Elena siempre prefirió “Roshe Shune” a “Peisaj” ¡Qué rico era el “jale”! Mucho más que “el matze”- seco y con gusto a nada.
¿Acaso se podía mojar el juguito del pollo al horno con “matze”?
¡No! ¡Qué pena! Y el juguito volvía a la cocina, intacto, hamacándose en la fuente de porcelana- que sólo se usaba para las festividades- y nunca supo Elena su destino final. De seguro era guardado para reformarlo e inventarle algún uso. Es que en la casa de la Baba Taibe nunca se tiraba comida. Tampoco sobraba. Ella elaboraba lo que la capacidad del horno de su añosa cocina, le autorizaba. Y eso, no era demasiado.
Los niños fuimos creciendo, igual que nuestros apetitos; pero las medidas del horno de Baba, fueron las que siempre rigieron nuestros paladares.
Un pollo y medio y “bubale de papa”. Todo en la misma asadera. ¡Qué rico era el “bubale”! Lástima que nunca alcanzaba. Lástima que sólo lo preparaba para “Iontef”. Y esa mesa de hijos y nietos, hizo que las porciones se fueran reduciendo a medida que la familia crecía.
La Baba tenía la facultad de trozar el pollo en porciones casi infinitas. Para que alcanzara, o casi. Los niños siempre recibían las alitas.
¿Cuántas alitas tenían los pollos de la Baba, que se asomaban entre las discretas “piezas” reservadas para los mayores?
Elena calculaba que serían como mil. ¡Es que las cortaba a la mitad! ¡Por eso había tantas! Lástima qué eran pura piel. ¡Suerte qué esa piel era crocante y sabrosa. ¡Suerte que el Zeide nos enseñó a quebrar los huesitos y chupar su contenido gris! Él decía que eso era sano. Y el Zeide, era un hombre muy sabio en temas de alimentación. Nos enseñó a ahuecar huevos crudos y beber su contenido. Y cuando una vez, lo vimos comiendo un durazno desde donde asomaba un gusanito y se lo advertimos; Él nos dijo- al tiempo que sacaba al pequeño inquilino de la fruta-: “Si para él es bueno, para mí también”.
Pero ¿Un pollo y medio para tantas personas?
Ah sí…Y al Zeide poco le inquietó que la comida fuera “algo” escasa. Muy por el contrario. Siempre nos inculcó -que no le gustaba la gente “nasherke”- desde su figura menuda y delgada, apenas abastecida con lo necesario para vivir.
En la casa de la Baba Taibe los niños aprendimos a compartir y a ser pacientes. Valoramos cada bocado que llegó desde su horno discreto. Paladeamos su “jale”, sabiendo que no habría otro aguardando en la cocina.
Por más que lo ha intentado- Elena nunca logró imprimirle a pollo alguno ese sabor delicado de piel crocante, apoyado en ese “bubalede papa”, contagiado de pollo- que Baba Taibe nos regalaba cada “Iontef”, lejos en el tiempo.
la mejor parte de las comidas al horno es el juguito de las asaderas!!