El fanatismo, en su esencia, es la abdicación del pensamiento, una rendición incondicional a la autoridad de otro, no por sus ideas, sino por su mera existencia. Es aceptar todo de alguien, lo que ha dicho, lo que ha hecho, y, más aún, lo que dirá o hará, sin someterlo al tamiz de la razón, sin contrastarlo con los propios ideales, cultura o filosofía. En contraste, la auténtica lealtad se debe a las ideas, no a las personas, pues sólo las ideas pueden ser examinadas, cuestionadas y abrazadas con la claridad de la mente despierta. Como proclama el Salmo 119:105: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”. La luz de la razón, no el fulgor de una figura, es la que guía el sendero de la verdad.
Sin embargo, el fanatismo no siempre se manifiesta de la misma manera. En el ámbito del fútbol, el fervor por un equipo, sus colores, su historia, su legado, puede parecer una forma de fanatismo inofensiva, arraigada en la familia, la tradición o la identidad. Pero, mientras el fanatismo deportivo se limita a la pasión por un símbolo, el fanatismo político tiene consecuencias profundas, pues los políticos moldean la economía, la educación, la seguridad y la salud de una sociedad. La apatía hacia la política, lejos de ser una postura neutral, es una forma de complicidad pasiva, un abandono de la responsabilidad de informarse y participar. Como advierte el profeta Oseas: “Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento” (Oseas 4:6). En esta reflexión, exploraremos el fanatismo, la lealtad y la responsabilidad ciudadana con un espíritu filosófico, intelectual y romántico, buscando la chispa de la razón que ilumina el corazón humano.
El fanatismo como renuncia al pensamiento
El filósofo Immanuel Kant, en su ensayo ¿Qué es la Ilustración? (1784), definía la ilustración como “el abandono de la minoría de edad autoimpuesta”, exhortando a los hombres a “¡atrévete a saber!” (Sapere Aude). El fanatismo es la antítesis de este mandato: es la negativa a pensar, la entrega ciega a la autoridad de otro, no por la validez de sus ideas, sino por el carisma, el poder o la promesa de certeza que ofrece. Aceptar “todo” de alguien, incluso lo que aún no ha dicho o hecho, es renunciar a la libertad de juicio, un acto que, como sugería Jean-Paul Sartre en El ser y la nada (1943), equivale a una “mala fe” existencial, una evasión de la responsabilidad de ser libre (p. 70).
Esta dinámica es evidente en los cultos a la personalidad, como el que rodeó a figuras históricas como Mao Zedong o, en tiempos más recientes, ciertos líderes populistas. Por ejemplo, durante la Revolución Cultural china (1966-1976), millones veneraron a Mao no por un análisis crítico de sus políticas, sino por una devoción fanática a su imagen, incluso cuando sus decisiones llevaron a hambrunas y represión. El Talmud (Pirkei Avot 1:6) advierte: “Hazte un maestro, pero no te conviertas en esclavo de otro”. La lealtad debe ser a las ideas, no a las personas, pues sólo las ideas pueden resistir el escrutinio de la razón.
En la Cábala, el Zohar (I, 25b) enseña: “El hombre que sigue ciegamente a otro apaga la chispa de su alma”. El fanatismo es una traición a esta chispa divina, una renuncia al mandato de cuestionar y discernir. Como proclama el Salmo 139:14: “Te alabaré, porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien”. Nuestra alma, en su maravilla, está llamada a pensar, no a someterse.
El fanatismo deportivo: Una pasión inofensiva
En contraste, el fanatismo deportivo, como el que se vive en el fútbol, tiene un carácter distinto. La lealtad a un equipo, como Boca Juniors, el Real Madrid o el Manchester United, no se basa en las acciones específicas de sus jugadores, sino en un vínculo emocional con los colores, la historia y, a menudo, la familia. Un hincha puede seguir apoyando a su equipo aunque venda a sus estrellas o contrate a jugadores de un rival, porque su devoción no es racional, sino romántica. Esta pasión, aunque intensa, es inofensiva, pues no afecta la estructura de la sociedad. Como escribió el filósofo Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra (1883): “Hay pasiones que elevan el alma, pero sólo si no la esclavizan” (p. 88). El fútbol, en su fervor, puede ser una de esas pasiones.
Por ejemplo, en Argentina, la rivalidad entre River Plate y Boca Juniors trasciende generaciones, uniendo a familias en una liturgia de cánticos y banderas. Incluso cuando Boca contrató a Juan Román Riquelme, un ídolo, tras años de controversias, los hinchas lo recibieron con amor, no porque aprobaran cada decisión suya, sino porque representaba los colores azul y oro. Esta lealtad romántica, aunque apasionada, no tiene el peso de las decisiones políticas.
