El oriente medio: Políticas conciliatorias bienintencionadas para enfrentar amenazas revolucionarias islamistas

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Durante medio siglo, la política en Oriente Medio estuvo dominada por regímenes y movimientos nacionalistas árabes, y definida por la lucha por la hegemonía regional. Ahora, el área se ha mudado a una nueva era en la que la característica central es la lucha entre los regímenes nacionalistas árabes y las fuerzas revolucionarias islamistas. Sin embargo, muchos políticos occidentales no han logrado comprender esta transformación. Este artículo aborda la naturaleza del conflicto central, incluyendo la identidad de la parte islámica y el equilibrio de fuerzas.

El problema en la actualidad no es sólo que el Oriente Medio podría ser un punto de partida para un desastre global, y la situación estratégica de Occidente inicie un camino hacia el colapso, sino que los gobiernos occidentales no parecen entender esta situación y están siguiendo políticas erróneas. Hay cinco principales acontecimientos críticos que amenazan la ya frágil estabilidad de la región.

El primero y más básico es el surgimiento de movimientos revolucionarios islámicos en toda la región. Mientras que, en 2000, los islamistas estaban atorados, sin poder tomar el poder en ningún país (con excepción de Afganistán) 20 años después de la revolución iraní, una serie de eventos, percibidos por ellos como victorias les han dado un gran impulso.


Estos incluyen: el éxito electoral de Hamas seguido de la toma de la Franja de Gaza en un “golpe de Estado”; la “victoria de Hezbolá” en la guerra de 2006 con Israel y los logros electorales en el Líbano; el resurgimiento de los talibanes en Afganistán y en incursiones en Pakistán; el proyecto nuclear de Irán, el desarrollo de una insurgencia islámica en Irak, la integración del régimen no islamista sirio en un bloque liderado por los islámicos iraníes; una breve toma de poder en Somalia seguida de una insurgencia en el país; la apertura de una rebelión islámica en Yemen, respaldada por Irán, continuos ataques terroristas internacionales, destacándose el del 11 de septiembre de 2001; el éxito político de un régimen neo-islámico en Turquía, que ha promulgado una política pro-islamista, y un movimiento islamistas creciente entre los inmigrantes en Europa, entre otros acontecimientos.

Igualmente importante en esta mezcla, es la creencia de que Occidente es débil e inseguro en su respuesta a estas situaciones.

La creencia de que el islamismo revolucionario está en marcha trae nuevos reclutas y hace más audaces a los existentes. Sin duda, el acontecimiento más importante en el Oriente Medio sería la posibilidad del islamismo de tomar el poder en otros países. Aunque no es una perspectiva inmediata, los regímenes existentes doblegan ya sus políticas para evitar antagonismos, o para apaciguar a los que podrían ser reclutados por los movimientos revolucionarios islámicos.

Mientras tanto, los países occidentales persisten en actuar como si el único problema fuera Al-Qaeda. Estas potencias, y en especial la administración Obama, no se han dado a la tarea de construir una coalición contra el islam revolucionario, sino que han pasado más tiempo – excepto en relación con Al Qaeda – en tratar de acercarse a las fuerzas islamistas y “probar” su amistad hacia el Islam.

En segundo lugar, las ambiciones nucleares de Irán siguen sin contar con una eficaz oposición internacional. Después de años de negociaciones, llevadas a cabo por Gran Bretaña, Francia y Alemania, el aumento de sanciones que, se suponía, debía imponerse en otoño 2007, no ha sido aplicado en 2010.

Tras casi un año de intentos en lograrse un compromiso con Teherán, el gobierno de Obama ya ha dejado vencerse dos plazos fijados por sí mismo (septiembre y diciembre de 2009) y ha dejado claro que, si hay sanciones, serán diseñadas para evitar daños a la economía de Irán. Mientras tanto, un número de Estados europeos – y, en particular Italia – continúan haciendo grandes negocios con el régimen iraní.

Para Teherán, entonces, la oposición ha sido una broma: sólo refuerza la conclusión de que Occidente – y especialmente los Estados Unidos – es un tigre de papel.

¿Qué sucederá si Irán consigue armas nucleares? El escenario más frecuentemente discutido es un ataque nuclear iraní sobre Israel, una posibilidad que parece reforzada por las declaraciones de los dirigentes iraníes. Ante tal amenaza, Israel puede, en algún momento, atacar a las instalaciones nucleares iraníes, lo que desencadenará una crisis que la pasividad occidental hará mucho más probable.

Sin embargo, no es el único problema que representará Irán, cuando posee misiles de largo alcance y armas nucleares. Otro será cuando países árabes y europeos se mostrarán dispuestos a apaciguar a un Irán nuclear poderoso. Para citar sólo un ejemplo, ningún país árabe actuará para ayudar a un proceso de paz israelo-palestino al cual Irán se oponga. Es probable que aumente el precio del petróleo, debido tanto al temor de la influencia de Irán sobre los precios y el temor de una crisis en el Golfo Pérsico. Por último, y quizás lo más importante, los islamistas revolucionarios (tanto pro-como anti-iraníes) obtendrían decenas de miles de reclutas.

