El edén de Bebela

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A José Luis Oliver Egea, con agradecimiento

Un lugar colmado de muchas delicias. Así es el jardín de Isabel. Un huerto cerrado al mundo y a sus prisas. Un cuenco en el que armonizan los vientos y las brisas, el rumor de los pájaros y las lujuriosas vibraciones de los insectos. Entre la Estación1, del ir y del venir y ese lago que en las noches oscuras refleja las diminutas estrellas, es el jardín de Isabel morada para el amor en la pendiente de la nava; un milagro que habla de lo eterno en esa ladera que quizás sube o que quizás baja.

Aquí, en este místico lugar, es donde conspira la nueva Judith la suerte del tirano que la impone su dictado. Y sus manos, mientras podan la espesa maleza, evocan la de la hija de Israel arrastrando por los crespos cabellos la cabeza del déspota. Pero al mismo tiempo, qué seductora, qué bella. Sus ojos, como los de la mismísima Tamar, son puertas de la heroína casta. Exigen el amor y recuerdan a la virilidad su deuda.


Azucena es la bella en el jardín de mil esencias. En ese jardín sinuoso en el que Ella conspira contra Él; pues le acusa de creerse el Único. E incansable pleitea la hermosa niña, que expresa en cada uno de sus graciosas gestos -¿pues cómo resistirse a sus encantos?- lo fundado y sobrado de sus razones. Ahí, en el centro de ese edén impregnado de esencias hebreas, puesto que lo teje su hermano Antonio, el hebreo de Quintana, mientras melda incansable talmúdicos proverbios, se ocupa de cada grano; de cada tallo y de cada hoja, con la minuciosidad de un discípulo de Linneo y la devoción de esos mancebos que perseveran en el estudio del primero de los seis órdenes de la Misná, llamado Zera’im, que como es bien sabido, se ocupa de la agricultura.

Pero, en cualquier caso, los árboles que con tanto esmero plantó el hermano Antonio, en este lugar guardián de los misterios, señalan al cielo como punteros de maestra. Y el sol, mientras surca su mar azul, crea en ellos, sobre la verde pendiente encajes de sombras. ¿Qué secreto esconde el texto que trazan los laureles los oscuros renglones? ¿Qué confidencias deposita el cálido astro sobre el húmedo musgo de la doncella extremeña? ¿A qué tesoros aluden los brillos que recorren, temblorosos como caricias, su verdor, su esmeralda? Muchas son las almas que se venderían por obtener la respuesta.

Sea como sea, aquí es donde Isabel cose y canta esas cosas del amor de la que ella es doctora. Es aquí donde lee los versos que le dedican los poetas. Donde medita esa Sinrazón que es la razón de todas las razones. ¿Cómo puede el corazón amar tanto y a tanta cosa? La respuesta sólo la tiene ella, que oficiaba de sacerdotisa del amor en aquellas charlas sobre El Cuzarí ante aquellos devotos que hoy parecen haber olvidado sus enseñanzas. Aunque quizás no. Quizás, lo que ella enseñaba, aunque no pueda ser conocido, domesticado ni sabido, tampoco pueda ser olvidado. Quizás, porque cosa rara es el amor, lo que ocurra simplemente es que el pensamiento que por él se agita, no consiga darle forma que perdure.

Lo que ella enseña, o mejor dicho, lo que su existir desvela a aquéllos que hemos tenido la suerte de compartir con ella algunos instantes, sin duda se refleja en los libros que ha ido escribiendo, en su actividad docente. Sin embargo, hay en el fervor con el que ella se ha entregado al estudio del amor hebraico, algo que muy probablemente nunca pueda llegar a ser plenamente revelado, algo cuya esencia sea, y no pueda dejar de ser, sino recatado secreto. Pero, pese a ello, sin ninguna duda, existe una ínsula gobernada por el amor de la que Isabel es profeta. Y muy probablemente que este jardín judío en las Navas del Marqués no sea, en definitiva, sino el mapa que hacia ella conduce.

Pero lo curioso es que, siendo lugar al que nos lleva el amor, que es siempre empresa joven, también cuando nos sentimos viejos, cansados, ahítos, acabados, recordar el jardín de Bebela, tan hermoso incluso ahora que se anuncia el otoño, trae a esos corazones que laten entre aquí y allá un muy dulce sosiego. Ello no es raro pues es jardín de amable matrona que cuida con mimo el hermano Antonio afanado en dar nombre a las mismas flores. Jardinero como nuestro padre Adán.

 

  1. Barrio de la Estación. Las Navas del Marqués, Ávila

Por Antonio Escudero Ríos y Joaquín Lledó

Acerca de Antonio Escudero Ríos

Nació en 1944 en Quintana de la Serena, Badajoz. Hizo las carreras de Filosofía y Publicidad en Madrid en donde reside desde 1960. Es editor literario e investigador de Judaica. Ha realizado ediciones facsimilares de la Guía de los Perplejos, el Cuzarí y de la obra de Isaac Cardoso. Dirigió las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos en Hervás, en 1995, con Haim Beinart. Fue Director de las Actas del mencionado Congreso, publicadas en 1996. Colaborador en las revistas judías Raíces, Los Muestros, Maguem y Foro de la vida judía en el mundo, entre otras publicaciones. Creador, junto a otros entusiastas, de la Orden Nueva de Toledo, Fraternidad dedicada a la defensa plural de Israel y el Líbano cristiano, así como combatir el antisemitismo. Ha plantado miles de árboles, y construido, con Don Jaime Botella Pradillo, un jardín dedicado a los Justos de las Naciones en Las Navas del Marqués, en tierras de Castilla.

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