El Islam y la tabula rasa

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Con motivo de las trifulcas y las manifestaciones, los gases y los gritos que pronunciados en el Monte del Templo de Jerusalén se oyen en Europa, algunos líderes occidentales manifiestan su preocupación cargando las tintas del lado judío, naturalmente. Ya se sabe que los palestinos y los árabes en general son buenos, y cualquiera que no sea musulmán confeso puede visitar La Meca y besar la piedra negra o dar una vuelta por Teherán sin velo si es mujer. Los iraníes son unos maestros en eso de culpar a los otros de satánicos mientras ellos se codean con los ángeles del terror y el horror, ángeles que quieren vestir de blanca inocencia.

Lo cierto es que así como en Israel cualquier visitante de buena voluntad puede aproximarse al Muro Occidental y dejar allí su plegaria o pronunciar su oración, Israel querría hacer lo propio en la explanada de las mezquitas, donde, según se sabe y está probado, estuvieron el santuario de Salomón y el palacio real de David. ¿Qué hay de mano en ello? ¿Por qué debería Occidente, que sigue la misma regla en sus iglesias y catedrales, criticar a los judíos por querer visitar, en los santos días de Rosh ha- Shaná o comienzos de año, sus lugares sagrados? Son los de siempre, los intolerantes de toda la vida, los musulmanes hijos de la ira y el orgullo, quienes arruinan la fiesta.

Incluso el rey de Jordania protesta, cuando su padre masacró a cientos de miles de palestinos en el famoso Septiembre Negro ante el silencio de la comunidad internacional. Nada hay intocable, nada sagrado es sólo de unos cuantos. Y aunque lo fuera ¿no podría arreglarse con horarios para unos y para otros? Desde que Mahoma hiciera su aparición, y cada día no es más claro, todo lo que no sea él mismo-del Magreb a Indonesia, de las Filipinas a Irak-, todo lo que no sea el Islam y sus ideas, es anatema. Por tanto no hay un Islam bueno y otro malo, lo que sí hay en su seno es un fondo atávico de resentimiento y odio amén de la creencia de que antes de la Hégira el mundo estaba vacío y desordenado. Vaya por Dios: los fieles de la Umma no se enteraron, no se enteran ni se enterarán de la verdad, porque sus profesionales atizadores del fuego se ocupan de seguir envenenado el escenario. Sencillamente: para el Islam el otro existe únicamente como sujeto de conversión o enemigo a ultimar.


Lo único que pasa en la explanada de Al-Aksa y en estos días, es que los judíos quieren celebrar por unas horas una de sus mayores festividades que, precisamente, tenía que ver con los templos hebreos, el primero y el segundo. Así que bien harían Holande y otros en callarse o en hacer un mínimo de esfuerzo por solicitar de sus queridos ex vástagos coloniales un poco de calma y serenidad, comprensión para la minoría judía en su tierra natal y en su geografía originaria. Por otra parte, será justo que Israel endurezca sus leyes, justo y necesario. A los sedientos de sangre ajena no hay que ofrecerle transfusiones, como el posible gasoducto que irá desde Israel a Gaza.

A cambio de qué, me pregunto; por qué debemos nutrir a la bestia una y otra vez intentando hacer buena letra cuando Occidente hace ya rato que lee lo que le interesa, calma su conciencia con donaciones y por su ceguera se enfrenta ahora con una inmensa ola de refugiados que de ningún modo deseaba. Algunos políticos israelíes de buena fe están preocupados por la imagen de Israel en el mundo. Tonterías: no nos querrán más y mejor por ser buenos y respetuosos con nuestros cervales enemigos. No nos palmearán la espalda por atender a sirios y palestinos en hospitales judíos en tanto que lo contrario-en Jordania, Libia, Marruecos, Arabia Saudita y el Yemen- eso no ocurre. La única, incontrovertible verdad, es que cada vez más tenemos que aprender nuevas técnicas de defensa y, si llega el caso, ataque. Los que nos arrojan una y otra vez piedras, como suele decirse, no están libres de pecado.

Acerca de Mario Satz

Poeta, narrador, ensayista y traductor, nació en Coronel Pringles, Buenos Aires, en el seno de una familia de origen hebreo. En 1970 se trasladó a Jerusalén para estudiar Cábala y en 1978 se estableció en Barcelona, donde se licenció en Filología Hispánica. Hoy combina la realización de seminarios sobre Cábala con su profesión de escritor.Incansable viajero, ha recorrido Estados Unidos, buena parte de Sudamérica, Europa e Israel.Publicó su primer libro de poemas, Los cuatro elementos, en la década de los sesenta, obra a la que siguieron Las frutas (1970), Los peces, los pájaros, las flores (1975), Canon de polen (1976) y Sámaras (1981).En 1976 inició la publicación de Planetarium, serie de novelas que por el momento consta de cinco volúmenes: Sol, Luna, Tierra, Marte y Mercurio, intento de obra cosmológica que, a la manera de La divina comedia, capture el espíritu de nuestra época en un vasto friso poético.Sus ensayos más conocidos son El arte de la naturaleza, Umbría lumbre y El ábaco de las especies. Su último libro, Azahar, es una novela-ensayo acerca de la Granada del siglo XIV.Escritor especializado en temas de medio ambiente, ecología y antropología cultural, ofrece artículos en español para revistas y periódicos en España, Sudamérica y América del Norte.Colaborador de DiarioJudio, Integral, Cuerpomente, Más allá y El faro de Vigo, busca ampliar su red de trabajos profesionales. Autor de una veintena de libros e interesado en kábala y religiones comparadas.