El joven judío de hoy

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No quiero que el título de este artículo se concrete solo a jóvenes del sexo masculino, desde luego están incluídos las jóvenes judías de hoy. Nuestras valientes mujeres.

Cuando fuimos expulsados de Judea por los romanos, nos fuimos en pequeños grupos, unos abordando un frágil barco, otros caminando hacia las montañas de Baalbeck, otros más a Sidon, muchos se fueron a Corinto y a Efeso. Otros más regresaron a Bagdad y a Nínive, donde tenían familiares.

La mayoría fue a Roma, la Capital del Imperio, por diferentes caminos, donde ya moraba la comunidad más grande de aquella época. Más de 100 mil judíos vivían allí. Judíos trabajadores. Muchos eran maestros de jóvenes nobles romanos. Les tenían confianza, porque no eran pederastas.


Muchos tenían nexos familiares con residentes, por esta razón era un destino lógico. Otros se fueron a Alejandría, también una gran Metrópolis en el Mediterráneo, con una numerosa comunidad residente.

Desde allí algunos fueron a Fez y a Kerouan en África del Norte, hasta el estrecho de Gibraltar. El Océano Atlántico era todavía ignoto. “Finis Terra” decían los romanos. Aquí termina la tierra firme.

Había judíos que ya residían en Iberia, en Sefarad. Otros se fueron hasta Tzarfat, Francia, a la magnífica Provence.

Éramos todos hermanos, nadie se sentía diferente, salvo algunos que se sentían superiores, por la posición económica de sus padres, si es que era el caso.

Unos pertenecíamos a las tribus de los Cohanim, otros a las de los Leviim. En esto consistían las diferencias étnicas, si es que las había. Todos los demás eran Israel, Am Israel. El pueblo de Israel.

A los Cohanim, no nos querían. Nos acusaban de colaborar demasiado abiertamente con los romanos. De ser usureros, algunos lo eran, de cobrar por servicios que deberían de ser gratuitos. De aprovecharnos de la situación y de nuestra posición social, respetada incluso por los romanos. Soy de la tribu de los Cohanim, descendientes de Aarón. Por eso lo digo y acepto mi propio reproche.

A veces se nos olvida, pero somos hermanos, aun después de 2000 años de Diáspora. Si no sentimos esta hermandad, le hacemos el juego a nuestros enemigos.

Enemigos, nunca nos faltarán. Por envidia, por fundamentalismo, o simplemente por ignorantes, el judío ha sido, por muchos siglos, el símbolo de todo lo malo que acontece sobre la Tierra. El blanco de todas las acusaciones malévolas, reales o inventadas.

Cuando nos persiguen, intuitivamente cerramos filas. Nos hacen conscientes de que todos, tenemos el mismo destino. Estamos abiertos a las mismas críticas. Como si fuéramos un grupo homogéneo.

El joven judío de hoy, estuvo presente cuando destruyeron con fuego el Primer Templo, el Bet Hamikdash, que construyera el rey Salomón. Los Babilonios se llevaron al exilio a los mejores, a los más preparados de los nuestros a Ninive. La consternación fue a nivel nacional.

El joven judío de hoy estuvo presente en Speyer y en Landau, cuando los cruzados nos mataban, para mostrar que ellos eran valientes, para ejercitarse.

Estuvo presente en Masada y en Yavne, cuando nos fuimos de Eretz Israel. Estuvo en York, durante las horrorosas matanzas. En Burgos antes de que se formaran los tribunales de la Santa Inquisición. Cuando mataban y quemaban ya a judíos en las Plazas Principales de Castilla, en 1348.

En Kishinev cuando los cosacos andaban con riendas sueltas matando y violando. También vio a las víctimas que quedaron amontonadas en las calles por horas antes de que las recogieran para sepultarlas.

Estuvo en Berlín, en la Kristalnacht, cuando ardían las sinagogas. Estuvo en Hamburgo cuando regresó el barco “Saint Louis” después de que nadie quiso su cargamento de 820 judíos, entre ellos los más adinerados de Alemania.

Ni La Habana, ni Veracruz, ni Boston, permitieron que el barco se acercara a sus muelles. Vio cuando Hitler sonreía, retando al mundo en la Conferencia de Evian, organizada por iniciativa de Delano Roosevelt. En la que los países más poderosos de la Tierra, incluyendo al omnipotente Imperio Británico, que mandaba a la sazón en Palestina, desfilaron uno a uno, ante el Rostrum para decir que no podían aceptar a ningún judío en las circunstancias actuales. Con la honrosa salvedad de la República Dominica, que aceptó a 750 judíos, pero sólo como agricultores.

Hitler pudo dictar cátedra, mofándose, diciendo en forma retadora: “¡No se los dije!, nadie quiere recibir a los “mugrosos judíos”. No hay lugar para ellos sobre este planeta”.

