El estado-nación israelí versus el patriotismo constitucional norteamericano según Hannah Arendt

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En una entrevista televisiva celebrada un año antes de su muerte, Hannah Arendt (1906-1975) explica las principales diferencias entre un estado federal como Estados Unidos y el que finalmente llevó a cabo el sionismo, en la Tierra de Israel – Palestina.

Estados Unidos no es un estado-nación. No está unido por herencia, por recuerdos, por el suelo, por la lengua o por un origen identitario. Los únicos norteamericanos auténticos son los aborígenes, todo el resto son ciudadanos. Lo que une a los norteamericanos es la aceptación de la constitución. Para los alemanes o franceses, la constitución es un pedazo de papel que pueden modificar en cualquier momento,  pero en Norteamérica, es un documento casi religioso, el recuerdo constante de un acto sagrado, el acto de su fundación. Dicho acto consistió en reunir un grupo de minorías étnicas, provenientes de muchas regiones sin por eso nivelar ni anular estas diferencias. Los padres fundadores se dedicaron sobre todo a preservar los derechos de las minorías porque consideraban que en un cuerpo sano debe existir una pluralidad de opiniones.

Por el contrario, Israel es un estado-nación. Su actitud hacia los nativos árabes depende en gran medida de la identificación que los judíos fundadores del mismo, provenientes en su mayoría  de Europa Central siempre sintieron instintivamente y sin reflexión.  Para Teodoro Herzl y Bernard Lazare,  su origen judío tenía un significado político y nacional. No podían hallar un lugar para ellos en el mundo judío si el pueblo judío no constituía una nación.


La pensadora alemana escribía en 1946 – El Estado Judío cincuenta años después-  el sionismo puede incluirse entre los muchos “ismos” de la época, cada uno de los cuales pretendía explicar la realidad y predecir el futuro en base a leyes y fuerzas irresistibles. Al igual que los movimientos contemporáneos más conocidos como el socialismo o el nacionalismo, nació de un verdadero entusiasmo por la política, y comparte con ellos el triste destino de haber sobrevivido a las condiciones políticas que lo hicieron posible.  Según esta versión, la nación es un organismo eterno, el producto de un inevitable desarrollo natural de cualidades innatas, los pueblos no son entendidos como organizaciones políticas, sino como personalidades sobrehumanas.

En este sentido, y casi desde el principio, la desgracia de la construcción de un hogar nacional judío ha sido que iba acompañada de una ideología centro- europea de nacionalismo. Por razones ideológicas, los sionistas desdeñaron a los árabes-palestinos, que vivían en lo que para ellos habría sido un país vacío, para que encajaran en sus ideas pre-concebidas de emancipación nacional.

El mencionado movimiento político-ideológico tuvo un gran espaldarazo con la catástrofe europea, pero ello le contagió de elementos no queridos. Para los judíos que pasaron por esta experiencia todos los gentiles pasaron a ser iguales a los perpetradores del crimen.  Eso es lo que llevó a los sobrevivientes del holocausto a su  deseo de ir la Tierra de Israel y Palestina. No es que se imaginaran que allá estarían seguros: es simplemente que querían vivir entre judíos, pase lo que pase. Lo que los supervivientes deseaban  por encima de todo, era el derecho a morir con dignidad: en caso de ser atacados, con sus armas en las manos. Pasó, probablemente para siempre, aquella preocupación básica de los judíos durante siglos: sobrevivir a cualquier precio. En lugar de ello, se encontró en los sobrevivientes un rasgo esencialmente nuevo, el deseo de dignidad a cualquier precio.

Los  sionistas están convencidos, y así lo han anunciado muchas veces, de que el mundo – o la historia, o una moralidad de orden superior- les debe una reparación por las injusticias causadas a los judíos durante dos mil años y, más concretamente, una compensación por la catástrofe de los semitas europeos, que en la  opinión de los sionistas,  no fue simplemente un crimen de la Alemania nazi, sino de todo el mundo civilizado. Los árabes palestinos, por otro lado, replican que dos injusticias no hacen una acción justa y que ningún código moral puede justificar la persecución de un pueblo en el intento de reparar la persecución de otro.

Israel puede convertirse en un factor muy importante para el desarrollo de Oriente Próximo pero siempre seguirá siendo  una pequeña isla en medio de un mar árabe.   El judaísmo a diferencia del cristianismo no es  una creencia, una fe, es una religión nacional, en la cual religión y nación coinciden. A los 14 años Arent le dijo a su maestro de judaísmo que no creía en d-os. El respondió, nadie te lo pide.

En la entrevista con Errera y Lubtchansky, culminó diciendo, Israel es el representante del pueblo judío en el mundo, que esto nos guste o no es otra cuestión.

Bibliografía: Una revisión de la historia judía y otros ensayos, Paidos, 2005.
Entrevista de Roger Errera y Jean Claude Lubtchansky a Hannah Arent, disponible en Youtube.

Acerca de David Malowany

Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

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