A Carolina y Christian Rabl, hermanos, a quienes deseamos ahora y siempre la paz y la felicidad.
A Flor Acosta, bondadosa y atenta, con agradecimiento y mucho cariño.
A Juan Carlos Revilla, Osel González y Pilar González Fernández, mis amigos de siempre.
A Mayra Pereira, nuestra amiga peruana, enamorada de Extremadura y orgullosa de sus orígenes judíos.
No habiendo encontrado su gran búsqueda, La Fuente de la Vida Eterna, Yehudá Haleví la imaginó aún más lejana y como le dijeron que se encontraba en el Valle de Ambroz, en la hermosa Sefarad, se puso en camino junto a sus compañeros, a lomos de un enorme toro, embridado con una gran serpiente.
Llegados a Hervás fueron conducidos a la cueva, en el Monte Pinajarro. Cerca de la entrada, vieron a un santón peludo quien, contra las tentaciones de la carne, se golpeaba repetidamente los testículos con dos gruesas piedras, mientras procuraba no pillarse los dedos y al mismo tiempo vociferaba:
– Alá , Señor, ten piedad. Soy un renunciante y sólo aspiro a ser lamido por los perros.
Asqueados por tan atroz e insensata mortificación, siguieron su camino y provistos de antorchas, emprendieron la exploración de la gruta. Los amigos de Yehudá Haleví sintieron pronto su corazón sobrecogido por el fulgor resplandeciente que provenía de las paredes del laberinto y, al darse cuenta de que estaba originado por piedras preciosas, se pararon a recogerlas, llenar sus sacos y así no perderlas. La única salvación fue guiarse por la luz que llegaba del exterior de la cueva. Dieron la vuelta y salieron, pero sin haber encontrado el manantial.
Yehudá Haleví, en cambio, siguió adelante en solitario y pasó de la gruta a un hermoso prado, en el que el agua de una fuente caía sobre una alberca .El agua, de maravillosa transparencia, sonaba, en su caída, como el canto armonioso de un Salmo.
Junto a la fuente, un cántaro de fresca y fina arcilla roja, convidaba a beber. El poeta de Israel lo llenó hasta el borde, y en el momento en que se lo acercaba a los labios, un anciano judío le detuvo, diciéndole:
-. No sigas, Yehudá, no sigas.
¿Por qué? ¿Es que no es esta el agua de nunca morir?
-. La verdad es que si es esta y que vuelve inmortal a quien la bebe, pero créeme, no debes beberla
-.¿Y cuál es la razón?
-. Yo la bebí, poeta, hace muchos años y no he muerto todavía…
-.- Entonces ¿es verdad que quien la bebe tiene la vida eterna?
-. Si es cierto……….. Pero yo bien querría no haberla bebido.
-. ¿Y eso por qué?
-. Porque he visto morir a todos aquellos a quienes yo quería y que me querían; a padres, hermanos, a mujeres e hijos y a los amigos.
Sus muertes me pesan como un fardo y siempre las tengo presentes. ¿Para qué quiero, pues, La Eternidad si ya nadie me quiere, ni tan siquiera me conoce?.
Yehudá Haleví comprendió la tristeza del anciano, agarró el cántaro y lo lanzó muy lejos, pero al volcarse, el agua hizo germinar a una aceituna y de ésta salió un poderoso olivo, que hoy, milenario, aún está en pie, acogiendo a los nietos de los nietos de Yehudá Haleví, quienes asentados bajo las ramas desgreñadas, escuchan sorprendidos una y otra vez , esta misma extraña historia del anciano judío .
5774 de La Creación del Mundo
Traducción del catalán por el Dr. Don Luis Recatero.
Madrid. Biblioteca Nacional.
AnnoTempli DCCCXCVI. Primavera del año de 2014.
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