Artículo por cortesía de Antonio Escudero y Fernando Beltrán.
Como mejor se entiende la actitud del monje cisterciense Thomas Merton (1915-1968), autor de la famosa autobiografía La montaña de los siete círculos, respecto al Judaísmo es desde el punto de vista de su contacto con los pensadores judíos y su aprecio por el pensamiento judío. Su deseo expreso de “ser un verdadero judío bajo mi piel de católico” (The Hidden Ground of Love, 434), escrito en un momento de gran tensión en las relaciones entre el catolicismo romano y el Judaísmo, da alguna medida de su profundo aprecio de las relaciones entre la Iglesia y la Sinagoga. Merton sentía honda reverencia y respeto por las Escrituras judías, especialmente por los Salmos y los Profetas.
Cuando escribe a Erich Fromm en diciembre de 1961, reflexiona sobre la enfermedad global de un mundo aparentemente empeñado en destruirse. “La situación hace, ciertamente, que los salmos que cantamos cada día en el coro sean elocuentes en grado sumo. Erich, soy judío por completo, dentro de unos límites: estoy empapado de esa experiencia de desconcierto, remordimiento y asombro que es la experiencia de los que han sido rescatados de la tiranía solo para renunciar a la libertad y están confusos y sometidos a tiranos peores por la infidelidad al Señor. Ya que solo en su servicio está la verdadera libertad, como nos dijeron los profetas” (317).
Hay una importante y extensa correspondencia con tres eruditos judíos: el rabino Abraham Heschel, el erudito jasídico Zalman Schachter y el psicoanalista y escritor Erich Fromm1. A pesar de que Fromm no era un judío practicante, sus valores y su percepción de la dignidad de la persona y de la importancia de la verdadera libertad pertenecen a su herencia judía. Fromm asentía cuando Merton le describía como “un místico ateo” (308). También le escribió: “Tus escritos demuestran que eres alguien que tiene un sentimiento muy real del Dios de Abrahán, Isaac y Jacob… [Tus escritos] no serían comprensibles… sin una base monoteísta implícita” (314).
El misterio de Israel
El “misterio” del Judaísmo fascinaba a Merton. Sin embargo, abordaba el tema con cierta timidez, no por falta de interés, sino porque no se sentía la persona adecuada para lidiar con los problemas que implicaba. En una carta al rabino Steven Schwarzschild, dice: “Aún no soy digno de escribir sobre el misterio del Judaísmo en nuestro mundo.
Es un tema demasiado amplio. Ojalá pudiera. Quizás algún día. Si de paso digo algo que pueda tener algún sentido para ti, lo puedes citar si quieres. El artículo tendrá que esperar al futuro” (Witness to Freedom, 36). Merton era excepcionalmente sensible a las Escrituras hebreas que también forman parte de la Biblia cristiana. Respetaba la tradición judía atesorada en esos libros, no como algo criptocristiano, sino ante todo y sobre todo como un patrimonio que pertenece al pueblo de Israel. El 15 de febrero de 1962 escribió a Zalman Schachter: “Me he sentado en el porche de la ermita y he cantado en alto al valle capítulos y capítulos de los Profetas en latín, y todo lo que puedo decir es que es una experiencia que pone los pelos de punta” en Ground of Love, 535).
Muchos cristianos han perdido el sentimiento de que comparten una herencia con los judíos, una herencia que recibieron de los judíos y que no tendrían de no ser porque el pueblo judío la conservó. Merton escribe: “Uno tiene que ser judío o dejar de leer la Biblia. La Biblia no puede tener sentido para nadie que no sea ‘espiritualmente semita’. El sentido espiritual del Antiguo Testamento ni consiste ni puede consistir simplemente en vaciarlo de su contenido israelita. ¡Todo lo contrario! El Nuevo Testamento es la realización de ese contenido espiritual, el cumplimiento de la promesa hecha a Abrahán, la promesa en la que él creyó. Por lo tanto, no es nunca una negación del Judaísmo, sino su afirmación. Quienes lo consideran una negación no lo han entendido” (Conjeturas de un espectador culpable], 14).
Una herencia y un destino compartidos
Merton creía también que una herencia compartida indicaba un destino compartido. Se negaba a considerar la elección del “Nuevo Israel” como un repudio del “viejo Israel”.
