El día en que humillaron al maestro de mi hijo

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Ha sido costumbre que los niños de cuarto de primaria del colegio Henrietta Szold en Jerusalén –entre los cuales se encuentra mi hijo- salgan cada dos semanas a pasear por el barrio donde vivimos. Hace casi tres semanas les tocó ir a visitar la casa del presidente, el paseo lo hicieron a pie. Tanto la escuela como mi casa están muy cerca de la casa del presidente e incluso los oí desde la ventana cuando pasaron alrededor de las nueve de la mañana. Mi hijo no me comentó gran cosa acerca de la visita. A veces es un poco parco cuando uno le pregunta cómo le fue y responde con una breve sonrisa diciendo: “bien”. Se notaba, de cualquier manera, que estaba contento y se ve que siempre le es grato salir de los muros de la escuela y visitar nuevos lugares. No había ninguna razón para suponer que algo anormal o extraordinario hubiera sucedido.

Dos días después, me sorprendió ver un mensaje de whatsapp redactado por el director del colegio. El mensaje en hebreo, traducido literalmente al español, decía lo siguiente: “El martes tuvo lugar la visita de los alumnos de cuarto de primaria a casa del presidente. Durante la visita, Isam se vio obligado a pasar por una revisión en cuestiones de seguridad, mucho más allá de lo normal. Nos dirigiremos a las autoridades respectivas para que analicen la cuestión.”

Ese mismo día fui a la escuela y me encontré con el director. Con gran consternación me contó lo que había sucedido y me mostró la carta que había redactado. Isam es el maestro de mi hijo desde que estaba en tercero de primaria, y para su “desgracia” es árabe. Al entrar a casa del presidente, con todos los niños, otros profesores, el director, y padres que los acompañaban, lo llevaron para interrogarlo aparte. Todos los documentos de los participantes habían sido enviados días antes; aun así, a Isam se le separó de los demás y se le hizo un interrogatorio y una revisión mucho más minuciosa que a los demás. Se le preguntó incluso donde vivía, y al contestar que en el barrio de Beit Zafafa, los elementos de vigilancia, luciendo su ignorancia, le preguntaron si acaso era en Jerusalén Este. El director de la escuela se escandalizó de tal forma, que solicitó que no entraran los niños y los llevasen de regreso al colegio. Isam se opuso. No quería echar a perder la visita y estuvo dispuesto a seguir adelante con la revisión. En ese momento, Amiad, el director, dijo que, si no había alternativa, él exigía pasar por la misma revisión que Isam. Me contó que fue una revisión muy invasiva y humillante.


De pronto, en una situación de lo más cotidiana, destaca frente a los ojos del ciudadano común -aquel que aún se adhiere a valores humanistas y universales elementales- el agravio que sufren las minorías en el día a día. Uno de los principales gestores de esta vergonzosa atmósfera, que cada ciudadano puede enfrentar en la más inesperada situación, es el gobierno actual y el primer ministro en turno. Las cosas se agudizan más conforme se acercan las elecciones, pero el discurso ofensivo y degradante hacia quien no es judío en este país, e incluso hacia quien presuntamente es un “mal judío” o un judío traidor”, está al orden del día desde hace varios años. “Las hordas de árabes que van a votar en autobuses pagados por la izquierda” es la frase célebre que utilizó el primer ministro Netanyahu para alentar a sus votantes hace cuatro años. Polarizar a la sociedad y hostigar a sus fieles contra las minorías, como lo hicieron tradicionalmente los gobiernos antisemitas, es la estrategia a seguir. Así, la difamación de los “otros”, los solicitantes de asilo, los árabes israelíes –el veinte por ciento de la población- se va volviendo una práctica común. Netanyahu acusó, hace unos días a la izquierda israelí, es decir, a la oposición, de aliarse con los partidos árabes que quieren destruir a Israel.

