Las personas nos movemos entre polaridades extremas. Podemos estar muy alegres o muy tristes, contentos o enojados, tranquilos o intranquilos entre otras emociones sin darnos cuenta; algunas de estas pueden ser el enojo y la agresividad que todos los humanos tenemos y unos controlan más que otros. Lo positivo nos da gusto y orgullo sentirlo, lo negativo no lo queremos ver. Sin embargo ambos coexisten en nuestro interior y cuando no reconocemos un sentimiento negativo lo actuamos en lugares y personas equivocadas.
El lenguaje sintetiza nuestros pensamientos, sentimientos y emociones, pero cuando no tenemos claridad en lo que nos sucede, tampoco podemos expresarlo con claridad.
Una de las emociones difíciles de expresar es el enojo. Este se retroalimenta a sí mismo y al no hablarlo o cotejarlo, puede crecer y con frecuencia lo único que queda claro es un gran enojo que se vive como una malestar sin poderle poner un nombre adecuado.
Todos en algún momento estamos enojados ya que eso es parte de la naturaleza humana, desde pequeños hemos aprendido a manejarla para lograr una adecuada convivencia social y familiar. La incapacidad de algunas personas para enfrentar sus problemas cotidianos las lleva a desarrollar, respuestas y acciones violentas que son vividas por el actor como normales. El enfado, la frustración, producen dolor y este desaparece momentáneamente cuando es sustituido por la violencia. Hay tonos en las conversaciones que para algunos son normales y para los otros suenan como truenos en la cabeza.
Me ha tocado escuchar a familias que están enojadas unos con otros y ningún miembro de la familia conoce el motivo del enojo; aunque está oculto el sentimiento existe y es parte de la interacción familiar. Esto a veces es heredado desde generaciones anteriores.
La frustración produce enojo, que puede ser con la vida, ante las expectativas, con personas lejanas o cercanas, con los hermanos, los padres e incluso con los hijos. Al no entender nuestra frustración, nuestras envidias hacia el otro, sentimos enojo, la emoción está dentro y ocupa un espacio en nuestra alma. El enfado es una de las armas que utilizan las personas para combatir el sufrimiento, pero acaba por traer problemas si dura demasiado. También se puede convertir en un estilo de vida y la soledad que siente el actor no puede ser satisfecha ya que se le identifica como una persona agresiva y enojada todo el tiempo. El no se da cuenta de su agresión y no entiende porque las personas se alejan de él.
Conocí a una mujer adulta mayor que tenía opiniones inquebrantables, inclinada a la derecha en lo tocante a política y formidable en materia de debates. Tuvo varios hijos, y uno de ellos era el principal encargado de deshacer entuertos, el arbitro indiscutible en los altercados domésticos; sólo congojas le depararía ese papel de arbitro que cumplía con lealtad a su sistema familiar.
Otra de las hijas nutría sus sentimientos negativos alojados en lo oscuro de sus pensamientos hasta el punto en que treinta años más tarde seguía al acecho para saltar con la mínima provocación por algo que había sucedido en el pasado y de lo cual nadie se acordaba. Estaba al pendiente para alimentar sus emociones con cualquier tipo de migaja que pescaba. Estaba tan ocupada en buscar señales, que interpretaba el lenguaje desde su marco de referencia para usarlo en beneficio de su retroalimentación. El que busca encuentra y con tantas elucubraciones y pensamientos retroalimentaba su enojo y su malestar.
Con frecuencia concedemos demasiada importancia a ciertos hechos y no queremos ver que la vida sigue. Un desacuerdo con alguien, una expectativa no cumplida, un regalo que no llega, nos produce un malestar. Nos damos mucho tiempo para llorar y no vemos que la vida sigue adelante. No malgastes tu tiempo mirando atrás o te perderás lo que tienes por delante.
A veces nos invade un sentimiento de profunda tristeza que nos hace pensar en la fragilidad de lo que nos rodea y lo poco que dura, en vez de sentir esa emoción que puede llegar hasta las lagrimas, lo transformamos en un motivo para poder gritar y enojarnos. El enojo nos libera momentáneamente de la presión interna.
También conozco personas que no pueden manejar la interacción agresiva en la que viven y se defienden escondiendo sus sentimientos, observando en silencio cómo su familia perfecciona el lenguaje incisivo en sus sistemas comunicativos. Tragan todo eso hasta ahogarse y no saben como expulsarlo de su corazón.
Rosita no estaba preparada para manejar la sensación punzante, asfixiante, que le recorría todo el cuerpo mientras luchaba por autocontrolarse de llorar o salir corriendo de su casa cuando sus padres peleaban y tuvo que construir una barrera interna en donde no entraban ni salían ningunos sentimientos. Esto la convirtió en una persona que parecía dura y sin embargo era tan sensible que se aislaba para no sufrir.
Es importante detectar nuestros sentimientos para darnos cuenta de lo que nos sucede y no actuar a ciegas y con agresión disfrutando cada posibilidad que tenemos para mantenerlo vivo.
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