El deseado magnicidio del Führer

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En el transcurso de la investigación y preparación de la recientemente concluida serie “Mis Presidentes” en esta revista, me llamó la atención el gran número de asesinatos de personas muy importantes o figuras políticas que han llegado al poder, y que por diversas causas y circunstancias, terminan con su vida, calificándose el hecho como un magnicidio. En el caso de la historia de México, realmente no han sido muchos, pero si seguidos, como fueron los casos de los últimos Tlatoanis en la conquista o de presidentes en el período revolucionario como Venustiano Carranza en 1920 y Álvaro Obregón en 1928.

Realmente el término magnicidio se ha usado, no sólo en los casos de Jefes de Estado, sino además cuando sucede a Primeros Ministros, Presidentes de Parlamentos, del Congreso y miembros encumbrados de las monarquías. También se hacen excepciones, y se les aplica el calificativo en casos de dirigentes políticos o religiosos como Jorge Eliécer Gaitán en Colombia, Luis Donaldo Colosio en México o del líder hindú Ganhi.

Dentro de los magnicidios más conocidos, podemos transportarnos hasta antes de nuestra era con Jerjes I, rey de Persia, que fue asesinado por su visir Artábano (465 a.e.c.); también el muy publicitado por el cine norteamericano en la persona del dictador romano Julio César, o Calígula de la misma región pero en los primeros años de la era moderna. Encontramos además en México y latinoamérica, sobre los primeros 1500 años, los homicidios del Tlatoani mexica Moctezuma II y Cuauhtémoc, o los de los emperadores incas Atahualpa o Túpac Amaru I. Pero también entre las monarquías europeas los hubo, como los perpetrados a María I de Escocia, Enrique III y IV, reyes de Francia, además de Luis XVI y María Antonieta, estos últimos arrestados y guillotinados por la Revolución Francesa. En los E.U. de Norteamérica tenemos a Abraham Lincoln, James A. Garfield o John F. Kennedy. Podríamos continuar con una larga lista y nacionalidades diversas, y lo más cerca en fechas a la terminación de la Segunda Guerra Mundial, encontraríamos la del dictador italiano Benito Mussolini en 1945, pero no así el nombre de uno de los más nefastos y sanguinarios líderes de la historia, que fundó y quiso perpetuar un Tercer Reich alemán, que dominaría al mundo por lo menos mil años.


A la distancia de esos acontecimientos que nunca se olvidarán y que siguen avergonzando a la humanidad, uno se pregunta el por qué un nombre como el de ese austríaco, pintor de brocha gorda, no pudo aparecer a tiempo en esa larga lista de magnicidios históricos, en aras de que no se derramara la sangre de tantos inocentes. Acaso ¿no tuvo oposición, o enemigos internos?…acaso ¿no había personas dentro del pueblo alemán (incluyendo dentro de las fuerzas armadas) que tuvieran conciencia de lo que pasaba?…o por el contrario, si los hubo y trataron de liquidarlo mucho antes de que la derrota infringida por los ejércitos aliados, lo llevara al suicidio en su búnker de Berlín el 30 de abril del 45. De esto último tratará este artículo.

Se afirma que durante la vida política de este sanguinario personaje, tuvo varios atentados a su vida. Se han calculado unos 42, pero nunca sus ejecutores tuvieron éxito. Posterior a la conflagración y saliendo a la luz muchos detalles, se llegó a decir que el Führer “fue la persona de las mil vidas” o que gozaba de la mejor de las suertes, pero en la realidad se confirma que fueron 3 las principales causas que le ayudaron a mantenerse vivo. Este genio del mal y sus planificadores en seguridad, como primera estrategia y con mucha frecuencia, variaban repentinamente sus agendas, adelantando o acortando su permanencia; por otro lado también cambiaban sus rutas y fechas de actividades; y como tercera causa, siempre lo rodeaban con un fuerte dispositivo blindado para protegerlo, incluyendo a un doble que lo reemplazó en más de una ocasión. Este falso Führer fue encontrado muerto en los pasillos de la Cancillería durante la Batalla de Berlín.

