El mexicano que arriesgó su vida por la de miles en España

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Mónica Castellanos buscaba información sobre la Segunda Guerra Mundial cuando un artículo llamó su atención: a unos metros de las oficinas de las Naciones Unidas en el distrito 22 de Viena, año 2003 —leyó—, se había develado una placa en homenaje a un diplomático mexicano: Gilberto Bosques Saldívar.

Inquieta por su descubrimiento, se empeñó en averiguar más datos sobre la vida de ese hombre. “Durante un par de semanas lo traje en la cabeza y no me dejaba en las noches. Antes de eso, no sabía ni que existía”, cuenta en entrevista para MILENIO.

De esa curiosidad nació Aquellas horas que nos robaron (Grijalbo, 2018), una novela que narra cómo Gilberto Bosques se extralimitó en sus funciones diplomáticas para ayudar a miles de personas, que huían del nazismo y de la Guerra Civil española, a encontrar refugio en México.


De forma paralela, cuenta los aspectos que conformaron su vida íntima y que —considera Mónica Castellanos— “lo prepararon para ese momento de la historia que le iba a tocar vivir”.

Durante varios días, la escritora se entrevistó con Laura Bosques —hija mayor de Gilberto— para conocer el lado humano de su personaje. Luego, se sumergió en el archivo Genaro Estrada, en el Acervo Histórico de la Secretaría de Relaciones para detallar la labor diplomática y su intervención en los conflictos internacionales.

Solemos encumbrar a los personajes históricos, pero ¿encontraste claroscuros en Gilberto Bosques?

Sí, claro, y están también en la novela. El temperamento a veces puede ser virtud o defecto, dependiendo de la óptica con la que se mire. Gilberto Bosques era un ser humano, como cualquiera de nosotros. A mi modo de ver, era un héroe, porque llegó a hacer acciones extraordinarias, muy abnegadas: se puso en riesgo a sí mismo y puso en riesgo a su familia en beneficio de los demás, en una época en la que la mayoría de los diplomáticos tuvo una actitud muy cautelosa. —

¿A qué se debe esa forma de enfrentar la vida?

A la formación que tuvo desde pequeño. Esa impronta que la mamá le dejó, de hacer el bien, de decir las cosas que tienes que decir, de no obrar con el mal. Ella fue una influencia muy fuerte en su educación para la parte humana. Su papá lo fue para la sensibilidad de la sierra, del campesino,de la gente que estaba viviendo en la serranía.

—Las comparaciones con Osckar Schindler, el empresario alemán recordado por salvar a miles de judíos durante el nazismo, son incontables, pero ¿son acertadas?

Son personajes distintos. Oskar Schindler se vale de los judíos en un principio como negocio; en algún momento cambia su conducta y los salva. En el caso de Gilberto Bosques, él era un diplomático que llevaba una consigna y su mayor beneficio fue hacia el exilio español. También a los judíos, pero pudo hacer más por los españoles. No se conformó con la labor diplomática: cuando descubrió las condiciones en los campos de internamiento, habló con Lázaro Cárdenas […] y consiguió sacarlos de ahí para que tuvieran una vida digna. Además de salvarles la vida, de poner todos los medios para ayudarlos, les dio la oportunidad de una nueva vida en México.

—¿Cómo lo recuerda su hija?

Con muchísimo cariño. Laurita se dedicó en cuerpo y alma a su papá. Estuvo a su lado hasta el momento en que murió, a los 103 años. La última entrevista la dio cuando tenía cien y seguía súper lúcido. Tan lúcido, que cuando murió, pidió no ser entubado. Esa es la talla humana de ese hombre.

—¿Gilberto Bosques está injustamente olvidado? ¿Merece un mejor lugar en la historia?

Sí, debería estar en todos los libros de texto. Niños, jóvenes y todos los mexicanos deberían conocer bien la historia de Gilberto Bosques. Deberíamos sentirnos orgullosos de que un mexicano haya hecho todo eso.

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