La historia de “El Boas” Sánchez es muy interesante. El Boas era su apodo, su nombre de pila era Lisandro y su apodo original era Chando o El Chandazo. Era de la familia de uno de los últimos judíos que vino a Múzquiz, de Turquía, como en 1740. El “turco” se llamaba Clemente Sánchez. El Boas era su bisnieto.
El Boas era un pelado al que le gustaba mucho estar rezando y meditando solo. Cuando rezaba se movía constantemente, para adelante y para atrás, y luego se quedaba meditando. Fue con el propósito de tener un lugar para meditar, que le compro a Don Noé González un terreno de cuatro hectáreas dentro del Rancho El Molino Buena Fe. Las cuatro hectáreas estaban en un encinar, tan tupido que la luz del sol casi no llegaba al suelo y por allí pasaba una acequia que llevaba agua muy fresca y de buen sabor. El Boas quería construir ahí una casa de tres cuartos y un baño. Un cuarto serio para rezar y meditar, otro para comer y otro para dormir. El baño lo quería construir encima de la acequia para que le entrara agua por un lado y le saliera por el otro.
Pero cuando El Chandazo llego a tomar posesión de sus cuatro hectáreas y empezar a planear exactamente donde quería construir su retiro, descubrió que el encinar estaba lleno de víboras de cascabel y varios coralillos. Añádanle a esto el hecho de que la gente decía que también había víboras voladoras a las que les decían Alicantres, por algo se llama Coahuila así, y le entro miedo.
Días después estaba platicando con sus amigos, mientras se comían una raspa en uno de los puestos de la plaza, cuando Napoleón Lozano le dijo “¿Sabes lo que necesitas Chando? En Argentina hay unas víboras que no tienen veneno, pero se comen a las venenosas. Se llaman Boas y son chingonononas, miden quien’say cuanto, dicen que cuatro metros.”
Chando se puso a investigar y encontró un comercio en Tampico donde las vendían, y te las mandaban bien empacadas. Compro cuatro, pensando que así soltaría una en cada hectárea.
Las boas llegaron a Muzquiz unos tres meses después y Chando, que quería reponerse del gasto que había tenido que hacer, las puso en exhibición, por unos días, en el kiosco de la plaza. Cobraba un centavo por verlas y los menores de cinco años no tenían que pagar nada.
La exhibición fue todo un éxito. La gente que había vistos cascabeles, coralillos, panzas blancas, y toda clase de serpientes, nunca había visto un viborón tan grande y todos querían verlo. Verlas se convirtió en un símbolo de status social. Tenías que estar muy jodido para no haberlas visto. Cuando la gente hablaba de ellas les decía “las boas de Chando.” Y poco a poco le empezaron a decir a él El Boas.”
Así adquirió su apodo.
Mientras tanto, un primo del Boas que quería poner una tienda de abarrotes, descubrió que ya había muchas en Muzquiz. Pero, sabía bien que muchos de los clientes de las que habían, eran de los Negros del Nacimiento, a los que también les decían indios Mascogos. El primo pensó “en Muzquiz ya hay muchas tiendas, pero no hay ni una en el Nacimiento. Si pongo mi tienda allá, los Mascogos me van a comprar a mí en lugar de venirse hasta Muzquiz.
El primo se fue a poner su tienda en el Nacimiento, pero para no estar solo le pidió a su mama que se fuera con él para hacerle casa. Doña Ema Cepeda Viuda de Sánchez se fue a vivir con su hijo.
Después de estar varios meses haciéndole casa a su hijo, Doña Ema empezó a hacer amistad con una muchacha mascoga muy guapa: Rutila O’ Reilly.
Como El Boas, Rutila tenía su historia y muy complicada y además hablaba perfectamente el español y el inglés.
Rutila era descendiente de los Seminoles Negros, como les dicen los Gringos, o Cimarrones, como les decían los españoles, que llegaron a Muzquiz como en 1850. Llegaron de la Florida y eran medio negros y medio indios y, además, muy fieros y no quisieron ser esclavos de los blancos sureños que llegaron a la Florida cuando la península se hizo parte de los Estados Unidos de Gringoria. Se vinieron para México porque sabían que ahí serian libres. Uno de los tíos de Rutila se llamaba Juan Caballo y otro Pompey Factor.
Un poco después de los Cimarrones, empezaron a llegar los Negros que en Gringoria les decían “Runaways”, es decir, esclavos de las plantaciones del sur de Gringoria, que se había escapado e ido a México, ayudados por muchos gringos buenos, y habían viajado a pie y escondiéndose, en lo que llamaban El Tren Subterráneo.
Los Cimarrones y los Runaways se empezaron a casar entre sí, y la gente les empezó a decir, no sé por qué, Mascogos. Todos sabían ingles porque venían de Gringoria y tenían apellidos irlandeses e ingleses.
