El estrella de David y el candelabro

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Sepultados bajo la creciente marea de una información superficial y sometidos al vértigo de su impermanencia, hoy más que nunca nos es indispensable conectar con lo que el psicólogo Jung denominaba ´´los símbolos de transformación´´ psíquica, esas figuras, emblemas y constantes que a lo largo de los siglos aparecen en nuestros sueños para guiarnos y que atraviesan nuestra realidad para enseñarle al alma cuáles son sus estaciones, sus moradas, sus ritos de paso. Si el fuego, el aire, el sol, la amistad, el árbol, los pájaros o los colores, la cruz o la estrella. Los símbolos son, entonces, puntos de apoyo, centros de metamorfosis que, debidamente comprendidos, nos llevan al siguiente y así sucesivamente hasta que hemos aprendido la lección: el corazón humano no sabe de números sino de imágenes y arquetipos. La psique no es una regla de cálculos, por bien que pueda hacerlos. Es, sobre todo, el depósito de mitos, ritos, geometrías y modelos acumulados por los siglos y puestos a nuestra disposición en nuestro camino de realización y entendimiento.

Los símbolos han existido siempre, bien diferentes de los signos-de nuestras carreteras o autopistas, torres eléctricas o puertas de lavabos-, tanto es así que parecen ser muy anteriores al lenguaje. En el judaísmo tenemos dos joyas simbólicas, la estrella de David y el candelabro, la primera hallable en la India y en otros sitios, y el segundo casi seguramente sólo en Israel, aunque aluda al árbol de la vida presente en otras culturas. De la estrella de seis puntas los alquimistas sacaron su teoría de que el fuego asciende y el agua desciende, y que los dos triángulos enlazados son, también, un emblema del amor. El cristianismo se quedó, para su altar, con seis de las siete luminarias del candelabro y reemplazó el brazo central por la cruz. Eso indica que los símbolos se modifican a lo largo del tiempo pero, y si se mira con atención, continúan siendo reconocibles. También el chal de rezos, el talit, tiene su simbolismo en el número de nudos, que el Libro de la claridad o Bahir, precioso texto kabalístico provenzal, explica como los senderos de un jardín interior al que el orante accede en la meditación o durante los rezos. En cambio la mezuzá es un signo, que indica tanto una casa judía como que esa morada está bajo protección celestial. Los símbolos tienen más de un significado y tienden a superponer sus partes como las pieles de la cebolla, en tanto que el signo sólo tiene una función, de corto alcance. Las señales de tráfico, en ese sentido, puntúan zonas muy delimitadas, en tanto que los símbolos pueden referirse a varias cosas o entidades a la vez. El candelabro o menoráh alude al ciclo hebdomedario, pero según insinúa el profeta Zacarías también puede aludir a los siete ojos del Creador, es decir a siete luminarias celestes, entre ellas Venus y el Sol.

La palabra hebrea para símbolo, sémel , tiene el mismo valor numérico que la palabra noad, reunirse, juntar, y eso es lo que precisamente hacen los símbolos, convocan. Agrupan a los seres humanos con frecuencia con más fuerza que las palabras. ´´La poesía-escribió, alguna vez, Juan Ramón Jiménez- es un intento de aproximación a lo absoluto a través de símbolos.´´ La estrella de David que nuestros enemigos nos impusieron para humillarnos y ofendernos constituye todavía nuestro orgullo, y en las hileras de butacas de la Kneset se ve reflejado, si se mira el parlamento desde lo alto, la huella del candelabro. Una y otro aún irradian, en tanto símbolos, la luz que traemos al mundo.


Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.

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