No es mi intención amargarle a todo el país la inmensa alegría que nos causaron los chamacos mexicanos del técnico Raúl Gutiérrez que hace un par de domingos vencieron 2-0 a los uruguayos en la final del XIV Mundial de Fútbol Sub-17 en el Estadio Azteca. Sin embargo, lejos de subirme al vagón del triunfalismo y colgarme medallas que no me corresponden por el impresionante torneo que realizaron estos futbolistas (siete victorias en igual número de partidos), prefiero adentrarme en terrenos más escabrosos y preguntarme por qué en nuestro país se cuentan con los dedos de una mano los éxitos deportivos de relevancia tanto individuales como colectivos y tanto amateurs como profesionales.
Yo supongo que lo anterior se debe, como no hace mucho me dijo un cronista deportivo muy cercano a mí, a que “nuestro deporte y nuestros deportistas son fiel reflejo del tipo de nación que somos”. Así que, basándome en este apotegma, lamento decirles que estamos fritos.
Y no bromeo, de verdad son tristes las conclusiones a las que llegué después de investigar un poco y descubrir que desde la Presidencia de la República jamás ha existido una real política de Estado enfocada a promover e impulsar la cultura física (ojo, ésta es el cimiento del deporte) como Dios manda. Así que mientras en estados, municipios y toda la Federación no existan funcionarios preocupados y ocupados en este tema, difícilmente contaremos con más Lorenas Ochoa, “Checos” Pérez, Hugos Sánchez, “Chicharitos” Hernández o mini-héroes como estos de la Sub-17.
Hace poco vi la película “Invictus”, protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon. Ésta trata sobre la manera cómo el presidente Nelson Mandela utilizó el deporte (en este caso el rugby) para unificar y darle identidad a Sudáfrica, una nación despedazada por el apartheid, pero que tras coronarse en la Copa Mundial de Rugby de 1995 venciendo 15-12 a la poderosa Nueva Zelanda, comenzaron un camino hacia una unificación racial e ideológica que hoy por hoy sigue admirando a propios y extraños.
Ojalá nuestros políticos puedan entender y valorar que el deporte no es sólo salir a patear pelotas en los patios escolares a la hora del recreo o poner planchas de cemento con un par de aros de baloncesto en algún recóndito lugar de la provincia mexicana. No. Es con el deporte como lograrán arrancar de las garras del narcotráfico y la delincuencia a miles de jóvenes que al día de hoy se encuentran extraviados porque no poseen una identidad con su entorno y con su país. Es por eso que nuestra juventud, tan lastimada, se vuelca a celebrar desproporcionadamente un triunfo deportivo como el de la Sub-17.
Es trascdendental que alguien verdaderamente empapado en la materia le meta la mano a la y sus estatutos, y si ésta no sirve o ya es obsoleta para los fines que debe cumplir, sin miramientos se le debe desaparecer y crear un ente con todas las facultades para impulsar a nuestros atletas. Está visto que flaco favor le han hecho al deporte mexicano todos esos Presidentes que le han encomendado tan seria encomienda a gente como Carlos Hermosillo, Felipe “Tibio” Muñoz, Nelson Vargas, Bernardo de la Garza y tantos y tantos más que en lugar de servirle al deporte, se han servido de él.
Es en serio: el deporte es un juego… pero no jueguen.
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