El filósofo Antonio Escudero Ríos conversa con el catedrático Francisco José Contreras sobre la Cuestión judía

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Israel siempre, siempre Israel.
A Horacio Vázquez Rial, Peter Scholl-Latour y Herbert Lottman, in memoriam.

1 – ¿Le parece contradictorio que un pueblo tan definido como el judío se haya constituido sobre unos caminos hechos al andar?

No entiendo bien qué son los “caminos hechos al andar”. Quizás se refiera a la capacidad judía de improvisación, de resiliencia, de supervivencia tenaz en circunstancias adversas que “lógicamente” hubieran debido comportar su desaparición. O incluso la capacidad de extraer bien del mal, manifestada en una serie de giros paradójicos de la historia judía. La más evidente y próxima es la vinculación causal entre el Holocausto y el nacimiento del Estado de Israel: el Holocausto –cima criminal en la que culminaban siglos de pogromos y humillaciones- generó un sentimiento de deuda moral hacia el pueblo judío que la comunidad internacional intentó saldar por medio de la creación del Estado. Pero este tipo de paradojas se habían dado ya muchas veces en la historia: la esclavitud en Egipto dio lugar al paso del mar Rojo, el acontecimiento salvífico fundacional; el colapso del Estado y pérdida del territorio, desastre que se repite una y otra vez en la historia judía (invasiones asiria [720 a.C.] y babilonia [587 a.C.], seguidas por destierros; destrucción del Templo en 70 d.C. y diáspora definitiva tras la rebelión de Bar Kojba en 135 d.C.), alumbra sin embargo la especificidad judía: el pueblo que, careciendo de territorio, de Estado, de poder militar, conserva su identidad –¡durante dos mil años!- por medio de la fidelidad tenaz a su Libro, sus leyes, sus rituales, su legado espiritual y cultural. Se atribuye al rabino Yonahán ben Zakkai –fundador de la academia de Yabné, que preservará el judaísmo tras la catástrofe del año 70- la frase “los versículos de la Torah serán nuestras murallas”. Desposeídos de su tierra, los judíos subsistirán cohesionados en torno a unos textos, unas creencias y un modo de vida. Algo parecido había ocurrido ya durante el cautiverio babilónico. Parece que rasgos judíos tan distintivos como la circuncisión, el Sabbath, la observancia de la Pascua y otras festividades, las normas dietéticas, etc., se afirmaron de forma definitiva precisamente durante ese primer destierro.


2 – —Teniendo en cuenta que no hay pueblo como el judío que se haya constituido sobre las Escrituras como ley y mandato divino, ¿serían los profetas los primeros constructores de la historia –tal como la entendemos–no solo empujada desde atrás, sino reclamada desde delante, desde el futuro?

Sí, absolutamente. Las demás culturas suelen estar fascinadas por el pasado, el Origen, la edad de oro, el tiempo primordial-cosmogónico, no por el futuro. O bien por lo eterno: es el caso de la cultura griega, a la que le interesa lo inmutable, lo ajeno al tiempo: el mundo inteligible, los arquetipos platónicos, lo Uno, la naturaleza… Sobre lo histórico –lo contingente, lo mudable, lo que hubiera podido ser de otra forma- no cabe, en la mentalidad griega, conocimiento digno de tal nombre: la “filosofía de la historia” sería una contradicción en los términos. En la perspectiva judeocristiana, en cambio, la historia cobra una relevancia central como escenario de la interacción libre e imprevisible entre Dios y el hombre. Además, la historia judeocristiana es historia de salvación: Dios ha prometido una plenitud futura (que en los primeros tiempos es entendida en términos meramente terrenales –tierra prometida, abundancia material, longevidad y fertilidad, etc.- y después será interpretada en términos religioso-espirituales: venida del Mesías, vida eterna, etc.); por tanto, el centro de gravedad de la historia ya no es el origen, sino la perfección futura que Dios ha prometido. La historia ya no es eco mortecino de una plenitud pasada, sino peregrinación hacia un futuro de salvación. La cosmovisión judeocristiana hace posible la esperanza, la tensión hacia el novum; en otras cosmovisiones solo cabe la resignación ante el destino, lo inevitable, el horizonte cerrado. Como escribiera Franz Rosenzweig en La estrella de la redención (1921), para los judíos, como para los cristianos, “el mundo no está todavía terminado”. Lo más importante está aún por hacer, por completar. La historia es un sistema abierto. También Karl Löwith reflexionó con profundidad sobre esto en Historia universal e historia de salvación.

3 -—Parece que el pueblo judío, más que la reivindicación de un espacio, ha estado buscando el tiempo, su tiempo, su historia, ¿es también ese su parecer?