En tercer lugar, y claramente vinculado a los dos puntos anteriores: prosperarán las ambiciones estratégicas de Irán y del bloque que conduce. Irán, Siria, Hezbolá, Hamas, y los insurgentes iraquíes – con apoyo de Turquía – están vinculados en una alianza que busca la hegemonía regional. Los principales frentes de batalla son Iraq, Líbano, y ahora el Yemen.

Mientras que el bloque liderado por Irán es bastante cohesionado, el otro lado está muy dividido. Los regímenes árabes moderados e Israel no pueden cooperar de forma estrecha. Además, el país que podría ofrecerles un liderazgo poderoso, Estados Unidos, no lo hace, debido a las percepciones y políticas de la administración Obama. Algunos elementos de esta alineación potencial – en particular, Qatar, Arabia Saudita y el Líbano – se están moviendo hacia altos niveles de apaciguamiento del enemigo- o hacia la deserción absoluta.

Todo esto está sucediendo en un momento en que los gobernantes de Irán pertenecen a las facciones más radicales del islam. Aunque es cuestionado por una oposición activa, el régimen sigue firmemente en el control del país. Sus percepciones se basan en la creencia de que están siguiendo la voluntad de Dios y que sus rivales extranjeros son débiles, corruptos, y divididos. Se trata de un régimen más propenso a participar en acciones venturosas y a tomar grandes riesgos, con la creencia errónea de que tal vez la victoria está segura. Esta situación, financiada por el terrorismo y la subversión, la confrontación y la guerra, es una receta para la crisis.

En cuarto lugar, surge un fenómeno que pasó prácticamente desapercibido en Occidente: el cambio de Turquía al bloque pro islamista liderado por los iraníes. Si bien la administración de Obama sigue definiendo al régimen turco como el modelo de un musulmán moderado y democrático, el régimen del AKP está transformando gradualmente al país: está cambiando de una sociedad secular a una relativamente islamizada.

Esto no significa que el AKP tendrá éxito en la reconstrucción de Turquía; sin embargo, el gobierno pudo cambiar la política exterior histórica de Turquía. En el pasado, Turquía consideraba a Estados Unidos como su patrocinador – tratando de demostrar que es un miembro leal de Occidente con el fin de facilitar su adhesión en la Unión Europea – y veía a Israel como un aliado contra la amenaza del islamismo, Irán y Siria.

Ahora todo esto se invierte. Irán y Siria son vistas por el régimen como aliados, Hamas y Hezbolá son amigos, e Israel es tratado como enemigo. La única razón por la cual Turquía mantiene buenas relaciones con Estados Unidos es que Washington no ha exigido nada, ni criticado las declaraciones o acciones de Ankara.

En quinto lugar, conectado a todos los puntos anteriores, está la pérdida de credibilidad de Occidente. En un momento en que el principal objetivo de los Estados Unidos y Europa es evitar ofender a los Estados de mayoría árabes o musulmanes, éstos han estado a la defensiva. Mientras que los moderados se desmoralizan, los radicales son alentados por esta percepción de debilidad y de fracaso.

Mientras tanto, la principal prioridad de la política de EE.UU. y Europa ha sido, a menudo, promover un proceso de paz israelo-palestino, que no tiene ninguna oportunidad de éxito, dada la intransigencia de la Autoridad Palestina, así como la debilidad y el miedo de su rival islamista Hamas. Irónicamente, incluso en el caso improbable de un progreso, cualquier perspectiva de compromiso podría inflamar – no diluir – la militancia islamista, que se movilizará en contra de un resultado “traicionero”.

Ésta es una evaluación pesimista, más no precisamente incorrecta. Muchos de estos problemas, o su mayoría, pueden revertirse, dado el poder de Occidente y la amplia gama de seguidores en la región, si tan sólo hubiera una comprensión de estos problemas y la voluntad de enfrentárseles con seriedad y energía.

Tal vez esta incomprensión sea la situación más peligrosa…

*Barry Rubin es director del Global Research in International Affairs (GLORIA) Center y editor del Middle East Review of International Affairs (MERIA) Journal. Sus últimos libros son La Hermandad Musulmana: La Organización y políticas de un movimiento islamista global (Palgrave Macmillan), Líbano: la liberación, Conflicto y Crisis (Palgrave Macmillan), El conflicto y la insurgencia en el Medio Oriente Contemporáneo (Routledge), The Israel Arab Reader (séptima edición) (Viking-Penguin), La edición de bolsillo de la verdad sobre Siria (Palgrave-Macmillan), Una historia cronológica del Terrorismo (Sharpe), y La larga guerra por la libertad: la lucha árabe por la Democracia en el Medio Oriente (Wiley).

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