“Los judíos fueron y siguen siendo el pueblo especialmente elegido y amado por Dios”. En una entrada de uno de sus diarios –fechada en julio de 1964, justo el momento en que le visitó el rabino Abraham Heschel, consternado por lo que estaba sucediendo en el Concilio Vaticano II respecto a la “declaración judía”–, escribe: “[Los judíos] siguen siendo el Pueblo de Dios, ya que sus promesas no se anulan ni se transfieren, sin más, en bloc a la Iglesia, los judíos… todavía son objeto de su misericordia y su cuidado especiales, señal de su solicitud”.
El Holocausto
Toda la Biblia está llena de expectativas escatológicas. Para los cristianos, la muerte y resurrección de Jesús señala el principio de la era escatológica. ¿Es posible –se pregunta Merton– que los judíos vean la terrible experiencia del Holocausto (culminación de siglos de antisemitismo) como una muerte nacional, y el nacimiento del Estado de Israel no como un acontecimiento político principalmente, sino como una experiencia religiosa, como un nuevo comienzo que en cierto sentido pueda entenderse como un cumplimiento escatológico?
Le escribe a Zalman Schachter que el Holocausto es un signo que aclara a los cristianos lo que habían perdido de vista durante siglos: no podemos separar a Israel de Cristo. El Siervo Sufriente de los cantos de Isaías es Israel y también es Cristo. El banquete de boda al que Dios llama a su pueblo es un solo banquete de boda (ver The Hidden Ground of Love, 535). En la misma carta sugiere que el antisemitismo cristiano se convirtió en un problema cuando los cristianos empezaron a pensar en Cristo como Prometeo. Fue entonces, dice, cuando justificaron las guerras y las cruzadas y los pogromos y la bomba y Auschwitz. El Cristo del Juicio Final, de Miguel Ángel, de la Capilla Sixtina es precisamente ese Cristo prometeico. “Está dando latigazos a los pecadores”, escribe Merton, “con sus grandes músculos griegos”.
Continúa: “De acuerdo, si no podemos entrar al banquete de boda (y somos nosotros los que rehusamos) podemos volar la bisagra y decir que es el Juicio Final”. Merton comenta: “Bueno, así es como es el Juicio, y así es como los hombres se juzgan a sí mismos, y así es como los pobres, los desvalidos, los lisiados y los ciegos entran en el Reino: cuando los Prometeos, reventando las puertas, se las abren de par en par” (The Hidden Ground of Love, 536).
Cuando escribe al rabino Schachter en el Adviento de 1961, le habla de la espera judía y la cristiana. “Tenemos que enderezar los caminos para la llegada del Consuelo. Y pienso que el cristiano necesita esperar al Mesías con el anhelo y la angustia de los judíos, no con nuestra actitud de ‘resultado cantado’, de ‘hecho consumado que justifica todos nuestros disparates’” (534). Cada uno por nuestra parte y a nuestra manera, dice, tenemos que prepararnos para el gran banquete escatológico que se celebrará en las montañas de Israel. Además, los cristianos deben aceptar su responsabilidad en el antisemitismo que ha prevalecido en la Iglesia, antisemitismo que tuvo su punto culminante en el Holocausto. En un artículo de 1966 en Commonweal, Merton escribió: “Nacer en 1915, ser contemporáneo de Auschwitz, Hiroshima, Vietnam y los disturbios de Watts, son cosas sobre las que no se me pidió opinión. No obstante, son también acontecimientos en los que, me guste o no, estoy implicado profunda y personalmente” (World of Action, 145/161).
Merton y Pío XII
Si los cristianos han utilizado a veces a Cristo para justificar la guerra y la persecución, también lo han utilizado para proteger el poder institucional. En 1963 Merton escribió un artículo titulado “The Trial of Pius XII” [“El juicio de Pío XII”]. Trataba de la obra teatral de Hochhuth El vicario [The Deputy], aunque es más una reflexión sobre su significado más profundo que una reseña de la misma. El decir algo sobre la obra de
Hochhuth puso a Merton en una posición complicada. Estaba aún bajo la prohibición impuesta por el abad general de los cistercienses de escribir sobre la guerra y la paz. La obra de Hochhuth tocaba esos temas de cerca. Era un claro ataque a Pío XII y, más aún, a la institución del papado. En esa obra se acusaba al papa de sacrificar a todo el pueblo judío para lograr una política de coexistencia con Hitler.