Bueno, esto de “buscar su tiempo” puede entenderse de formas diversas. Por ejemplo, podríamos entender que el pueblo judío fue en cierto modo expulsado de la historia (la historia político-estatal-militar) tras la diáspora de 70 d.C. y 135 d.C., y que ha reingresado milagrosamente en ella tras la creación del Estado de Israel. Pero cabe también una interpretación más profunda: “buscar su tiempo” en el sentido de buscarle un sentido a la historia (tanto la de cada individuo como la del pueblo como colectividad). La historia debe un tener un “para qué”, un sentido, una finalidad. Debe remitir a algo grande situado más allá de ella. El pueblo judío se aferró siempre a la creencia de que sus sufrimientos –tan terribles y persistentes durante siglos- debían tener un sentido. Me gusta mucho este párrafo de Paul Johnson en su Historia de los judíos: “¿Para qué estamos sobre la tierra? ¿Es la historia meramente una suma de hechos cuya suma carece de significado? […] ¿O existe algún plan providencial del cual somos, aunque humildemente, los agentes? Ningún pueblo ha insistido más firmemente que los judíos en que la historia tiene un propósito y la humanidad un destino. En una etapa muy temprana de su existencia colectiva creían ya que habían descubierto un plan divino para la raza humana, de la cual su propia sociedad debía ser el piloto. Desarrollaron ese papel con minucioso detalle. Se aferraron a él con heroica persistencia frente a atroces sufrimientos. Muchos de ellos aún lo creen. […] Por consiguiente, los judíos están en el centro mismo del permanente intento de conferir a la vida humana la dignidad de un propósito”.

4- —¿No cree que la historia, en el caso de los judíos, más que una historia basada en el progreso es una historia sagrada, es una historia ucrónica de la divinidad en los hombres, de la palabra de Dios hecha escritura, una y otra vez?

Creo que mi respuesta anterior sirve también para esta pregunta.

5 -—¿Cómo se combina según usted la depurada individualidad judía con el sentimiento de colectividad de este pueblo?

Bueno, si por “depurada individualidad” se entiende el respeto a la vida de cada ser humano, hay que decir que el Génesis ofrece por primera vez una fundamentación religiosa inmejorable para el derecho a la vida (y para los derechos individuales en general): no debe derramarse la sangre del hombre porque el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gen. 9, 6). Por eso el Talmud dirá más tarde, admirablemente, que “quien salva una vida, salva al mundo”. Aquí está también la raíz de la noción de igual dignidad de todos los seres humanos: los hombres son iguales en un sentido esencial porque todos ellos son imagen de Dios. Esto explica que el liberalismo y los derechos humanos surgieran precisamente en la civilización judeocristiana, y en ninguna otra. En Israel había desaparecido la esclavitud ya en la época del Segundo Templo.

El fuerte sentido de pertenencia comunitaria está probablemente relacionado con la noción religiosa de “pueblo elegido”. También con la circunstancia histórica del destierro y la difícil supervivencia como minoría en contextos generalmente hostiles: los judíos tenían que apiñarse en comunidades muy cohesionadas para resistir la presión del entorno (presión de asimilación, de discriminación, o directamente de exterminio, según los lugares y las épocas). Esta cohesión se manifestaba entre otras cosas como solidaridad social: las comunidades judías fueron adelantadas de la asistencia social, “estados del bienestar en miniatura” (es paradójico, en este sentido, que la izquierda occidental haya adoptado en los últimos tiempos un fuerte sesgo antisemita, cuando hay en la historia judía tantas cosas que debería valorar, desde la kuppah o limosna obligatoria al kibbutz). Cualquiera que esté familiarizado con los relatos de Isaac Bashevis Singer sabe que en el más humilde shtetl de Polonia o Bielorrusia no faltaban nunca el hospital para pobres, la escuela para pobres, la colecta especial para proporcionar a los hogares humildes el pan ácimo y el vino de Pascua… Un asistencialismo mesurado, que incluía también precauciones para evitar el parasitismo: la Mishná y el Talmud abundan en exhortaciones al trabajo, a la autosuficiencia, a no ser una carga para los demás.

6 -—Hay una ambivalencia contradictoria entre las gentes respecto al judío. Por una parte es un pueblo respetado y temido, por otra parte hay una actitud de rechazo hacia él, que se manifiesta en expresiones populares y despectivas, por ejemplo «perro judío», «hacer una judiada», «ser un fariseo», etcétera. ¿Qué opina de ello?