Eran muy pobres, y para subsistir, las muchachas más jóvenes empezaron a trabajar como sirvientas en las cocinas de las familias viejas de Múzquiz. Así aprendieron español, pero también aprendieron a hacer tortillas de harina, machacado con huevo, frijoles refritos, menudo, y asar agujas y cabrito. Algunas de ellas, llegaron a darle mejor sazón a la comida que preparaban que las mujeres de Muzquiz que las habían enseñado.
Rutila vino a Muzquiz a trabajar como sirvienta, y aprendió español y todo lo que le enseñaron, además empezó a ir a la escuela y acabo la primaria en la Muzquiz-Hidalgo.
Pero su mama se quedó viuda y con muchos hijos e hijas, y le pidió a Rutila que se regresara y le ayudara. Así fue como pudieron conocerse ella y Doña Ema.
Al ver lo inteligente y hacendosa que era Rutila, Doña Ema le pidió que se viniera a trabajar con ella, cuando no le estuviera ayudando a su madre. Rutila empezó a ganar algo de dinero.
Mientras tanto el hijo de Doña Ema, de edad casadera, empezó a fijarse en ella. Era muy hermosa, era muy inteligente, y aparte de hablar español e inglés, hacia las mejores tortillas de harina y huevos estrellados de toda la región de Muzquiz. El Pelón Sánchez se fue enamorando de ella y finalmente le pregunto si quería casarse con él.
A Rutila, a quien ni siquiera se le había ocurrido, le gusto la propuesta. El hijo de Doña Ema estaba pelón, pero era guapo y además era un hombre muy correcto. Pero le dio miedo. Le dijo que tenía que ver que pensaba su madre.
La madre de Rutila le dijo, hija, te voy a extrañar mucho si te casas con él, pero a mí me paso algo parecido cuando tenía tu edad. ¡Si te gusta, anímate y cásate!
Rutila y el Pelón Sánchez se casaron.
El Pelón y Rutila vivieron muy felices unos dos años, pero un día en que la venia de regreso al Nacimiento, una víbora que estaba en el camino asusto a su caballo y salió corriendo. El Pelón se cayó y se golpeó en contra de una piedra enorme y quedo muerto. Rutila quedo viuda.
La mama lloro y enterró al Pelón y cuando el duelo disminuyo, decidió vender la tienda y regresarse a Muzquiz donde tenía una hermana con la que podía irse a vivir. Pronto le salió un comprador, Fito Arredondo, quien le pago al contado por casa y mercancías.
Doña Ema se preparó para regresarse a Muzquiz. Empacó todas sus cosas y las mando en un carretón, ella pensaba regresarse en un carro de dos ruedas, al que le enganchaba una yegua, que El Pelón le había comprado. Y cuando fue a despedirse de Rutila y su mama, se encontró que ella ya la estaba esperando con un enorme velizote donde tenía toda su ropa y sus zapatos. “¿qué estás haciendo hija?” Rutila le contesto, yo me voy con usted Doña Ema, porque ahora usted es mi madre, y sus parientes son también míos. Además, ¿Quién le va a hacer tortillas de harina y machacado con huevo como el que yo le hago?”
Piénsalo bien hija, no quiero que luego te arrepientas de haberte ido conmigo.
Ya lo pensé suegra, y además recé mucho y se lo que estoy haciendo. Me voy con usted porque ahora usted es mi madre y sus parientes también son míos.
Unas cuatro horas después, un poco después de mediodía, Doña Ema y Rutila entraron a Muzquiz, por la calle que corre desde la Casa Azul de los Garza Guerra hasta la plaza.
Doña Ema se fue a vivir con su hermana Carlota Cepeda. Carlota recibió a su hermana con los brazos abiertos y un gusto enorme, tanto gusto que ni siquiera le dio el pésame por la muerte del Pelón. Y a Rutila la recibió como una sobrina.
Carlota era la mama de El Boas que, como nunca se había casado, vivía con ella. El ya no era un hombre joven. Le andaba rascando a los cuarenta y era buen comerciante y ganadero. Pero todo mundo sabía que era un hombre muy bueno y limpio. No fumaba ni tomaba, ni iba a las cantinas o los zumbidos de la región a gastar su dinero “¿en qué?, ¡en nada!” decía. Además, pasaba mucho tiempo rezando en el retiro que construyo en el encinar de Don Noé después de que las boas que trajo de Argentina se comieron todos los cascabeles y coralillos. Pero, debe decirse, nunca iba a la iglesia de Santa Rosa o al Socorrito, y nunca se persignaba.
