Casi todos los profetas anteriores a Jesús, presionados por el medio externo y obligados por la exigencia interior, hacían su viaje al desierto de Judea, que está por debajo del nivel de la arquetípica ciudad de Jerusalén. Allí, en el desierto o midbar afilaban el verbo o dabar . Haciéndose eco de esa tradición el Nuevo Testamento nos dice en Mateo 4: ´´Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.´´ Experiencia que está acompañada por un largo ayuno y de la que del maestro sale airoso diciendo, mejor dicho citando el pasaje del Deuteronomio 8:3 que dice: ´´No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios´´.
En la versión griega el desierto es llamado erimon, de donde provienen nuestras palabras ermita, ermitaño. Pero este ´´desertar´´, que se lleva a cabo como vemos por razones sutiles, impulsado por el Espíritu, sigue una secuencia que podríamos llamar de catábasis, de descenso hacia el fondo de uno mismo, hasta llegar a ese punto en el que la soledad habla, o, para decirlo de otro modo, el accidente se transforma en destino y el sujeto-en este caso el profeta-habiendo vencido las tentaciones de poder, conquistado y doblegado el ansia egótica de tener, sometido ya el deseo a la voluntad, puede reemprender el camino de los hombres, hacer su anábasis o ascenso. En términos psicológicos podría decirse que el descenso es un ingreso en el inconsciente y el ascenso, tras el combate con las fuerzas negativas, una emergencia a la esfera de la conciencia pero con una mayor dosis de lucidez. Que esta experiencia vital no cesó después de la vida y obra de Jesús lo vemos en la obra de los llamados Padres del Desierto, los primeros ascetas que en la Tebaida-cerca de Alejandría-se dedicaron a explorar sus posibilidades psíquicas con tal de entender en profundidad el mensaje de Jesús el Nazareno.
Como dato significativo destaca, en el citado pasaje, ese ´´fue llevado´´ al desierto, que en latín es ductus y en hebreo es hubal, el cual contiene doblemente el corazón o leb y el halo o aura, hel , luz que el sujeto deberá conquistar a través de la meditación y que le ayudará, en especial, su lucha contra el oscuro miedo. La búsqueda de la soledad tiene como fin último, por tanto, afinar la comprensión de nuestro lugar en el cosmos y, en el caso de los profetas, extraer del desierto la palabra justa, la palabra espiritualizada de nuevo, quintaesencial, reparadora. Equivalente de ello es en la India, y según nos lo cuentan los Upanishads, esa ´´sabiduría del bosque´´que poseen los maestros del Yoga o de la meditación retirados del mundanal bullicio por voluntad propia. Quienes, aislados y en solitario, llegan al fondo de sí mismos para ayudar después a los demás.