En los países que se definen como musulmanes, esas normas siguen prevaleciendo, aun cuando en algunas de esas naciones, influidas por criterios más cercanos a la modernidad, se han incorporado modificaciones para atemperar esa inequidad tan lacerante para el género femenino. Aun así, no dejan de presentarse polémicas apasionadas entre, por un lado, los sectores sociales conservadores, y por el otro, los propensos al cambio. Los primeros pretenden mantener incambiadas las prácticas tradicionales de divorcio, mientras que los segundos consideran necesario promover ajustes y prácticas distintas, acordes con los nuevos tiempos.
Un caso en el que puede observarse con mucha claridad esa tensión es Egipto. De acuerdo con el reporte de la Agencia Central Egipcia de Estadística, publicado en febrero de 2018, este país muestra el tercer más alto índice de divorcios en el mundo, con 192 mil casos registrados en 2017.
El presidente Abdel Fatah al Sisi y el Ministerio Egipcio de Solidaridad Social y el Instituto Al-Azhar, alarmados por esos datos, decidieron emprender conjuntamente una campaña para tratar de reducir la alta tasa de divorcios, señalando como principales problemas, derivados de las separaciones, la desintegración familiar y la afectación a la vida de los millones de hijos de tales parejas rotas.
La campaña se basa en videos difundidos en las redes sociales en los que se intenta dar consejos y asesoría a la gente para lograr mayor estabilidad matrimonial. El diálogo, la comunicación, y la práctica de “ponerse en los zapatos del otro” forman parte de las recomendaciones ofrecidas. Incluso, se exhorta a los suegros a no inmiscuirse en la vida de pareja de sus hijos. Al respecto, la consigna es que el mantenimiento del matrimonio es la más alta prioridad, más alta aún que la obediencia y el respeto a los padres-suegros, tan ensalzados por la tradición. En otras palabras, se da el mensaje de que se vale no hacer caso a la intrusión y/o a la opinión de éstos con tal de salvar el matrimonio.
Para las y los luchadores por la igualdad de género en Egipto, el problema debe verse desde otra perspectiva. Consideran que no se trata de estar o no a favor del divorcio, sino más bien de encontrar las modalidades más adecuadas para el igualitario ejercicio de él. Esto porque, por un lado, el divorcio, tal como está establecido en la ley islámica (sharía), es una herramienta al servicio del machismo más primitivo. El que dependa únicamente de la decisión del hombre, quien de un plumazo puede repudiar a su mujer, sin importar ni la voluntad de ella ni la suerte que le espera, es un abuso monumental que se ha dado con aparente naturalidad a lo largo de siglos en infinidad de espacios del mundo musulmán. Del mismo modo, es igual de injusto y abusivo que las mujeres atrapadas en matrimonios infelices, disfuncionales o violentos, estén condenadas a permanecer en ellos de por vida si al marido no le da la gana conceder el divorcio.
En una sociedad como la egipcia, donde se debate constantemente acerca de la conveniencia de preservar los valores de la tradición religiosa islámica versus la necesidad de reformar y/o desechar muchos de tales valores por atentar contra los derechos humanos universales y la dignidad e igualdad de las mujeres, el divorcio ha funcionado más como una desgracia para ellas. Lo deseable sería que se transformara, en todo caso, en una liberación para ambos. Para ello sería necesario que las campañas de las autoridades y las organizaciones sociales no fueran contra el divorcio a secas, sino en pro de que éste se convierta en una prerrogativa a la que puedan recurrir en igualdad de circunstancias hombres y mujeres. Para la agenda progresista egipcia el avance que representó la ley de 1985, por la cual se permitió a la mujer divorciarse si su marido tomaba una segunda esposa, debe de profundizarse a fin de alcanzar metas más ambiciosas en el tema de la igualdad de género.
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