La sociedad civil búlgara se movilizó de una forma extraordinaria y heroica y la iglesia ortodoxa búlgara estaba totalmente contraria a las políticas antisemitas puestas en marcha por los nazis
Aunque Bulgaria fue uno de los pocos países de Europa donde no hubo deportación de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, a merced y gracias a la intervención de la sociedad civil en favor de la comunidad hebrea, pero especialmente de la Iglesia ortodoxa y algunos políticos, sí hubo algunos episodios lamentables en territorios ocupados por los búlgaros durante la contienda.
A este respecto, en las páginas web del Museo Yad Vashem hemos encontrado este texto que relata muy brevemente la historia: “Macedonia fue anexionada a Bulgaria en abril de 1941. Inmediatamente los judíos de la región fueron sometidos a leyes discriminatorias. En septiembre de 1942 fueron obligados a señalar sus casas y negocios y los mayores de 10 años forzados a llevar una estrella de David sobre la parte izquierda del pecho. Ya a fines de 1941 habían comenzado negociaciones entre los alemanes y búlgaros respecto a la deportación de judíos a los campos de exterminio. En febrero de 1943 se firmó un acuerdo para deportar a 20.000 judíos de territorios búlgaros, incluidos los de Macedonia y Tracia septentrional, e incluso de la misma Bulgaria. El 11 de marzo de 1943 se llevó a cabo una bien planeada operación, en la cual fueron capturados 7.341 judíos de Macedonia, que fueron aprisionados en depósitos de tabaco gubernamentales en Skopje. El 22, 25, y 29 de marzo de 1943, 7.144 de ellos fueron deportados a Treblinka. Sólo 200 judíos de Macedonia sobrevivieron la guerra”.
Noticia de los sefardíes búlgaros
Antes de referirnos al Holocausto, conviene que repasemos algo de la historia de los judíos búlgaros. Los sefardíes búlgaros llegaron en Bulgaria tras la expulsión de los Reyes Católicos, en 1492, y se fueron asentando en varias oleadas en la “tolerante” Bulgaria. La mayoría no provenían directamente de España, o Sefarad para ellos, sino que provenían de Francia, Portugal y otros países europeos donde iban siendo expulsados o sufrían las tradicionales persecuciones religiosas o políticas muchas veces.
Durante toda la época otomana, que llegó en el caso de Bulgaria hasta finales del siglo XIX, los judíos gozaron de una posición prominente en lo social y en lo económico en la vida del país y nunca tuvieron los problemas que otras comunidades de los países cristianos tenían. También cabe reseñar que la Iglesia Ortodoxa búlgara, a diferencia de las iglesias católicas occidentales, nunca fomentó el antisemitismo y practicó una política de coexistencia pacífica con el resto de las confesiones religiosas.
Luego, llegada la independencia de Bulgaria, los judíos vivieron una nueva época de esplendor. Se abrieron numerosos periódicos, revistas, teatros, academias, colegios, escuelas rabínicas y por todo el país se construyeron nuevas y ornamentadas sinagogas. La vida judía bullía, sobre todo en lo cultural, y el ladino seguía siendo una lengua de referencia utilizada por la comunidad, a diferencia de otras partes de Europa donde la vida sefardí se iba agotando paulatinamente. El ladino, como vehículo de expresión cultural y social, pervivió en Bulgaria hasta bien entrado el siglo XX. Aún hoy he encontrado todavía a algunos judíos búlgaros -por lo general mayores- que lo hablan.
En el centro de Sofía todavía hoy podemos visitar la imponente Sinagoga Central, museo de la comunidad judía y en plena actividad hoy en día para los pocos hebreos que asisten a los oficios religiosos. Este centro religioso judío fue construido entre 1905 y 1909, siendo una de las obras más representativas del arquitecto austríaco Friedrich Griunanger. El edificio, que desde luego llama la atención en el centro de la capital búlgara, es una síntesis de elementos moriscos españoles y estilos bizantinos, muy en la línea de otras construcciones de Sofía. La Sinagoga Central tiene 33 metros de alto y seis torres con 12 estrellas hexagonales que están orientadas hacia el Este, hacia la ciudad santa de Jerusalén. Se encuentra casi enfrente del gran Mercado Central de Sofía.
Para los expertos en arte judío, la Sinagoga tiene un gran valor artístico, sobre todo en lo que se refiere al oratorio y las finas pinturas de su interior. También son impresionantes sus columnas, su gran lámpara -que corona toda la Sinagoga- y, ya fuera, sus cuidadas y estilizadas fachadas. No en vano, en 1955, durante la época comunista, la Sinagoga fue declarada monumento nacional y se realizaron algunos trabajos para adecentarla.
Uno de los grandes méritos de esta construcción es que fue una de las pocas que se salvaron de la tragedia del Holocausto. Mientras la mayor parte de las sinagogas de los Balcanes fueron arrasadas durante la ocupación alemana de esta zona de Europa, pero especialmente las griegas y rumanas, donde las autoridades colaboracionistas de los nazis se ensañaron con sus respectivas poblaciones judías, en Bulgaria, gracias a la intervención de la Iglesia Ortodoxa búlgara y otros sectores sociales del país, los judíos sobrevivieron al exterminio y pudieron conservar sus instituciones con sus edificios.
