y aunque
fuese un enviado de alguna organización de derecha, se trataría de un grupo
fanático minoritario y para nada representativo del verdadero proceder
democrático de la derecha Israelí.
Ahora bien, ¿es justo culpar a la derecha israelí del crimen? no solo del crimen
por haber asesinado a un ser humano primer ministro de Israel, sino que lo que
se le echa en cara tiene un agravante, que es haber liquidado el proceso de paz
con los palestinos. La derecha se dice que no solo mato a Rabin, sino que mato a
la paz. tras la muerte del primer ministro, ya no era posible conseguir la paz
porque la sociedad estaba dividida con mayor profundidad, porque el líder
político y espiritual de la gente y el país se había ido, y porque quien le
sucediera en el cargo no sería capaz o no tendría intenciones de continuar con
las negociaciones.
Tal ha sido la idealización de la izquierda hacia la figura de Rabin, que su
muerte hace creer que ninguna paz es posible con los palestinos, porque la
derecha que lo siguió no la quiso, y porque se descarrilaba el acuerdo sin una
de sus principales figuras
es innegable y seria estúpido e imprudente pensar lo contrario, que el asesinato
de Rabin y más aun por ser a manos de un connacional, provoco una fractura en la
sociedad israelí. Un cachetazo del cual cuesta horrores recuperarse y pueden
pasar anos hasta ver las primeras reacciones de recuperación a semejantes
bofetadas. Nadie puede discutir esto, que era en aquel momento tan palpable en
la realidad como las caras largas de las personas que creían en la política de
Rabin y en los valores del Estado de Israel.
Ahora, no solo hay que dejarse llevar por la terrible sensación de que todo un
país se quedo huérfano. Hay que analizar, aparte de la tragedia, la situación
política previa a tan fatídico acontecimiento.
Las encuestas y la opinión pública reflejaban un descontento de gran parte de la
población israelí hacia la política de Rabin, y se preveía una dura pelea en las
elecciones por parte de Netanyahu. Se podría decir que el resultado de las urnas
en las próximas elecciones era incierto. La derecha hacia rato venia descontenta
con Rabin, y se recuerda la famosa marcha donde se lo mostro con uniforme de las
SS o con kefia.
“Las encuestas realizadas antes de su muerte demostraban que la popularidad de
Rabin había bajado, y que la de su opositor Benjamín Netanyahu había subido. El
público israelí se había desilusionado de Arafat, y también de Rabin, quien se
limitaba a decir, después de cada acto terrorista palestino, “este es el precio
que pagamos por la paz” dice David Mandel”.
Por lo tanto, tras saber que quizá iba a perder las elecciones, o por lo menos
que tenía muchos detractores, ¿es sensato acusar a la derecha israelí de haber
eliminado toda chance de llegar a un acuerdo de paz con los palestinos?
Rabin no tenía la fuerza con la que gano tras su campana electoral, las muertes
por atentados y el terrorismo en aumento habían saturado a las personas. “A
pesar, y en contravención, del Acuerdo de Oslo de 1993, el terrorismo palestino
no sólo continuó, sino que se agudizó, durante el gobierno de Rabin, azuzado por
la demonización de Israel y de los judíos en las mezquitas, en los colegios y en
los medios de comunicación palestinos, todos ellos controlados por Yasser
Arafat.
Desde la firma de Oslo en 1993 hasta el mes de febrero de 1996, 168 personas
murieron en Israel víctimas del terror palestino; 47 de ellos en 1995, el año
que murió Rabin” aporta Mandel en claros datos estadísticos de lo que era el
ambiente en Israel.
La figura de Netanyahu emergía como un durísimo rival a vencer, que de hecho se
terminó imponiendo a Shimon Peres; Arafat no había renunciado al terrorismo y
seguía engañando a los israelíes; y también es importante no olvidar que el
asesino de Rabin no respondía de modo directo a la derecha sino que actuó por
voluntad propia.
Habrá que replantearse este supuesto “pazcidio” de la derecha israelí, que si
bien incitó al odio a Rabin y a boicotear su política, no es la responsable
directa por los actos personales de un solo fanático. Repugnantes son las
escenas que muestran a Rabin como terrorista o como nazi, y es una provocación
que no debería repetirse por ser asquerosamente errada y grosera. Pero de
levantar una pancarta a levantar un arma y matar al hombre más importante del
Estado de Israel, hay una gran distancia. El asesinato de Rabin fue realizado
por un solo hombre, Igal Amir, y no por toda la derecha de todo un país. Al ser
interrogado por el magistrado, Amir afirmo que había actuado con D-os. No dijo
que actuó para la derecha.
Queda destacar que Netanyahu continuó con los procesos de paz, pero a su manera.
Impuso la dureza típica de un primer ministro de derecha que no va a ceder hasta
que no vea reciprocidad, y con ese tipo de política se identificaban más todos
aquellos que marcharon en contra de Rabin.
Los datos y hechos históricos, las muertes y el terrorismo por doquier que
siguieron a la firma de Oslo I y Oslo II, demuestran que el fracaso estrepitoso
del proceso de paz era un destino inminente. Muriera o no Rabin, se veía venir
el colapso de una falsa ilusión que se creó en la mente de los políticos y la
sociedad israelí. Oslo fue un error, condenado a fracasar, y lo que hizo la
muerte de Rabin fue cambiar el responsable del fracaso y casi avalar lo que
hasta ese momento se venía haciendo.
Las muertes por terrorismo resultarían suficientes para entender que los
culpables de seguir llevando adelante un inequitativo e iluso proceso de paz
eran los dirigentes de izquierda, mas los de derecha resultan ser los culpables
por matar al primer ministro.
Las muertes por terrorismo resultarían suficientes para condenar el mal proceder
israelí durante las concesiones en los acuerdos, pero la muerte de Rabin hace
creer que hasta ahí se venía obrando bien y que fue eso y la posterior política
de Netanyahu lo que descarrilo la negociación.
Las muertes de los conciudadanos terminarían pesando más en la voluntad de los
israelíes a la hora de hacer una evaluación que la creencia de poder llegar a un
acuerdo de paz con terroristas que decían ser pacifistas pero que con un poco de
cordura se descubre no van a cambiar de la noche a la mañana.
Por lo tanto, como hizo el Concilio Vaticano II con el pueblo judío, que lo
absolvió del crimen de matar a quien consideran Cristo, la izquierda israelí
debe mentalmente absolver a la derecha por un crimen que no cometió y dejar de
adjudicarle responsabilidades injustas que deberían haber sido propias de la
izquierda y que la desgraciada muerte de un Primer Ministro hizo cambiar de
lugar. Absolver mentalmente, porque en los hechos la derecha no tiene por qué
responder por cosas que no hizo, y debe seguir con sus creencias de reciprocidad
en las concesiones, ya que solo así, dando y exigiendo, se llegara a una paz que
beneficie a los dos pueblos.
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