El Deporte como una Arena Política: ¿Existe un Lugar para la Objetividad?

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La leyenda de que los antiguos Juegos Olímpicos en Grecia crearon una tregua mundial y aspiraban a evitar que la política influenciara el deporte se ha transformado con los años en un ideal cultural. La idea de la “espíritu deportivo”, que enfatiza valores como la unidad, la paz, el respeto mutuo y la búsqueda de la excelencia, se convirtió en un símbolo de reconciliación entre religiones, pueblos y culturas. La lucha política y bélica fue sustituida por la esperanza de desarrollar un deporte que elevara los valores humanos más altos, libre de influencias externas de la política y la guerra.

Sin embargo, a pesar de este ideal, la expectativa de que el deporte pueda existir como una arena separada de las influencias políticas y de los conflictos bélicos a veces parece un sueño lejano. La masacre de Múnich en 1972, donde terroristas palestinos atacaron a atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos, no fue solo una acción terrorista, sino también un intento de usar el escenario deportivo para promover una narrativa política más amplia. Los atacantes querían trasladar el conflicto del Medio Oriente a las pantallas de televisión de todo el mundo, con la intención de presentar la lucha palestina en un escenario global. Este evento se convirtió en un ejemplo claro del uso del deporte para fines políticos, al igual que la organización política que se tejió en torno a los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936.

La relevancia política del deporte continuó desarrollándose en muchos casos. Un ejemplo destacado de esto es Jibril Rajub, presidente de la Asociación de Fútbol Palestina, quien utiliza su puesto para presionar a las organizaciones deportivas internacionales e influir en las políticas deportivas que afectan a Israel. Rajub no duda en aprovechar los foros internacionales para atacar a Israel, y tras el éxito de cancelar un partido amistoso entre Israel y Argentina en 2018, utilizó el sistema deportivo para incitar, llegando incluso a llamar a “quemar la camiseta de Lionel Messi”.


Los miembros de la Knesset árabe en Israel también usan los estadios de fútbol como una arena para expresiones políticas a través del deporte. Los parlamentarios árabes, especialmente Ahmad Tibi y Ayman Odeh, no dudan en utilizar el deporte para presentar una postura política contra el Estado de Israel. Un ejemplo de esto es la foto en la que Ayman Odeh, quien me declaró ser hincha de Maccabi Haifa, aparece usando una camiseta roja o amarilla mientras observa partidos de equipos árabes como Bnei Sakhnin y Maccabi Bnei Raina. ¿Podemos imaginar a un político en Argentina usando una camiseta roja en un partido de Boca Juniors para expresar una postura política? El uso explícito del deporte como un espacio para declaraciones políticas plantea preguntas sobre la gestión de los estadios como lugares donde no se mantiene la objetividad deportiva.

Uno de los incidentes más escalofriantes que afectaron al sistema deportivo fue el pogromo en las calles de Ámsterdam después del partido entre Maccabi Tel Aviv y Ajax, donde aficionados musulmanes de origen palestino atacaron a los hinchas israelíes en respuesta a eventos bélicos sucedidos a miles de kilómetros de distancia, replicando la misma dinámica que se vivió en Múnich en 1972. El impacto de este acontecimiento plantea la pregunta central: ¿Puede el deporte realmente evitar las influencias de la política y el terrorismo? Los países europeos no siempre responden de manera activa a estos vínculos, y así se crea una situación donde esta dinámica se convierte en una parte integral de la lucha deportiva internacional.

En definitiva, ¿puede el deporte seguir siendo un escenario objetivo y conectado con los valores de la excelencia? La respuesta, probablemente, es que en cierto modo no. La influencia de la política, el terrorismo y la hostilidad geopolítica ha dejado sin espacio los principios básicos que existían en el pasado. Sin embargo, como aficionados al deporte, debemos aspirar a desarrollar una cultura deportiva en la que se pueda separar lo que ocurre en el campo de lo que sucede fuera de él, con el objetivo de restaurar y fortalecer la confianza pública en el deporte como un espacio de solidaridad, aspiración a la excelencia y respeto mutuo entre personas, religiones y naciones.

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