Opositores siempre los tuvo, iniciando por el mismo Hindenburg, anciano Mariscal y Presidente de Alemania, quien a regañadientes tuvo que nombrar a Adolf (a quien llamaba en privado “el cabo bohemio”) como su Canciller, ante el innegable triunfo obtenido en las votaciones y la mayoría obtenida en el parlamento de los miembros del partido nacionalsocialista. No obstante muchos de los políticos que trabajaban junto a Hindenburg, incluyendo al Vicecanciller Franz von Papen, tenían la confianza de que en dos meses “tendrían al recién nombrado tan arrinconado, que estaría dando chillidos”. Algo factible, puesto que al margen de la Cancillería, los nazis tan sólo contaban con dos ministerios.

Otros políticos de diferente extracción (sobre todo de tendencias de izquierda), también llegaron a tener esa opinión, pero pronto se darían cuenta de que estaban equivocados, pues se dieron con bastante rapidez y eficacia, las medidas para acabar con todos los partidos y sindicatos opositores, incluyendo la supuesta quema del Reichstag (Cancillería), a manos de un “culpable” que precisamente resultó ser un ex-comunista holandés. De estos opositores de izquierda -que exageradamente odiaba el que sería Canciller de Alemania- ya había dado buena cuenta en sus discursos y propaganda, enardeciendo a la población contra todo lo que oliera a comunismo; por ello las medidas dictatoriales y su rudeza -después del Reichtag- fueron aceptadas casi sin tener oposición.

De la izquierda alemana en extinción se formaron varios movimientos para borrar del mapa al dictador, pero pronto fueron desarticulados por órdenes provenientes de Rusia, país que había firmado un acuerdo o pacto “Ribbentrop-Molotov” de no agresión. También existieron fútiles intentos de grupos de estudiantes que instigaban a la lucha popular en contra del régimen todopoderoso, como el que se conoce como “La Rosa Blanca” que en enero de 1943 repartieron panfletos en varias universidades de todo el país en contra del régimen. La respuesta de la Gestapo fue inmediata, resultando el arresto de 5 estudiantes de Munich y su profesor de filosofía. Al mes siguiente, 2 hermanos Hans y Sophie Scholl hicieron circular otro panfleto en contra de la eutanasia practicada por los nazis en favor de la pureza de raza. Sin embargo todos ellos fueron juzgados, y poco después ejecutados. Se comenta que algunos de ellos pudieron filtrar su deseo, en el sentido de que esperaban que su ejecución arreciara el activismo contra el régimen. Algo que lamentablemente tampoco fue así.

Casos de grupos minoritarios como estos estudiantes, o de personas que a título personal y por diversos motivos (incluso religiosos o de desequilibrio mental) trataron de quitarle la vida a Hitler, antes o después de subir al poder, se dice pueden sumar decenas, pero aunque también fallidos, aunque son los que mejor se registraron y estuvieron a punto de tener éxito fueron los siguientes:

El 8 de noviembre de 1939, perpetrado por un relojero y carpintero alemán, llamado Georg Elser, quien planificó y fabricó un dispositivo explosivo dentro de una columna cercana al estrado de un salón de la cervecería Bürgerbräukeller, donde Hitler daría un discurso. El astuto orador llegó media hora antes, encontrando el lugar repleto de admiradores, a quienes dirigió la palabra recortando además su tiempo de exposición programado, terminando a las 9:07 en vez de a las 10 de la noche. El artefacto se había programado para las 9:15 P.M. Matando a siete personas, destruyendo todo el estrado, pero no pudo terminar con el único principal objetivo. Elser fue detenido y ejecutado 5 años después en el campo de concentración de Dachau.

Los ingleses por su parte mediante comandos, planificaron varias cosas como el uso de francotiradores, el envenenamiento de los alimentos mediante un cocinero infiltrado o del té, al que el dictador era asiduo. Todo quedó en planes, o fallidos intentos como el del 17 de marzo de 1943, cuando se introdujeron bombas barométricas en el avión privado del Führer, que por motivos desconocidos nunca explotaron. Esos intentos de los aliados, pronto dejaron de tener interés, pues se percataron que les convenía que Hitler se mantuviera en el poder, pues ya había demostrado grandes errores tácticos y que además no hacía caso a las indicaciones tácticas de sus mejores generales, por lo que la guerra con su ineptitud pronto se ganaría.

