El manuscrito que unió a judíos y musulmanes, 1a. Parte

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Introducción

Dos familias, dos guerras, dos rescates, un códice. La autora relata en esta síntesis de su libro “Los Guardianes del Libro” -de próxima publicación en español- una historia novelada, pero también realista de solidaridad entre culturas, teniendo como vínculo primario un manuscrito judío sefaradí del siglo XIV; un relato que vale la pena enterarse, ligado a los avatares de la historia de un libro, una familia musulmana y otra judía, en regiones distantes, circunstancias alimentadas por el terror, y una cronología que hace pensar seriamente en el destino. Le invitamos amigo lector a acompañarnos -mes a mes- en un peculiar viaje por España, Francia, Bosnia y Tel-Aviv.

PARTE I

Cuando las potencias del Eje conquistaron y dividieron Yugoslavia en la primavera de 1941, Sarajevo no salió bien librado. La ciudad se vio de pronto absorbida por una Croacia que no era sino una marioneta nazi y con su tolerante y cosmopolita cultura aplastada por el ejército invasor alemán y la fascista Ustacha croata. Ante Pavelic, aliado de Hitler, que había dirigido la Ustacha [organización nacionalista croata] en la década de 1930, proclamó que su nuevo Estado debía quedar “limpio” de judíos y serbios: “No quedará piedra sobre piedra de nada que alguna vez les haya pertenecido”.


El terror se desató el 16 de abril, cuando el ejército alemán entró en Sarajevo y saqueó las ocho sinagogas de la ciudad. El pinkas de Sarajevo, un registro completo de la comunidad judía desde sus inicios, fue confiscado y enviado a Praga y nunca se pudo recuperar. A continuación llegaron las deportaciones. Los judíos, gitanos y serbios de la resistencia recurrieron frenéticamente a sus vecinos musulmanes o croatas para que los escondieran. El miedo a la denuncia se extendió por la ciudad y penetró en todos los lugares de trabajo, incluidos los impresionantes vestíbulos neorrenacentistas del Museo Nacional de Bosnia.

El jefe de la biblioteca del museo, un erudito islámico llamado Dervis Korkut, ya había dejado claros sus sentimientos antifascistas en un artículo que defendía a los judíos de la ciudad. Era un hombre atractivo y elegante, con un bigote cuidadosamente recortado, que vestía trajes de tres piezas bien acompañados por un fez. A principios de 1942, cuando Korkut oyó que un comandante nazi, el general Hans Johann Fortner, se había presentado en el museo para hablar con su director, temió por el más preciado tesoro de la biblioteca del museo, una obra maestra del judaismo medieval conocida como la Hagadá de Sarajevo. Una Hagadá -de la raíz hebrea HGD- relata la historia del éxodo de Egipto, que los judíos tienen la obligación de contar a sus hijos. Se coloca en la mesa durante la cena de la Pascua judía. Las manchas de vino en las páginas dan fe de que este libro, a pesar de su lujoso diseño, se utilizó en dichas fiestas.

Corrían rumores en esa época de un incipiente plan de Hitler para crear un Museo de una Raza Extinta. Las sinagogas y los edificios comunitarios de Josevof, el barrio judío de Praga, se habían salvado de la destrucción para que, cuando se hubiese exterminado a todos los judíos de Europa, se convirtiese en una caricaturesca ciudad que pudiesen visitar los turistas arios. Al final de la guerra, los alemanes se habían hecho con un botín de más de 30.000 objetos judaicos: mantos de seda para la Torá, chales de oración, copas y platos rituales de plata, retratos y objetos domésticos que eran el reflejo de siglos de vida judía. Y había más de 100.000 libros idish y hebreos. Es fácil que la Hagadá de Sarajevo fuese uno de ellos.

Cuando el director del museo, un respetado arqueólogo croata que no hablaba alemán, llamó a Korkut para que hiciese de intérprete, unos minutos antes de reunirse con Fortner, Korkut suplicó que se le permitiese guardar la Hagadá y mantenerla fuera del alcance nazi. El director se mostraba reacio: “Arriesgarás tu vida”. Korkut respondió que, como Kustos (conservador de los 200.000 volúmenes de la biblioteca), era responsable del libro. De manera que los dos hombres se dirigieron a toda prisa al sótano, donde estaba la Hagadá, guardada en una caja fuerte cuya combinación sólo conocía el director. Éste sacó el libro. Korkut se levantó la chaqueta, metió el pequeño códice, que medía unos 15 por 23 centímetros, en la cinturilla de sus pantalones y los dos señores volvieron a subir las escaleras para encontrarse con el general.