Indudablemente, la obra rebosaba de sectarismo. No se dice nada de la ayuda silenciosa y extraoficial prestada en secreto a miles de judíos por el mismo papa. Por el contrario, Hochhuth retrata a Pío XII como un hipócrita ambicioso y obsesionado por su propio poder. Merton considera la obra un ejemplo de propaganda anticatólica o al menos antipapal. Al mismo tiempo, sin embargo, se niega a rechazarla sin más. Porque piensa que, a pesar de su “vulgar polémica”, El vicario plantea un tema que debe tomarse en serio, aunque la obra rara vez llegue al nivel de ese tema. “Hablando sin rodeos (y Hochhuth habla sin rodeos), la cuestión es esta: cuando la Iglesia se enfrenta a una decisión crítica entre la más básica de todas sus leyes morales, la ley del amor a Dios y al hombre, y las opciones prácticas e inmediatas de la política de dominación, ¿está tan acostumbrada a elegir las segundas que ya no es capaz de ver la primera?” (Literary Essays, 164). Merton creía que El vicario era injusta con Pío XII, y da algunas de las razones por las que el papa no habló abiertamente en contra de Hitler. Pero también sugiere que el papa de Hochhuth no es
una persona, sino una institución, y que es más que la institución del papado.
Representa, dice Merton, “toda paternidad” (165) o, como lo expresaríamos hoy en día, todas las formas paternalistas de ejercer la autoridad. Es el papado como institución de este tipo lo que se somete a juicio en la obra. Merton pregunta: “¿Es una reacción completamente injustificada frente al uso de la ‘imagen papal’ para lograr una obediencia ciega a todo tipo de causas temporales y oportunas que no son divinas en modo alguno, pero que se exponen como si fueran la voluntad de Dios, sin ninguna alternativa, porque se las ha presentado íntimamente asociadas a la imagen mágica? ¿Acaso no es costumbre de algunos que hablan oficialmente en nombre de la Iglesia, e incluso de algunos que no pueden hacerlo, evocar esa imagen para respaldar intereses y ectos que no son, por decirlo suavemente, los de Dios y la Iglesia?”(167).
El Concilio Vaticano II y el documento sobre los judíos
Al año siguiente, tras escribir sobre El vicario, el mismo tema –el ejercicio adecuado del poder eclesiástico– ocupó la atención de Merton en relación con otro asunto que afectaba profundamente a los judíos. El asunto en cuestión era la declaración del Concilio Vaticano II sobre la relación de la Iglesia con los judíos. Una primera exposición fue saludada por los judíos como un paso adelante en las relaciones entre judíos y cristianos. Pero la declaración tuvo un recorrido tortuoso a lo largo del Concilio. Algunos padres conciliares manifestaron una preocupación que era principalmente política: el miedo a ofender a los pueblos árabes de Oriente y empeorar la situación de los árabes cristianos.
Para los judíos surgió como una amenaza la posibilidad de una declaración inaceptable para ellos, que esperaban del Concilio una declaración de arrepentimiento por el antisemitismo de tantos siglos. El rabino Abraham Heschel estaba hondamente preocupado por lo que pudiera salir del Concilio. Visitó a Merton el 13 de julio de 1964 y le expresó su angustia e indignación. Ese mismo día Merton escribió una enérgica carta de apelación al cardenal Bea, en la que le señalaba la pérdida moral que conllevaría una declaración sobre los judíos suavizada.
En el centro del interés de Merton por un cambio drástico en las relaciones entre cristianos y judíos estaba su profunda comprensión del horrible y terrorífico acontecimiento escatológico del Holocausto. Durante la Semana Santa de 1964 escribió en su diario: “¿Puede uno mirar atentamente a Cristo y no ver también Auschwitz?” (Un voto de conversación, 3). [William H. Shannon]
Notas:
1. Ver The Hidden Ground of Love, 308-324 (Fromm); 430-436 (Heschel); 533-541 (Schachter).
2. Working Notebook: Holographic Journal (julio de 1964).
En ese mismo Diccionario hay otras referencias que muestran sin asomo de dudas el aprecio sincero y al interés constante que Thomas Merton tuvo por un acercamiento fraternal al Judaísmo en las entradas CONCILIO VATICANO II; FROMM, ERICH; HESCHEL, ABRAHAM JOSHUA, y HOLOCAUSTO.
La relación de Merton con el Judaísmo ha sido desarrollada además en toda su amplitud en el libro de Beatrice Bruteau, ed. (2003), Judaism: Recognition, Repentence, and Renewal Holiness in Words (Louisville, KY: Fons Vitae).
EXTRAORDINARIO ARTÌCULO DE DE THOMAS MERTON Y SU JUDAISMO.
FELICIDADES.