Las cuatro personas que vivían en la casa de Carlota siempre desayunaban, comían y cenaban juntos. Antes de sentarse a la mesa, se lavaban las manos en un lavabo que había a la entrada del comedor, y al terminar siempre decían “Gracias a Dios que nos dio de comer sin merecerlo.”
Lo que comían era siempre lo mismo. El desayuno era de huevos estrellados o revueltos, o machacado con huevo y la carne era de venado, tortillas de harina y café con leche. Al medio día comían, caldo de hueso de res, sopa de arroz o fideo, bistec y frijoles, con tortillas de maíz y agua de Jamaica. De postre comían una tortilla tostada encima de la que había queso y piloncillo derretido. Pero a veces se comían una cuchara del chancacón que habían sacado de la molienda de la caña en su rancho. A media tarde merendaban unas empanadas de calabaza, o de leche quemada. En la noche siempre cenaban agujas, tortillas de harina y café con leche.
Desde que llego, Rutila le pidió a Carlota que la dejara encargarse de la cocina. Ella compraba todo lo que se preparaba, y además conseguía la leña para la estufa. Con mucho cariño y esmero, dirigía las labores de dos muchachas Mazcogas, que se habían venido a trabajar a Muzquiz en la cocina de Carlota.
Como El Boas era muy recatado y no sabía qué hacer cuando estaba cerca de una mujer joven, al principio evitaba todo lo posible ver a su prima Rutila a los ojos, o verle la figura. No quería tener tentaciones y esas cosas. Pero si notó que todo lo que comía ahora estaba muy bueno y sabia mejor que antes. Se chupaba los dedos para no perderse de nada.
Un día, a la hora de la comida, el platón del que El Boas quería servirse frijoles estaba enfrente de Rutila y él no lo alcanzaba. Así que le dijo “¿Prima, me pasas los frijoles? Por primera vez la vio directamente a los ojos. El pobre de El Boas sintió que se estaba derritiendo por dentro. Nunca había visto los ojos de una mujer tan hermosa. A ella le pasó lo mismo. El Boas era muy guapo. No sabían que decirse. Nomás le dijo “gracias prima” y fue todo lo que se hablaron. Pero a la hora de la cena se sonrieron. Y al empezar el desayuno del día siguiente El Boas le pregunto a Rutila “¿Cómo amaneciste prima?” y, poco a poco, empezaron a platicar y conocerse.
Ustedes pueden imaginarse lo que fue pasando.
Se casaron un año después.
Se casaron en la iglesia de Santa Rosa, pero porque así se acostumbraba, no por otra cosa.
El chiste es que la boda de El Boas y Rutila se celebró con un pedón de los buenos. Don Noé, que era pariente retirado de El Boas, les regalo la comida para el banquete.
Don Noé mando traer mayonesa, que compro en La Francia Marítima, una tienda en la capital chilanga. Y mando traer pan de caja gringo de Eagle Pass, Tejas. Además, mando matar y hervir unas seiscientas gallinas de las que había en el Sabinito, uno de sus ranchos. Ya hervidas, las deshuesaron, pusieron la carne en varias carretillas nuevas, y le añadieron la mayonesa, chicharos, zanahorias y rajas de chile; todo lo mezclaron con unas palas que también eran nuevas. Cuando estaba bien mezclado todo hicieron como unos doce mil sándwiches para que la gente comiera hasta que se hartara. Y prepararon unos quinientos litros de limonada y la enfriaron con hielo de la fábrica de Don Noé. Y pusieron unos pasteles enormes, de betún de huevo, y charolas con puchas, en cada esquina de la plaza. Pusieron las mesas, una junto a otra, alrededor de toda la plaza. Cubrieron las mesas con manteles blancos y pusieron floreros por todos lados. No pusieron cuchillos, cucharas ni tenedores porque la gente iba a comer algo que nunca habían comido en Muzquiz, sándwiches de pollo como los que se comen en Gringoria y se comen con las manos pelonas.
El día de la boda, sentaron a El Boas y a Rutila en un trono cubierto con un techo, todo de terciopelo rojo, que pusieron en el kiosco del centro de la plaza. Y en cada esquina de la plaza pusieron unas barras de hielo que tenían flores adentro.
Cuando la gente se hartó de comer sándwiches, trajeron al Conjunto de los Hermanos Garza de Sabinas, y empezó el baile. Para eso habían cerrado todas las calles que daban a la plaza. Mientras tanto, algunas gentes que no tenían educación, fueron a su casa por picahielos, y se llevaron los pedazos de hielo que pudieron, para hacerse limonada en sus casas.
Todavía había gente bailando en la plaza, al día siguiente, a las tres de la mañana, hora en la que El Boas y Rutila hacía mucho se habían retirado y para entonces ya hasta habían consumado su matrimonio.
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