Dentro de la milicia germana en 1943, se registran dos intentos de atentados suicidas para quitarle la vida y dos intentos más en 1944, organizados por el Coronel Claus von Stauffenberg, pero ninguno de los cuatro intentos tuvo resultados, pues los voluntarios ni siquiera se pudieron acercar a su blanco. Sin duda el intento por parte de un grupo de militares que tuvo mayores posibilidades de éxito fue el perpetrado el 20 de julio de 1944, por el propio Claus von Stauffenberg, quien logró colocar oculto en un portafolios, por lo menos la mitad de los explosivos planeados, en el transcurso de una junta de militares y tan solo a unos dos metros de Hitler. En esta ocasión el codiciado blanco no se ausentó, pero al tropezar con el maletín uno de los asistentes, lo tomó y cambió de la posición en que Hitler era directamente más vulnerable, a otra -tras las gruesas patas de la mesa en que se estaba trabajando- reduciendo así su efectividad letal contra el blanco principal. La bomba dejó al explotar 4 muertos, pero tan sólo hirió de leve consideración al principal protagonista. De este magnicidio lamentablemente frustrado, la industria del cine ha realizado varios filmes sobre el tema, y varios documentales de diferentes organismos culturales e históricos han pasado en televisión, que muestran al público hasta los mínimos detalles, lo que se le denominó “Operación Valquiria”. Temeraria acción, que no obstante su meticulosa preparación, intrincado y sofisticado operativo, simplemente no prosperó. Las penalidades para los confabulados, la mayoría de nosotros la sabemos por la difusión ya comentada; otros las intuyen por la efectividad y vorágine despiadada en la localización y triste fin de sus enemigos, con que siempre se distinguió el régimen nazi.

De todos los casos aquí tratados y otros que no se mencionan por falta de espacio, queda el claro y contundente hecho de que la milicia alemana no tomó en serio y tampoco se arriesgó en el derrocamiento o magnicidio de su jefe, hasta la derrota que sufrieron en Stalingrado. Ese despertar del letargo, de esa fundamental maquinaria que encumbró e hizo fuerte en toda Europa al dictador, no pudo ser antes, pues gústenos o no, la mayor parte del pueblo alemán se deslumbró con las posibilidades que les brindaba el tercer Reich, olvidando la calaña y métodos usados por todos los secuaces y carniceros que encabezaba Hitler. Fueron aceptados en un principio con algunas dudas, pero después sin ninguna cortapisa, dejando pasar hasta los abusos más obvios y grotescos en contra de su propia sociedad; todo ello no hizo mella en la vieja ética al clásico estilo prusiano de la clase castrense. Deslumbrón y falta de principios de un pueblo que se presumía preparado y culto, que no sólo cegó la vida de millones de personas en todo el mundo, sino que dio pauta a un desprestigio moral semejante en tamaño, a los locos y diabólicos delirios de grandeza del Tercer Reich que envilecieron por igual a virulentos y desalmados activistas, como a todo nacional -bien o mal informado- pero que tenía uso de razón y sufría indefenso su propia degradación de principios y libertades.

El gobierno alemán hasta la fecha y con dificultad, ha tratado de aligerar ese magro pasado cuyo protagonismo estelar los llevó -nada menos- que a dos Guerras Mundiales con sus respectivas derrotas; pero curiosamente, en lugar de destacar en tantos documentales televisivos o películas de exhibición internacional, otro tipo de valores éticos y morales de su actualidad, ponen reiteradamente énfasis o pretende redimir aspectos involucrados en temas como la milicia -que al parecer-, todavía los enorgullece y aman tanto.

Acerca de Jacobo Contente

Egresado de la carrera de Contador Público del ITAM, por varios años trabaja en la industria de la confección, transformación y la industria editorial.Es de destacar su actividad en organizaciones comunitarias judías mexicanas entre ellas la Comunidad Sefaradí y el Comité Central. Al mismo tiempo se dedica a la edición de varias publicaciones como la revista "Emet" (1984); periódico "Kesher" (1987) y "Foro" en 1989.Dentro del campo intelectual siempre ha tratado de mantener vigente la Asociación de Periodistas y Escritores Israelitas de México y por lo menos un medio escrito lo suficientemente amplio, con calidad y profesionalismo como lo es "Foro", para que más de 60 escritores de México y el extranjero expresen mensualmente a través de sus páginas los pensamientos e inquietudes que forman opinión dentro del gran número de lectores que hasta la fecha tiene.Dentro de esta misma práctica de edición, ha colaborado, cuidado y diseñado más de 40 libros de escritores e instituciones que se lo solicitan y tiene en su haber tres libros histórico-biográfico y de consulta, como el "Prontuario Judaico".

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