Y todo esto ¿es mera retórica? ¿palabras vanas? ¿propaganda electoral que se diluye con el pasar del tiempo? A cada ciudadano le llegará la hora de verificar que todo ello tiene consecuencias en su vida cotidiana. Ya no se trata solamente de una táctica política, sino de una degradación moral. Mi hijo, al igual que el resto de los niños, ya estaban adentro y no se enteraron de la afrenta que sufrió su educador. Isam lleva trabajando en el colegio cerca de 10 años y, entre otras cosas, le enseña hebreo al grupo de mi hijo Amitai. De pronto en una situación de lo más común y corriente, uno percibe en carne propia cómo ese lenguaje de incitación y de odio, que busca funcionar como combustible de la exacerbación nacionalista para que Netanyahu y la derecha permanezcan en el poder, cobra precios tan altos para los ciudadanos árabes, y también para los ciudadanos judíos del país. Por supuesto que no le hemos contado nada a nuestro hijo y creo que otros padres tampoco lo han hecho. Pero ¿cómo podemos digerir nosotros una humillación al educador principal a cargo de él a través de las instituciones del estado? ¿Y si acaso Amitai lo hubiese visto? Sí hubiese el maestro aceptado la demanda del director de retirarse con todos los niños del recinto como forma de protesta, ¿cómo lo hubiesen justificado frente a los niños?

El director de la escuela prefirió no hacer demasiado ruido con la carta que redactó y pidió una reunión con los responsables de seguridad en casa del presidente, para que se le ofrezca una disculpa a él y a Isam. Al momento de escribir estas líneas ignoro cuál fue el resultado de la reunión. Lo que me queda claro, son las consecuencias directas que empezamos a sufrir a partir de ese lenguaje de odio que fue propio de regímenes antisemitas. Las cosas tienden a agravarse y en las últimas semanas Netanyahu ha otorgado su sello de legitimidad incluso al movimiento kahanista ultra-ortodoxo, xenófobo, que habla abiertamente de arrebatar la ciudadanía a los árabes del país e incluso expulsarlos.

Da la impresión de que para Netanyahu todo vale, incluyendo la humillación de los ciudadanos y también, si así sucede por consecuencia, de los niños, los hijos de sus ciudadanos.

Por ello, pido a mis socios, correligionarios de México y de otras comunidades en la diáspora, determinen de una vez por todas cuál es el momento de darle la espalda a un régimen que impulsa deliberadamente este tipo de perversiones, que promueve el agravio hacia educadores, hacia sus ciudadanos, hacia todo aquel cuya identidad política, étnica o religiosa, no vaya en armonía con los intereses del gobernante. Es tiempo de que los judíos de la diáspora tomen parte en esta contienda, que el liderazgo político de las comunidades, en México y otras partes, asuman una posición activa, y se pregunten qué clase de recibimiento le darían al primer ministro israelí actual, si de nuevo se presentara en algún foro de sus propias comunidades.

 

Acerca de Leonardo Cohen

Leonardo Cohen (México D.F. 1968) es profesor titular en el departamento de estudios de Oriente Medio y en el programa de Estudios de África de la Univesidad Ben Gurión del Néguev en Beer Sheva. Desde 1991 radica en Jerusalén y es miembro co-fundador del movimiento J Amlat (Judíos Latinoamericanos Progresistas por la Paz).

2 comentarios en «El día en que humillaron al maestro de mi hijo»
  1. Señor Leonardo Cohen, como autor de este artículo a usted le compete la responsabilidad de lo que escribe, pero todo evidencia que quiere escandalizarse por lo sucedido con el profesor árabe. Pareciera que ignorara voluntariamente que vive en Israel, que el riego de situaciones de terrorismo son cosa cotidiana, que la población árabe ha demostrado que no importa el status al que pertenezca, representa un riesgo real que no debe ser ignorado para los servicios de protección del presidente, especialmente si se trata de asegurar su integridad personal y la de su familia. Mal viene ahora usted a sugerir y a recomendar cómo se debe hacer seguridad, solo porque se trata del profesor de su hijo como el único argumento para sentirse ofendido por el cumplimiento de los requisitos de seguridad. Preocúpese de la seguridad de su familia que los encargados de seguridad del presidente se encargarán lo que les corresponda hacer, ya déjese de hipocresías!

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