El ladrillo
David iba en su nuevo Jaguar rojo a mucha velocidad, ya que llegaría tarde al trabajo si no lo hacía. Su automóvil era una de sus más preciadas posesiones. Súbitamente, ¡un ladrillo se estrelló en la puerta de atrás! David frenó el carro y se echó en reversa hasta el lugar de donde el ladrillo había salido. Se bajó del carro y vio a un niño en la banqueta. Lo agarró, lo sacudió y le gritó muy enojado: “¿Qué demonios andas haciendo? ¡Te va a costar muy caro lo que hiciste a mi auto! ¿Por qué aventaste el ladrillo?”. El niño, llorando, le contestó: “Lo siento, señor, pero no sabía qué hacer. Mi hermano se cayó de su silla de ruedas y está lastimado, y no puedo levantarlo yo solo. ¡Nadie quería detenerse a ayudarme!”.
David sintió un nudo en la garganta, fue a levantar al joven, lo sentó en su silla de ruedas y lo revisó. Vio que sus raspaduras eran menores y que no estaba en peligro. Mientras el pequeño de siete años empujaba a su hermano en la silla de ruedas hacia su casa, David caminó lentamente hacia su Jaguar, pensando…
Y nunca llevó su auto a reparar. Dejó la puerta como estaba, para hacerle recordar que no debía ir por la vida tan aprisa como para que alguien tuviera que aventarle un ladrillo para llamar su atención.
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Saludos.
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