El peligro del fanatismo político y la apatía
El fanatismo político, en cambio, tiene consecuencias que reverberan en la vida de todos. Los políticos influyen en la economía, la educación, la seguridad y la salud, y el fanatismo hacia ellos, o la apatía hacia la política, puede ser devastador. Como señalaba el filósofo John Stuart Mill en Sobre la libertad (1859): “El precio de la libertad es la vigilancia eterna” (p. 22). La apatía no es neutralidad, sino una forma de pereza intelectual, una negativa a informarse que deja el campo libre al adoctrinamiento. El psicólogo Carl Gustav Jung, en Psicología y alquimia (1944), advertía: “El hombre que no conoce su propia sombra es presa fácil de la manipulación” (CW 12, §44). Quien dice que la política no le interesa, a menudo ignora que su seguridad, su capital y la educación de sus hijos están en juego.
Un ejemplo contemporáneo es la polarización política en redes sociales, donde figuras como Jair Bolsonaro en Brasil o Donald Trump en Estados Unidos han inspirado devociones fanáticas. Seguidores que aceptan cada declaración sin cuestionarla no lo hacen por un análisis racional de sus políticas, sino por una lealtad personalista. La neurociencia explica esta tendencia: estudios de Robert Sapolsky (Behave, 2017) muestran que el carisma activa circuitos de dopamina en el cerebro, creando una adhesión emocional que pasa el pensamiento crítico (p. 412). En contraste, la responsabilidad ciudadana exige lo que el Talmud (Berajot 5b) llama “examinar las acciones”: no seguir ciegamente, sino discernir.
La apatía política también tiene raíces psicológicas. La psicóloga Kristin Neff (Self-Compassion, 2011) sugiere que la evitación de temas complejos, como la política, puede ser una defensa contra la ansiedad de enfrentar realidades difíciles (p. 89). Sin embargo, esta evitación no protege, sino que vulnera. Como enseña el profeta Jeremías: “Si callas en este tiempo, el alivio y la liberación vendrán de otra parte, pero tú y tu casa pereceréis” (Ester 4:14, interpretación). La política, queramos o no, nos afecta; ignorarla es ceder nuestro poder.
Memoria Relevante: En mi reflexión previa sobre “Hablar y Callar” (Hablar y Callar: El Arte del Tiempo y la Voz), destacaste la importancia de alzar la voz en el momento justo, citando a Sophie Scholl y su resistencia al nazismo. Este principio se conecta aquí: el fanatismo político prospera cuando las voces razonables callan, y la apatía es un silencio cómplice. Como Scholl proclamó: “No podemos callar, somos vuestra conciencia”.
El romanticismo de la razón
La lucha contra el fanatismo y la apatía es un acto romántico, un canto a la razón que ilumina el corazón. El poeta Rainer Maria Rilke, en Cartas a un joven poeta (1903), escribía: “Vive las preguntas ahora. Tal vez entonces, algún día, vivirás gradualmente las respuestas” (p. 35). Informarse, cuestionar, participar en la política es vivir las preguntas, es amar la vida con la pasión de quien busca la verdad. Como enseña el Zohar (III, 271a): “El hombre que enciende su mente con la luz del discernimiento, enciende el mundo”.
La responsabilidad de rechazar el fanatismo y abrazar la política no es una carga, sino una danza. Como proclamaba Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido (1946): “La libertad no es sólo elegir, sino saber qué elegir” (p. 132). Elegir las ideas sobre las personas, la razón sobre la devoción ciega, es un acto de amor hacia nosotros mismos y hacia la sociedad.
Conclusión: La llama de la libertad
El fanatismo es la sombra que oscurece la razón; la apatía, el silencio que la traiciona. Pero la luz de la mente, encendida por el deseo de saber, es más fuerte que ambas. Llegarás a donde lo provoques, y si provocas un mundo de justicia, libertad y verdad, tuya será la gloria de haberlo creado. Como dice el Salmo 19:14: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor”. Que cada palabra, cada pensamiento, sea un paso hacia la verdad, no hacia la esclavitud del fanatismo.
Este ensayo, como toda opinión, es mi propiedad privada, ofrecida con el fervor de quien cree en la belleza de la razón humana. Que cada lector encienda su propia lámpara, cuestionando, informándose, y nunca cediendo al canto de sirena del fanatismo o la apatía.
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