Somos seres históricos y biográficos, el resultado de un pasado que con el presente nos permite planear nuestro futuro. Esto no es una regla matemática, pero sí una situación general en la vida de las personas. No podemos quedarnos anclados en el pasado, pero si retomar aquello que es parte de nosotros y no queremos ver.
He escuchado frecuentemente la frase: rompí con mi pasado, pero no nos damos cuenta que nuestro pasado no ha roto con nosotros. En la cabeza podemos tener una idea que no concuerda con nuestros sentimientos. Analizar conscientemente nuestro pasado, nos permite despedirnos de aquello que ya no nos sirve y quedarnos con lo que ha sido útil o gratificante. Disfrutar y entender nuestro pasado sin quedarnos anclados en él.
La nostalgia nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida; hemos dejado y nos han dejado. Duele más el ser dejado que el dejar. Los jóvenes nos dejan y se van, suben la cuesta cuando sus padres la van bajando. Los padres también dejaron a los suyos para criar a los hijos. Es la cadena de la vida. Los padres dan y los hijos reciben. Me parece importante aprender a extrañar, añorar sin dejar de construir y alimentar la creatividad en nuestras vidas.
Una persona me comentó: en otros tiempos, había observado las fiestas religiosas y familiares pero ahora me causan tristeza y reviven en mi mente, recuerdos de infancia que son fuentes de dolor, de llanto y añoranza; durante mucho tiempo esto era un asunto que quería evitar en vez de tratar de entender que me pasaba. Dejé de festejar o celebrar esas fechas importantes. Había transgredido mis propios principios y me había entregado por completo al mundo moderno con sus nuevos ídolos y falsas imágenes. El vacío creció.
Queremos escondernos de nuestras emociones, sin darnos cuenta que ese escondrijo hace daño y tiene manifestaciones directas en nuestra mente y nuestro cuerpo. Así, en vez de esconder hay que ver, analizar, valorar. La tradición en la que crecimos es parte nuestra y muchos fragmentos de ella nos han transformado en lo que somos ahora y nos dieron felicidad.
El recordar es la expresión fundamental de la pertenencia del individuo a una cultura y a una historia particular, nos habla de nuestra relación con las generaciones pasadas y nuestra herencia para las venideras. Puede ser algo cálido en nuestro interior que para evitar el dolor, nos negamos a mirar.
Quien no se apropia de su historia personal expresándola, quien no ilumina con un rayo de luz el desván donde malviven los escombros históricos propios rasgando esa oscuridad promueve acciones inciertas y se ve condenado a repetir constantemente aquello de lo que reniega.
El pasado asciende como algo que se puede degustar y al visitarlo, nos sorprendemos con lo logrado.
En los grupos de reflexión me parece importante revisar no solo lo negativo, sino también ver las ganancias obtenidas en la vida. Generalmente me sorprende la tranquilidad y aceptación de algunas personas cuando hablan de cosas fuertes y traumáticas que han vivido con anterioridad, pero que con el tiempo y al hablarlo, perdieron intensidad afectiva. El hablar de nuestros dolores, no necesariamente tiene que ser con lágrimas y sollozos. La intensidad del dolor y la tristeza, se desvanece paulatinamente.
Desde pequeños(as) empezamos a desprendernos de ciertos afectos, ciertas comodidades, ciertas situaciones, ciertos recuerdos. En cada etapa hay que despedirse para volver a encontrar un nuevo camino; puede ser un final, pero también un inicio. Los afectos y amores no son para siempre, son profundos, te alimentan el alma pero no hay garantía de que se van a quedar. Cada vez tengo que despedirme y formar una nueva vereda con amor, nostalgia, tristeza y entereza. No es tan fácil caminar con aquellos que tanto quieres, ya que los caminos de la vida son muchos y sólo transitables para una persona a la vez. Muchas veces hay cariños duraderos pero las distancias los van sazonando en forma especial y de tiempo en tiempo se retoman con júbilo.
Las propias vivencias y experiencias hacen a las personas ser lo que son y esto se manifiesta a través de sus acciones y expresiones en forma recurrente. Un estilo que se reitera y recrea, es la esencia de cada uno. La cual no es una supuesta constitución ya dada sino un construirse y reconstruirse, un ser en devenir. Una persona es él mismo aún siendo diferente, siempre el mismo y siempre diferente. Es uno mismo a través de sus diversificaciones.
¿Cómo aprender a estar? En ese mi espacio interno, que se convierte en luz para guiarme y encaminarme en otra nueva aventura vital. Cada día pierdes un camino y encuentras otro…No desperdicies lo que vislumbras, insiste ya que en eso puede estar un gran confort para seguir adelante. Cada vez estás más seguro(a) de que no todo depende de ti y que hay que planear para equivocarse y volver a planear. La vida no va solamente en una dirección y su complejidad nos confunde, nos entristece y nos alegra.
La vida es un constante desprenderse: los padres, los hermanos y después los hijos y los nietos; amigos(as), lugares y situaciones. Los años corren sin cesar y nos acortan la llegada a la meta final. ¿Cómo y cuando? Nadie lo sabe, pero si hay temor. Este temor nos acompaña durante la vida y crece conforme van avanzando los años.
Nuestro pasado nos ha dado las herramientas para ser lo que somos en este momento de nuestra vida, y eso implica agradecimiento a quienes nos han dado la mano cuando fue necesario.
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