Muchas diferencias existen entre el anterior máximo líder de la causa palestina, Yasser Arafat, y el actual, el presidente Mahmoud Abbas. Desde algo tan simple como la vestimenta —que sin embargo está cargado de sugerentes connotaciones— hasta la estrategia general para hacer avanzar la causa palestina. Arafat tuvo a lo largo de su vida una trayectoria veleidosa y errática que lo convirtió en una figura poco o nada confiable para grandes sectores de la comunidad internacional. Fue además incapaz de tomar las decisiones políticas que en determinadas coyunturas podían haber impulsado a la causa palestina de manera significativa y no consiguió liberarse nunca de la tentación de regresar una y otra vez a la violencia y el terrorismo como formas privilegiadas de su lucha. Uno de sus más graves errores fue sin duda su decisión de detonar en 2000 la segunda intifada, decisión que destruyó la mayoría de los avances que se habían conseguido en las negociaciones israelí-palestinas durante la década de los noventa.
Mahmoud Abbas sucedió a Arafat a fines de 2004 luego de la muerte de éste. Desde entonces, el sello de su liderazgo ha ido evolucionando en un sentido que lo diferencia cada vez más de su antecesor. Calificado en sus inicios como un personaje que carecía del carisma y la fortaleza necesarios para llenar el puesto, tuvo que remontar rebeliones y rupturas internas —como la protagonizada por las fuerzas del Hamas— lo mismo que críticas severas de su contraparte israelí debido al constante choque de intereses y de perspectivas que caracterizó a su relación. Sin embargo, la personalidad de Abbas fue cobrando poco a poco legitimidad entre la inmensa mayoría de los actores internacionales que se convencieron de que él encarnaba un liderazgo lo suficientemente honesto y coherente como para considerarlo un digno y capaz interlocutor con quien tratar las complejidades de la añeja disputa palestino-israelí.
De hecho, y sin muchos aspavientos, la discreta pero eficaz colaboración entre el gobierno de Abbas, Israel y Washington consiguió en los últimos años transformar radicalmente la atmósfera de Cisjordania, donde no obstante la persistencia de la ocupación israelí, se registró un impresionante avance económico y un notable aumento de la seguridad que incluyó la neutralización de la mayoría del activismo terrorista antiisraelí que en tiempos anteriores había sido la tónica en esa zona. Los éxitos en la gestión de Salam Fayad —primer ministro de Abbas y figura con un alto respeto en los círculos políticos y financieros internacionales—, contribuyeron a fortalecer aún más a Abbas ante su propio pueblo y ante la comunidad internacional.
En ese contexto se da la actual iniciativa de Abbas de presentar la solicitud de reconocimiento al Estado palestino en el Consejo de Seguridad de la ONU la próxima semana. Su prestigio internacional ha crecido sin duda al haber optado por la paciente diplomacia y no por la violencia para romper con el estancamiento del proceso de paz. No obstante la ira del gobierno israelí y la desaprobación de Washington por el paso decidido por Abbas, éste ha sumado más y más simpatías hacia su iniciativa con el tono que ha elegido para presentarla. En su discurso del 16 de septiembre en Ramala, donde se dirigió en árabe a su pueblo, enfatizó que de lo que se trata ahora no es de deslegitimar a Israel al cual se le reconoce plenamente, sino de deslegitimar a la ocupación, e insistió además en que se debe descartar la vía de la violencia, puesto que ésta atentaría contra la ruta diplomática que se ha emprendido.
Ciertamente el resultado final que tendrá la presentación de la solicitud palestina en la ONU en los próximos días es incierto y cargado de riesgos porque incierta es la dinámica que a partir de ella se impondrá. Sin embargo, lo que por lo pronto resulta evidente es la inteligencia con la que Abbas ha ido avanzando en cuanto a la aceptación internacional de su propuesta, y en contraste, el aislamiento y la parálisis que aquejan al gobierno israelí encabezado por Netanyahu, gobierno que enamorado del status quo y temeroso de perder el poder, ha carecido totalmente de iniciativas y propuestas creativas que pudieran conducir las cosas por otros derroteros.
Fuente: Excélsior
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