Esperé por este viaje -toda mi vida-por diferentes situaciones no había podido ir a Eretz Israel. Aunque mi familia ya había ido.
Desde el momento que aterrizamos en Israel, me supe en otro lugar -mi lugar-, me sentí en casa.
A la primera ciudad a la que llegamos fué a Jerusalem, y ahí tuve una de las experiencias más increíbles, sino es que fué LA experiencia:
El estar en Shabat en el Kotel.
Puedo decir sin miramientos que verdaderamente fué una experiencia religiosa.
Al tocar el muro, llevando mis peticiones en la mano. Me sentí conectada con D’s, hice algo que por lo general nunca hago: llorar y lloré de tristeza por el Templo destruido, por todo lo que a nuestro pueblo le ha tocado caminar y sufrir, lo que justo en este mes de Av la cantidad de sucesos terribles que han ocurrido alrededor del tiempo.
Por todas las víctimas de nuestro pueblo que han padecido.
Y por las tristezas propias, las de mi familia, amigos.
Agradecí profundamente ser y estar ahí en ese momento, añorado por tantísimos años.
Al terminar de rezar y poner mis peticiones en algún agujerito que mejor pude.
Observé del lado de los hombres la algarabía de propios y extraños de celebrar ahí el Shabat. Es como dije al principio: estar en casa.
Es un suceso único, de pronto con gente desconocida puedes ver y escuchar los rezos, las canciones y hasta la danza en círculo.
Espiaba por una silla a los hombres y me alegría fué mayor cuando afortunadamente me encontré a mi amiga Marlyne en el Kotel.
Que mejor que ver una cara conocida, nos saludamos con cariño.
Al salir de mi lado me encontré con mi esposo e hijo y mi marido me dice algo que me dio mucha risa: “te picaste”, me dijo.
Sí, me piqué de estar ahí y de pedirle a D’s: Hashem que regresemos pronto al Kotel. Amé Jerusalem y a su gente. Pero lo restante del viaje lo contaré el siguiente miércoles.
Como dicen acá para todo: Shalom!
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