“Wir werden Madagascar Versuchen. Probaremos con la Isla de Madagascar en el Océano Índico. Yo tengo el mandato histórico para limpiar a Europa de judíos. El mundo me lo agradecerá” decía el cabo austriaco, ahora Canciller de Alemania.

Presenció las matanzas que hicieron las “Einsatztruppen” en las aldeas de Polonia, estuvo presente en Babiyar y en Trostenez, en la Unión Soviética, cuando fusilaban a ancianos, hombres, mujeres y niños, delante de las fosas en Ucrania. Vio cuando ardió la sinagoga principal de Byalistok, con todo y sus “mitpalelim” encerrados. Nadie pudo salir, pues las puertas y las ventanas estaban clavadas con estacas de madera. Las cuidaba un batallón de la Wehrmacht.

Estuvo en Mont Valerien, cerca de Paris, cuando se fusilaba al alba a los valerosos judíos franceses capturados, todos ellos voluntarios, de la Resistencia.

Estuvo en Auschwitz y en Treblinka. En Majdanek y en Sobibor. Presenció la arenga del rabino, en la plaza principal de Salónica en Grecia, exigiéndoles a los judíos, a los inocentes judíos sefaraditas, obedecer a los alemanes, adjudicándose un poder que no tenía, subirse a los trenes sin hacer un “balagán”. Estaba allí cuando ardió lo que quedaba del Ghetto de Varsovia, junto con los cuerpos de sus defensores, que fueron quemados con lanza-llamas, para limpiar y terminar con la sublevación.

Vio que también tenemos traidores entre notros. El Rabino era uno de ellos.

Fue a Trasniestria, en los pantanos rumanos, a Yasendovac en Croacia, a los “killing fields” yugoslavos. Estuvo presente en las orillas del Danubio, cuando mataron judíos a pasto. Vio a los cadáveres cuando flotaban en el río. Mujeres y hombres de Budapest. Esto lo hizo la Nylas Húngara. No los alemanes.

Caminó en una Marcha de la Muerte de Auschwitz a Mauthausen, en Austria, con los reos medio muertos, caminando por días, ante el incontenible avance del Ejército Rojo. Vio las carreteras sembradas de cuerpos inermes. Presenció la liberación de los pocos sobrevivientes de los campos que quedaron. Ni siquiera sumaban el 5% del vibrante “Yishuv” polaco de antaño. Al 95% lo lograron aniquilar.

Mientras que ahora, eran los refugiados alemanes los que huían ante los ejércitos soviéticos. De Silesia, del Sudetenlad, hacia tierras alemanas. Stalin ya había logrado lo que quería en Yalta. Los refugiados sufrieron las consecuencias. Estuvo en Lídice para honrar a los muertos. Pasó por Oradour en Francia. También honró a los no judíos víctimas de los nazis. Como debe de ser. Más dolor para los que creían en Cristo. Lloró con los sobrevivientes. Juró venganza.

Presenció junto al General Dwight Eisenhover, Comandante Supremo de las fuerzas aliadas en Europa, en 1945, la remoción de cadáveres en Bergen Belsen, con palas mecánicas. Estaban presentes decenas de fotógrafos de la prensa internacional.

Estuvo en Chipre con los detenidos, todos sobrevivientes del Holocausto. Estuvo en el museo de Tel Aviv, junto a David Ben Gurion, para proclamar el Estado de Israel, después de dos mil años de exilio y cantó alabanzas al Señor.

Luego bailó toda la noche en las calles de Tel Aviv. La Patria Judía, Eretz Israel, había renacido. El Estado Judío, renacía como la Ave Fénix de sus cenizas.

En 1967 estuvo en Jerusalem, en el Kotel Hamaravi, junto al Rabino Goren, quien tocó el Shofar. ¡Shehejeyanu!. Nunca más nos iremos de Yerushalayim.

Sintió profunda vergüenza cuando el Rav Gadol de Israel, Ovadia Yosef, junto con el Rabino Schach, declaró que el Pueblo de Israel, se merecía el Holocausto, porque se habían portado mal y transgredido las leyes de D-os.

Escupió de ira, cuando otros dos rabinos de Naturei Karta fueron a postrase en Teherán, ante el Presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, para ofrecerle sus servicios. Vio que también hay judíos que se arrastran.

El joven judío de hoy, presenció todos aquellos acontecimientos. No permitirá jamás que nos dejemos matar. Para evitar un nuevo Jurbán, debemos de estar unidos. Una sola comunidad. Un solo frente, sólido e inquebrantable. Unos somos responsables, por los otros. Yishuv Ejad. Elohenu Ejad. Am Ejad.

Am Israel Jai.

Amén.

Acerca de Peter Katz

1 comentario en «El joven judío de hoy»
  1. Muchas felicidades Peter por tus articulos.
    Siempre los disfruto mucho.
    Un fuerte abrazo, y mis mejores deseos, esperando
    siempre ver tus escritos.
    Esther Kershenovich

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