El duende

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La gente de Andalucía habla siempre de “el duende” sin poder definirlo.

En busca de la clave disfruto otra vez del discurso de Federico García Lorca sobre la “Teoría y juego del duende”, en el que la sensibilidad, inteligencia y erudición del poeta logran evitar lo que él más temía: “…el terrible moscardón del aburrimiento”. Profundidad y gracia hilan la filigrana de sus reflexiones, expresadas en la voz deslumbradora de su posibilidad creadora. “Voy a ver —dice humilde— si puedo daros una sencilla lección sobre el espíritu oculto de la dolorida España”.

Cita Federico personajes de su tiempo, como El Lebrijano: “Los días que yo canto con duende no hay quien pueda conmigo”. La Malena oyendo tocar a Brailowsky un fragmento de Bach: “!Olé! Eso tiene duende”. Manuel Torres, escuchando a Falla: “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”. Goethe define el duende al hablar de Paganini: “Poder misterioso que todos sienten y ningún filósofo explica”. La Niña de Los Peines cuando ya sin facultades emitía un “quejío”, daba “…paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes…” Y la vieja de 80 años triunfadora del concurso de baile de Jerez de la Frontera: “…contra hermosas mujeres y muchachos con la cintura de agua, por el solo hecho de levantar los brazos, erguir la cabeza y dar un golpe con el pie sobre el tabladillo… ganó aquel duende moribundo que arrastraba por el suelo sus alas de cuchillos oxidados”.


Encontré el duende en Pablo Casals cuando tocó el chelo para su entrevistador en algún lugar del Caribe. En Miguel de Molina, aquel espeluznante cantaor al que una mala noche Cantinflas le gritó maricón en el Teatro Iris, de México. En Antonio, el bailarín que no necesitaba apellido. En Rafael de Paula, alguna Feria de Sevilla, la tarde en que vestido de verde botella y azabache caminó, las manos quietas y bajas, con el toro tras de él, paso a paso, hasta llegar juntos al otro extremo del diámetro de La Maestranza. Con Arthur Rubinstein, ante el piano de su casa en París, hablándonos de la noche en que los zapatistas apagaron a balazos las luces del Teatro Abreu y el siguió tocando hasta terminar su concierto y los revolucionarios pasmados lo cargaron hasta el Hotel Isabel.

Viendo a El Cigala la otra noche me preguntaba de dónde le vino el duende. No es cosa de cambalache ni conocimiento aprendido. De pronto se sienta en el trono de los artistas españoles en el mundo, entre, nada menos que Juan Manuel Serrat, Plácido Domingo, Raphael y Julio Iglesias. Un gran músico, sí; un singular intérprete porque su voz es viejo dolor, desgarrado lamento gitano, sí. Me recuerda, más que a sus paisanos, a Agustín Lara: sin voz de tesitura a la moda, sin figura física de galán cinematográfico, sin montajes espectaculares. Los había y los hay más famosos, guapos y ricos, pero Agustín tenía duende. Lo envolvía como un halo en el foro del Teatro Lírico o en la plaza de toros.

El Cigala me ofreció, supongo que no de broma, emplearme de palmero si me retiro de periodista. Consulto el diccionario de la RAE: “Palmero: persona que acompaña con palmas los bailes y ritmos flamencos de Andalucía”. Un sueño. Imagínese usted caer hacia arriba a estas alturas de la vida, ganando dinero rodeado de bailarinas, de fiesta en fiesta, oyendo cantaores, cupletistas y guitarras, viajando por el mundo sin dramas ni preocupaciones. Olé. Creo, sin embargo, que no aceptaré por dos problemas sin solución: primero, me gusta mi oficio desde hace 70 años, tarde para cambiar, y, segundo, hasta para sonar las palmas se necesita duende. “El duende, dice García Lorca, no llega si no ve posibilidad de muerte… Lagartijo con su duende romano, Joselito con su duende judío, Belmonte con su duende barroco y Cagancho con su duende gitano… el duende se encarga de hacer sufrir por medio de drama, sobre formas vivas, y prepara las escaleras para una evasión de la realidad que circunda… El duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca”.

Termina el granadino: “El duende… ¿Dónde está el duende? Por el arco vacío entra un aire mental que sopla con insistencia sobre las cabezas de los muertos, en busca de nuevos paisajes y acentos ignorados; un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusas que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas”.

Antes del hasta luego Diego piensa en voz alta: “Algún día con la biografía y obra de Federico García Lorca, con todo lo que hizo el poeta de los gitanos, voy a hacer un disco”.

Es la asignatura pendiente de un hombre fiel a su origen, a su cultura, a su llanto de siglos, a su lágrima heredada.

Y a su duende.

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