En mayo pasado, el presidente Trump decidió romper con el compromiso y reimponer las sanciones, no obstante las posturas en contra de los otros firmantes del acuerdo —Rusia, China, Inglaterra, Francia y Alemania—, quienes hasta la fecha discrepan de la decisión de Trump porque consideran que regresar a la confrontación abierta con el régimen de los ayatolas es mucho más riesgoso para el mundo al impulsar a Teherán a retomar sus posturas más beligerantes y abiertamente contrarias a la cooperación internacional, e incluso a reemprender su desarrollo nuclear aduciendo que el compromiso ha quedado roto para las dos partes.
De acuerdo con el consejero de Seguridad Nacional de EU, John Bolton, uno de los objetivos prioritarios de las sanciones que han empezado a imponerse esta semana, y que se recrudecerán en los meses próximos, es el de promover el cambio de régimen, es decir, ahorcar hasta tal punto la vida económica iraní que la población se levante contra el gobierno y lo derroque.
Pero, aunque es cierto que la moneda iraní se ha devaluado considerablemente y hay una erupción de protestas populares que reclaman por la situación económica, los abusos a los derechos humanos, y el despilfarro de recursos nacionales en las intervenciones militares de Irán en la guerra siria y en la de Yemen, es muy poco probable que ese objetivo al que aspiran fervientemente Trump, Pompeo, el príncipe saudita Mohamed bin Salman, los poderes sunnitas regionales y Netanyahu, se cumpla. Otros casos parecidos en el escenario internacional así lo prueban, además de que hay cierta lógica en calcular que hay más probabilidades de que ocurra lo contrario, es decir, que el régimen relativamente “moderado” del presidente Rohani, quien fue el que pactó el acuerdo con el G5+1, sea reemplazado por las corrientes más conservadoras que le precedieron, del tipo de lo que representaba el expresidente Ahmadinejad, abiertamente hostil a cualquier componenda con Occidente.
Por otra parte, está también la incógnita de qué tanto las sanciones secundarias con las que Washington amenaza a quienes sigan en relación con Irán serán capaces de obligar a los otros cinco países firmantes a abandonar los nexos que han desarrollado con el país persa en los últimos dos años. Sobre todo, para Inglaterra, Francia y Alemania pende la amenaza trumpiana de represalias contra las empresas e individuos que mantengan intercambios con Teherán.
De hecho, ya existe un significativo número de negocios europeos e inversionistas que han preferido dar marcha atrás en cuanto a sus actividades en Irán, a fin de no arriesgarse a ser castigados por el Departamento del Tesoro norteamericano. Por ejemplo, la compañía danesa naviera Maersk, su competidora francesa CMA CGM y la petrolera Total son algunas de las firmas europeas que han anunciado hace algunas semanas el abandono de los proyectos que habían iniciado con Irán.
Lo anterior no significa, sin embargo, que los cinco países que sostienen su decisión de mantener el acuerdo con Irán estén indefensos ante la embestida de Washington. Tienen varias fortalezas capaces de imponerle límites a éste, siempre y cuando se organicen adecuadamente y puedan resistir, además, los efectos negativos que produce el nerviosismo en las esferas financieras. Por lo que habrá que ver si este grupo de naciones puede hacer sentir a Trump que también Estados Unidos se verá afectado económica y estratégicamente de diversas maneras en caso de que decida castigar a los europeos, con quienes, de hecho, existe un sinnúmero de lazos y puntos de interdependencia de importancia crucial.
Este panorama revela, sin duda, que una volatilidad extrema flota no sólo sobre Irán, cuyo futuro es ciertamente nebuloso, sino también sobre el sistema de alianzas internacionales que ha perdido su estructura y solidez desde que Trump se dedicó a destruir el tejido creado en las últimas décadas. Lo que está emergiendo en cambio es un caótico nuevo orden, dentro del cual no existe brújula orientadora confiable, sino tan sólo los efectos de aleatorias sumas y restas de ocurrencias y caprichos e intereses personales que, por desgracia, son los que jalonean los acontecimientos de manera azarosa y ajena a la mínima racionalidad exigible a una verdadera visión geoestratégica con sentido.
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