El hombre que estaba tan decidido a proteger un libro judío era el vástago más joven de una próspera familia de alims (intelectuales) musulmanes, famosa por haber dado varios jueces de la ley islámica. El hermano de Dervis, Besim, un profesor de árabe, realizó la primera traducción buena del Corán al serbocroata. Dervis, nacido en 1888 en la antigua capital otomana de Bosnia, Travnik, aspiraba a ser médico, pero su padre insistió en que continuara con la tradición familiar de los estudios religiosos. Estudió teología en la Universidad de Estambul e Idiomas de Oriente Próximo en la Sorbona. Hablaba al menos 10 idiomas y durante un tiempo fue el responsable del Ministerio de Asuntos Religiosos del Reino de Yugoslavia y ejerció como cónsul honorario en Francia. Su interés más permanente era el que sentía por la cultura de las comunidades minoritarias de Bosnia, incluidos albanos y judíos.

El apasionado interés de Korkut por la diversidad cultural de Bosnia se ponía de manifiesto en sus estudios del arte y la literatura de la región. De todos los tesoros a su cargo, ninguno encamaba la diversidad o la fragilidad de la armonía intercultural tan profusamente como la Hagadá de Sarajevo. El pequeño códice de pergamino, rico en pan de oro y plata, y abundantemente iluminado con pigmentos preciosos hechos de lapislázuli, azurita y malaquita, había sido creado en España, quizás en una época tan temprana como mediados del siglo XIV, cuando convivían las comunidades judías, cristianas y musulmanas. Las ilustraciones se asemejan a las de los salterios cristianos medievales, pero parte de la decoración de las páginas hace pensar en un estilo ornamental islámico. Hasta que se supo del códice en 1894, entre los historiadores del arte se creía que la pintura figurativa se había suprimido por completo entre los judíos medievales debido al precepto de los Diez Mandamientos (“No te fabricarás ninguna imagen grabada o parecida a ninguna cosa”), una prohibición que se repite en muchas sociedades islámicas y en algunas cristianas.

La supervivencia del libro es sorprendente. En 1492, los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, promulgaron el Decreto de la Alhambra, por el que se expulsaba a todos los judíos de España. Si, como parece probable, el libro abandonó el país en esa época en manos de una familia judía, fue uno de los pocos textos religiosos de sus características que sobrevivieron a la confiscación y la destrucción.

En algún momento del siglo siguiente, la Hagadá recorrió el camino hasta Venecia, donde una comunidad políglota judía prosperaba en una isla diminuta. Los primeros judíos, entre ellos algunos banqueros prestamistas alemanes, habían llegado en 1516. Después vinieron los judíos levantinos, cuyos lazos con Egipto y Siria eran valiosos para el vasto negocio comercial de la ciudad. Los exiliados de la Península Ibérica hicieron que se incrementase la población de forma gradual, y sus viviendas de muchas plantas, pegadas unas a otras, llegaron a ser las más altas de la ciudad. Venecia brindaba a los judíos unos derechos de propiedad y una protección legal que raramente igualaba ningún otro lugar de Europa. Aun así, tenían que llevar un gorro de color que los identificase cuando salían del ghuetto. Se les prohibía ejercer la mayoría de los oficios, incluido el de impresor, y cualquier libro hebreo que no fuese aprobado por un censor eclesiástico de la Inquisición papal se destruía en quemas públicas.

Un sacerdote católico, Giovanni Domenico Vistorini, examinó la Hagadá en 1609. Vistorini no encontró nada que objetar a la Hagadá. Su inscripción latina, Revisto per mi (revisado por mí) discurre con despreocupada fluidez bajo las últimas líneas del texto hebreo. Es un misterio cómo o cuándo el libro abandonó Venecia y llegó a Sarajevo. Fue adquirido por el museo en 1894, cuando una familia judía indigente de apellido Kohen lo puso en venta. Debido a que Bosnia estaba ocupada por Austria-Hungría en aquel entonces, la Hagadá se envió para su evaluación a la capital del imperio, Viena, donde se la acogió como una obra maestra y donde posteriormente un conservador inepto la dañó al cortar las hojas de pergamino y estropear la encuademación. Nadie sabe cómo eran las tapas originales, pero la mayoría de los libros en los que se usan de forma tan generosa el pan de oro y los pigmentos preciosos también tienen cubiertas elaboradas: cabritilla labrada a mano, repujados de plata o incrustaciones de madreperla. El conservador vienés desechó la cubierta que tenía el libro en 1894 y la sustituyó por unas tapas baratas con un inapropiado diseño floral turco.

Continuará..

Geraldine Brooks

Estudió en el Colegio Belen de Sydney, Australia y posteriormente en la Universidad de Sydney, licenciándose en periodismo en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, donde se había trasladado. Trabajó como reportera en varios periódicos, cubriendo eventos internacionales. Con sus artículos y su obra escrita, obtuvo el Premio Pulitzer de 2006.

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