Las ideas que Occidente tiene sobre la pluralidad proceden por partida doble de
Renacimiento italiano y la Enciclopedia que articuló el saber en el Siglo de las
Luces. En el primer caso la traducción en la Florencia medicea de los clásicos y
la incorporación del egipcio Hermes Trismegisto, los oráculos caldeos y parte de
la Kábala hebrea al pensamiento de los hombres de la época como Ficino y Pico; y
en el segundo el simple reconocimiento de la pluralidad de cosas y seres que
pueblan nuestro mundo y a los cuales un orden alfabético no fastidia ni
entorpece su convivencia. Dos pasos cruciales que iban más allá de la teología
católica y su ortodoxia y que, con el tiempo, permitirían a Europa y luego a los
Estados Unidos liderar sociedades cada día más abiertas y generosas. Que eso
llevara, con el tiempo, a guerras terribles, no relaciona la pluralidad con la
intolerancia, antes bien prueba que la intolerancia siempre está agazapada entre
las ramas de la libertad y que la pluralidad es una apuesta difícil pero
imprescindible, ya que responde a la misma realidad de universo, a la par
múltiple y uno.
Viendo la reacción de los diputados del congreso iraní ante la disidencia de sus
opositores, oyendo salir de sus labios la palabra muerte, y sumado a eso
percibir que en el mundo árabe todavía se culpa a los judíos (donde casi no los
hay) de sus males; analizando con atención el odio que flota sobre los
hambrientos y los jóvenes desocupados de Libia, Bahrein y Túnez, nos damos
cuenta de qué lejos está esa cultura de la tolerancia y la aceptación de las
diferencias, qué desperdicio de energía es el que sale de sus bocas y mentes y
qué infantil nos parece desde aquí su rabieta. Tienen razón en protestar y
querer mejoras para su vida, pero levantar un retrato del Che Guevara es ignorar
que ni Cuba, ni la díscola y delirante Corea comunista son las soluciones que
los sacarán del marasmo moral y la miseria. Tienen que ponerse a traducir,
emular a Ficino y apostar por un Renacimiento que sin descuidar sus propias
fuentes vea con buenos, qué digo, buenísimos ojos las ideas ajenas, y
seguidamente volver su atención a lo que representó el espíritu de la
Enciclopedia, que comenzó en Londres pero tuvo su esplendor en el París de
Diderot y Rousseau. O sea que si esperan frutos de su revuelta tienen que saber
que ambos momentos históricos-el italiano y el francés-no fueron producto de
odio y el desprecio sino del amor a lo otro, del respeto a lo diferente. Y,
sobre todo, de un trabajo hercúleo en el que a la clasificación y ordenamiento
del entorno le siguieron un respeto a la razón y a la ley civil.
La masa comienza a ser pueblo cuando la horda primitiva respeta primero a sus
individuos y luego a los que no piensan igual. A la gran nación árabe la
redimirá el conocimiento y la educación, no el odio ni el desprecio. Y mucho
menos el resentimiento, esa pésima emoción a la que parecen haber circunscrito
desde hace años su visión de las cosas. Un antiguo proverbio dice: “Las fuentes
del sentimiento son húmedas, las del resentimiento secas.” Ojalá el desierto no
hable por ellos.
Difusion: www.porisrael.org
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