—Papi, no te vemos mucho. Pasas demasiado tiempo de viaje y trabajando; no convivimos contigo —reclamó un niño a su padre.
—¿Saben qué, niños? Este domingo será un “Domingo especial”.
Y así fue. El papá despertó temprano y los recibió con waffles y hot cakes. Después los llevó al parque, donde jugaron con la pelota, corrieron, saltaron y disfrutaron como nunca. Además, ¡los llevó a las maquinitas! ¡Luego a comer pizza! Y para cerrar con broche de oro, fueron a tomar un helado. Al llegar a la heladería, uno de los niños dijo a la señorita:
—Un helado de vainilla con chocolate, por favor.
Y la señorita respondió: —Perdón, pero ya no hay chocolate.
Volteó el niño hacia su padre y le dijo, enojado y con ganas de llorar: —¡Este es el peor día de mi vida!
¿Saben qué sintió el papá? “Todo el día he estado dándote todo, llevándote aquí, trayéndote acá, jugando… ¿y lloras por un helado?”
¡Y esto es lo que muchas veces hacemos con Dios!
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