Bulgaria, aliada de los nazis en los Balcanes
Conviene recordar que en 1943, cuando Bulgaria se alió con los nazis para aumentar su territorio a costa de sus vecinos, los judíos estuvieron a punto de ser enviados a los campos de concentración. Sin embargo, la muerte providencial del pro nazi rey búlgaro Borís III -abuelo de actual monarca búlgaro, Ciril- llevó al traste estos planes y los siguientes dirigentes búlgaros dejaron la decisión para mejores tiempos en la guerra que Alemania libró contra casi todos en Europa. Los mejores tiempos no llegaron, los judíos búlgaros se movilizaron para evitar su deportación y la sociedad de Bulgaria se mostró claramente contraria a la colaboración con los nazis en el asunto del exterminio de los judíos. La Iglesia ortodoxa también se manifestó públicamente en contra la deportación y el genocidio judío puesto en marcha por los nazis.
Tan sólo queda en el triste recuerdo de esta comunidad que entre el año que se frustró el envío de la misma a los campos de concentración y el final de la guerra, en 1945, tuvieron que soportar el confinamiento, los centros de trabajo forzados y el desprecio por parte de algunos funcionarios búlgaros de la época. La victoria alemana, por suerte para todos, nunca llegó. No obstante, pese a la gravedad del momento, hay que destacar la generosidad y el apoyo que estos judíos recibieron de numerosas autoridades, incluso 43 diputados búlgaros que firmaron una suerte de manifiesto en contra de las medidas antijudías y de dos obispos ortodoxos importantes en la época: Stefan, futuro exarca -suerte de obispo en la jerarquía ortodoxa-, y Kiril, que más tarde llegaría a ser la máxima jefatura de la Iglesia Ortodoxa del país.
Los judíos búlgaros, además, participaron activamente en el movimiento de resistencia contra los nazis y sus colaboracionistas locales, llegando a ser más numerosos que el resto de las demás minorías que viven en Bulgaria y con un peso porcentual en dicho movimiento superior a su peso demográfico en el momento. Más tarde, una vez liberado el país por los soviéticos, en 1944, los judíos recuperarían todas sus propiedades y derechos, de los que habían sido desposeídos por el “gobierno” títere de Sofía. Para los judíos, y así me lo reconocía un testigo de aquellos hechos y momentos, la llegada de los soviéticos fue recibida con gran satisfacción y alegría, como el final de sus penalidades y el comienzo de una nueva era que se preveía más esperanzadora.
En definitiva, y así hay que reconocerlo, el nuevo régimen comunista devolvió a los judíos búlgaros todos sus derechos y libertades fundamentales; además, a partir de 1948 Bulgaria fue el único Estado socialista que permitió a los judíos búlgaros a emigrar hacia Israel y se calcula que unos 40.000 de ellos lo hicieron con todas las garantías y sin trabas legales, a diferencia, por ejemplo, de Rumania, donde el tradicional antisemitismo rumano siguió perviviendo en la sociedad hasta épocas muy recientes.
Los judíos hoy
En 1989, tras los cambios políticos en el país balcánico, los judíos volvieron a emigrar, aunque esta vez por razones económicas, pues la vida de este país se deterioró hasta niveles desconocidos, y políticas -la Transición no fue tan sosegada y tranquila como en otras partes del difunto bloque comunista y muchas veces la violencia se impuso como norma antes que el diálogo-. Ya sólo quedan, sobre un censo de casi siete millones de búlgaros, algo más de 2.000 judíos, aunque quizá la cifra sea menor a tenor del creciente flujo migratorio hacia el exterior que sufre este país.
En lo que respecta a la vida judía, la Sinagoga Central que describíamos antes continúa abierta, aunque está en obras y necesita una seria rehabilitación, y apenas ya hay publicaciones y libros sobre esta vida judía que se desvanece, que desaparece tristemente tras una larga historia de sacrificios, epopeyas, grandes hombres, heroísmos sin nombre, hechos cotidianos que cambian un país y una bella estela que se va borrando ante el silencio y la complacencia de casi todos. Resulta lamentable que, a estas alturas, en un mundo donde se gasta el dinero público de una forma a veces caprichosa, gratuita e inútil, nadie sea capaz de prestar atención a esta rica herencia que algún día no lejano simplemente no podremos contemplar y que será parte de un olvido colectivo.
En definitiva, se puede afirmar que la comunidad judía de Bulgaria envejece a ritmo irreversible, sobre todo porque los más jóvenes emigran y porque hace tiempo que esta población no se renueva con nuevos componentes procedentes del exterior; su antaño rico patrimonio cultural y arquitectónico agoniza y amenaza con desaparecer, tal como ha podido comprobar quien suscribe estas líneas. El cementerio judío de Sofía, por ejemplo, es casi un basurero abandonado y ruinoso, e incluso algunas de sus lápidas fueron destruidas por una horda de fascistas, de las que tanto abundan ahora en el Este de Europa. Lástima tanta decadencia y olvido para esta histórica comunidad judía de los Balcanes.
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