Bueno, esto es tanto como preguntar por las raíces del antisemitismo, lo cual, obviamente, daría para volúmenes enteros. Existió antisemitismo ya en el mundo mediterráneo anterior al cristianismo. Ya en el siglo III a.C. Manetón, el autor de la genealogía de los faraones, dijo que Moisés no había sido más que un sacerdote egipcio renegado que había huido de Egipto al mando de una banda de leprosos, y en el siglo II a.C. Apolonio Molón acusa a los judíos de adorar en su Templo una cabeza de asno (una acusación que después se repetirá contra los cristianos) y de realizar sacrificios humanos en secreto (una calumnia especialmente aberrante, si tenemos en cuenta que, por el contrario, los israelitas fueron una de las primeras culturas en rechazarlos, como puede apreciarse en la condena del culto de Baal en el Levítico, el Deuteronomio y los Salmos). Las razones del antisemitismo precristiano parecen estar relacionadas con la resistencia judía a la asimilación en la oekumene grecorromana: los judíos se mantienen separados, cohesionados, fieles a sus propias tradiciones y reglas, lo cual es interpretado por los gentiles como soberbia y misantropía. También irritaba a los gentiles el celo monoteísta de Israel, interpretado por ellos como fanatismo e intolerancia (pues negaban la existencia de los dioses de los demás). Los romanos interpretaban la negativa judía a participar en el culto al emperador como incivilidad y odio a Roma. Los cristianos se enfrentarán después a la misma incomprensión.

Desgraciadamente, a ese antisemitismo grecorromano viene a superponerse a partir de los primeros siglos de nuestra era un nuevo estrato de antisemitismo específicamente cristiano (que los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI han reconocido y lamentado). San Agustín escribió que debía permitirse la supervivencia de comunidades judías en la cristiandad, pero siempre en posición de inferioridad y humillación, como testigos involuntarios de la verdad del cristianismo: la Sinagoga derrotada por la Iglesia (como puede verse en las estatuas de la catedral de Estrasburgo y tanta otra iconografía medieval). San Gregorio Magno formulará la acusación fundamental, raíz del antisemitismo cristiano: los judíos sabían que Jesús era el Mesías, pero se negaron y se niegan a aceptarlo porque sus corazones son perversos. Esta noción de la “perversidad” judía será desarrollada por la credulidad popular, que generará toda un imaginario de los judíos como criaturas apenas humanas: tienen cola (Judensau); despiden un hedor especial (que cesa con la conversión); padecen llagas secretas desde la Pasión, que sólo pueden ser mitigadas con sangre de inocentes (de aquí la acusación fantástica de asesinato ritual: el “libelo de sangre”, según el cual los judíos secuestrarían niños para crucificarlos).

Esta tendencia a la “animalización” del judío preparará el terreno para una forma de antisemitismo ya puramente racial (aunque los judíos no son una raza), cada vez más alejado de la controversia teológica sobre la figura de Cristo. El antisemitismo nazi, por ejemplo, será ya meramente biológico-racial, sin ningún elemento religioso: los judíos como raza parásita que succiona la vitalidad de las demás razas. El antisemitismo a partir del siglo XVIII es más ideológico y pseudocientífico que religioso. Y reviste múltiples modalidades: hay un antisemitismo de (ultra)derecha que rechaza al judío porque lo asocia con la secularización, la modernidad, el socialismo, etc. (recordemos la idea de la “conspiración judeo-masónica”) y un antisemitismo de izquierdas que, al contrario, rechaza al judío como creador y mantenedor de la “superstición monoteísta”, de una moral “estrecha y asfixiante”, de una forma de vida caduca.

Diría que en la España actual predomina más bien el antisemitismo de izquierdas. Si bien el imaginario ha evolucionado: el odio del “progresista” español actual ya no se dirige contra el judaísmo conservador del gueto y el shtetl (que no existe ya, salvo en las comunidades ultraortodoxas de Israel y otros lugares), sino más bien contra el judío como símbolo del capitalismo (la vieja asociación de la judeidad con las finanzas) y contra el Estado de Israel como puesto avanzado de Occidente y sus valores en una región del mundo muy hostil a ellos. Israel y EE.UU. son percibidos como puntales de un Occidente asertivo todavía dispuesto –a diferencia de la Europa postbélica y “posthistórica” (Kagan)- a usar la fuerza para defenderse. De ahí que ambos susciten una animadversión similar. Pues el nervio de la izquierda actual es el odio más o menos consciente a la identidad occidental.

Acerca de Antonio Escudero Ríos

Nació en 1944 en Quintana de la Serena, Badajoz. Hizo las carreras de Filosofía y Publicidad en Madrid en donde reside desde 1960. Es editor literario e investigador de Judaica. Ha realizado ediciones facsimilares de la Guía de los Perplejos, el Cuzarí y de la obra de Isaac Cardoso. Dirigió las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos en Hervás, en 1995, con Haim Beinart. Fue Director de las Actas del mencionado Congreso, publicadas en 1996. Colaborador en las revistas judías Raíces, Los Muestros, Maguem y Foro de la vida judía en el mundo, entre otras publicaciones. Creador, junto a otros entusiastas, de la Orden Nueva de Toledo, Fraternidad dedicada a la defensa plural de Israel y el Líbano cristiano, así como combatir el antisemitismo. Ha plantado miles de árboles, y construido, con Don Jaime Botella Pradillo, un jardín dedicado a los Justos de las Naciones en Las Navas del Marqués, en tierras de Castilla.

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