Con frecuencia las familias hablan de la falta de comunicación que existe dentro del núcleo familiar. Confundimos el no nos comunicamos con no aceptan lo que yo pienso o mi forma de ver la realidad. No es fácil que las personas acepten que cada quien tiene una forma personal de ver el mundo y de allí, que su visión sea diferente a la de otros. Comunicarse no es aceptar siempre lo que el otro dice, sino escuchar lo que el otro tiene para decirnos. Cuando escuchamos sin interpretar al otro, podemos enriquecer nuestra visión del mundo.
Me he topado con personas que defienden sus argumentos como si les fuera en ello la vida, como si su identidad estuviera apoyada en esos conceptos y al abandonarlos sienten que se pueden quedar en el aire. Esta es una de las razones por las que se defienden ciertos conceptos por sobre la relación con las personas. Surge una lucha de voluntades para ver quien es mejor y quien gana la batalla. ¿Cuál batalla?
Se nos olvida que cada uno de nosotros interpreta lo que ve, lo que escucha, desde la propia historia individual, familiar y cultural. Si alguien pregunta: ¿los chilaquiles están picosos? la respuesta es ambigua ya que cada quien tiene su propia medida para catalogar lo que es picoso, muy picoso o nada picoso.
Cada sonido musical que escuchamos tiene un efecto diferente en cada oyente. Incluso voy más allá y puedo asegurar que cuando escucho la sinfonía No. 7 de Beethoven me produce una sensación diferente según el momento y el lugar en que me encuentro. Así, vemos lo diverso que puede ser la apreciación subjetiva.
No es lo mismo escucharla en el radio cuando estoy atorada en el tráfico que en la Gran Sala de Conciertos de Viena donde la sola atmósfera del la sala ya me ha condicionado internamente; entro en un estado de conciencia que me hace vibrar y escuchar en forma diferente. La música puede ser la misma yo la percibo en forma diferente.
Una pintura que vimos hace tiempo nos puede parecer agradable y en un momento en que nuestra sensibilidad está más a flor de piel ese mismo cuadro nos puede hacer llorar de emoción.
Un idioma nos puede llegar al alma o nos puede producir enojo o malestar. No escuchamos las palabras de ese idioma solamente sino que surgen imágenes y recuerdos de allá y entonces. Incluso no es sólo un recuerdo propio sino familiar y cultural. Ese idioma puede estar matizado por nuestros antepasados cercanos, por la religión en la que crecimos, por conceptos ideológicos que nos han estructurado emocionalmente. Al comprender nuestro antagonismo lo podemos resolver. El lenguaje nos produce ciertos efectos no sólo con sus palabras sino con los tonos en que son pronunciadas sin dejar de lado los gestos de nuestro interlocutor.
El idioma idish, el ladino, el árabe, el alemán, o cualquier otro idioma nos remonta también a un espacio interno que el otro con quien estamos platicando no se imagina. En una discusión familiar sucede lo mismo.
Puede producir un efecto diferente el idioma ingles de Inglaterra que el de los Estados Unidos. Esto puede ser agradable o desagradable para el oyente según sus referentes. Quién lo aprendió en una escuela inglesa puede tener recuerdos agradables asociados y ese lenguaje es un regalo para el alma, quien lo pasó muy mal en la misma escuela su recepción de lo que escucha está matizada por sus malas experiencias escolares cuando pequeña.
Rogelio tiene una voz muy fuerte y cuando defiende sus argumentos su esposa no lo está escuchando totalmente sino que ese tono y la forma de querer imponerse la remonta a allá y entonces cuando era pequeña y su padre autoritario la regañaba.
Rogelio no tiene porque adivinar que sus palabras están transportando el pensamiento de su esposa y esto puede ser causa de grandes enojos y desacuerdos. El dice o piensa: “no es para tanto” y ella no puede contener sus recuerdos, incluso no siempre se tiene conciencia de este pasaje sino que surge el afecto que no es actual pero lastima como si estuviera sucediendo en ese momento y le da una validez diferente a un desacuerdo sin importancia.
Mis referentes chocan con la realidad que estoy viviendo; el dilema es como acomodar o desacomodar esos referentes al mundo que estoy viendo. Como puede Eloisa, regresar a su conversación actual con Rogelio y salirse de esa imagen que ha quedado grabado dentro de ella. En aquel entonces ella tenía 5 años y no podía hacer nada con la agresión de su padre, ahora es una mujer mayor que tiene la capacidad de enfrentar el desacuerdo que está surgiendo entre ella y su marido.
Esto puede aclarar toda la serie de discusiones absurdas que surgen en las pláticas cotidianas. La historia de vida que hemos tenido nos condiciona también en nuestra forma de escuchar al otro; nuestras experiencias de vida social y familiar nos hacen ver el mundo de una forma particular. ¡Es de sabios cambiar de opinión!
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