El pequeño Moisés

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Curiosamente, las velas de la janukia empezaron a chisporrotear de manera inusual. La vela del centro, el shames, se consumió rápidamente, arrastrando a las otras que hicieron una curva de fuego sobre el candelabro. Igual que en el principio de los tiempos debieron separarse las aguas, los extremos quedaron iluminados formando una media luna que brilló intensamente anunciando el milagro de Januká, el milagro de la existencia del pueblo de Israel y también el principio de la guerra. Una, no declarada, que tuvo como antecedente la constante explosión de proyectiles lanzados hacia territorio israelí desde bases clandestinas palestinas en la franja de Gaza.

Tal vez durante los ataques de la fuerza aérea israelí, las luminarias encendidas que guiaron a los pilotos hacia su destino fueron como aquellas señales rojas en las casas de los israelitas, tres mil años antes, cuando la Plaga diezmó a los primogénitos en Egipto. Para quienes pudieron escuchar los estruendos de los proyectiles hubo decenas de miles de voces que en cada disparo exclamaban ¡ya basta! La guerra para doblegar el encono y la envidia de los radicales en el poder había dado inicio.

Apenas unas semanas atrás, en Mumbay, una inconmensurable fuerza destructiva desenfundaba sus modernos alfanjes y cimitarras para segar la vida de centenares de personas, entre ellas, la de Rav Gavriel Holzberg y su esposa Rifki, shlijim de Jabad Lubavich en India.


Un grupo de fanáticos, apenas adolescentes, habían irrumpido en las instalaciones de Beit Jabad, uno de sus blancos confirmados, asesinando sin piedad a los presentes, entre otros, el Rav Leibish Teitelbaum, el Rav Benzion Chroman, ambos destacados hassidim; la mexicana Norma Shvarzblat y una mujer oriunda de Givataim, Yocheved Orpaz. Entre los pocos que lograron salir con vida se encuentran el pequeño Moisés de escasos dos años, hijo de Gavi y Rifki Holzberg y su nanny, Sandra Samuel, quien hasta la fecha lo cuida amorosamente en la ciudad de Afula.

Justo cuando se cumplen los shloshim -los 30 días de duelo de la pareja asesinada- Dov Beer, de sólo cuatro años, el otro hijo de Gavi y Rifki, es enterrado cerca de sus padres en el Monte de los Olivos después de una larga enfermedad genética dejando al pequeño Moisés -el pequeño Móishele de Jabad- más solo que nunca.

¿Qué piensa Jabad de todo esto? ¿Cómo le afecta esta enorme pérdida? Rav Yosef Mayslech -Yossi- shelíaj de Jabad en la Ciudad de México me mira desde el otro extremo de su escritorio repleto de papeles. Los recuerdos de la tragedia evidentemente permean durante la conversación. Su rostro sereno pierde la sonrisa que caracteriza a los hassidim, especialmente a los Jabad. No hay mucho hacia donde voltear. El dolor es innegable.

– ¿Me pregunta si valió la pena…?- dice, mientras se acomoda la kipá que parece no querer estarse quieta sobre su cabeza. -Ninguna muerte vale la pena. Cada generación es sometida a diversas pruebas y parece que esta es una de ellas. El mundo está cambiando, física y espiritualmente. Razón y acción están conectadas, pero lo importante es la Emuná, Fé. Hacer las preguntas adecuadas sabiendo que todo lo que sucede es parte de un Plan Mayor.

Sus ojos brillan intensamente mientras sus pensamientos vuelan a la velocidad de la luz.

– ¿Cuando venga Moshíaj? -responde- entonces veremos el beneficio de este sufrimiento. Todo esto va a tener sentido. Pero ahora no es el momento de entender. No todo tiene una respuesta simple…

Ahora hablamos en cuatro idiomas. Un poco de idish, algo de hebreo, la mayor parte en inglés y algunas frases en español.

– Hay un midrash -señala- acerca de Rabi Akiba. Cuando estaba sufriendo a manos de sus carceleros porque le arrancaron la piel, miró hacia arriba y exclamó. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué? Y desde muy alto vino esta respuesta: “Si preguntas una vez más, tendré que destruir el mundo.”

El Rav me mira, se inclina sobre el escritorio. Sus ojos parecen buscar respuestas a todas las preguntas del universo. El legendario mandato del Besht, del Baal Shem Tov, a los hassidim de todo el mundo parece cobrar más fuerza que nunca. Emuná y Alegría, aún en los momentos de mayor dolor.

Din, Juicio, transformado en Rajamim, Misericordia. Apego a la vida. Alegría. Dolor.

¿Qué va a preguntar el pequeño Moisés, el hijo de los Holzberg, cuando llegue Moshíaj?

Hace varios años, Rabbi Jay Litvin, un reconocido escritor, colaborador de Jabad por muchos años quien víctima de cáncer murió apenas en 2004, escribió una pequeña nota que ahora transcribo. Es tan actual ahora como lo fue en su momento.

“Es un día triste. Sharon y yo asistimos a nuestro primer funeral el viernes. Un muchacho de nuestra comunidad fue asesinado dentro del tanque de guerra que explotó. No lo conocíamos. Tampoco a su familia, pero debíamos ir. Quienes lo conocieron estaban desconsolados. El lamento partía nuestros corazones.

Mi esposa comenzó a llorar. Sollozos y gritos surgieron de los distintos grupos de gente. Habló el Comandante de las Fuerzas de Infantería a cargo de la zona de Gaza. Dijo que el muchacho era un Korbán, sacrificio, para que el resto de la población pudiera vivir tranquilamente. Luego dirigió la palabra el Rabino del Ejército, y dijo que cuando un joven de 20 años da su vida por nosotros, debemos preguntarnos si nuestras vidas valen ese sacrificio.

El Rabino comenzó a cantar el tradicional Av HaRajamim. (Padre Misericordioso) Nadie podía contener el llanto. Los soldados lloraban, la madre lloraba a su hijo fallecido. Su padre también. Sus abuelos y amigos lloraban. Sus camaradas lloraban. Seguramente Di-s lloraba también.”

Supongo que “la vida” es como lo que ocurre en el sueño de Yaacov Avinu, ángeles que suben y bajan por una escalera para conectarnos con las esferas superiores. Creo, como dice Rabbi Najman, que si queremos sobreponernos a nuestras desgracias, a la muerte de Gavi y Rifki, y a la soledad de su pequeño hijo, debemos hacer un poco más que sólo mirar. Como lo están haciendo centenares de shlijim en los Beit Jabad en decenas de países alrededor del mundo. Si nos unimos en esa danza, si subimos por esa escalera, física y espiritualmente, tal vez nos encontremos un poco más cerca del cielo y tal vez, al lado del pequeño Moisés, y cuando llegue el momento, podamos enfrentar a Moshíaj y con absoluta Emuná, con Fé, pedirle que lleve nuestros ruegos hasta las alturas.

Juntos, entonces, podremos decir ¡ya basta! como las voces que durante la guerra atronaron el espacio para acabar con ocho años de sufrimiento. Basta de vivir la vida como un flagelo. Basta de sufrirla.

¡Ya basta!

Acerca de Luis Geller

Arquitecto de profesión; diplomado en Estética e Historia del Arte, además en Artes Visuales y Factor Humano, ha dedicado gran parte de su vida a la escritura. Es autor del libros como "México Lindo", "Los Niños de México", "¿Hablan los Ángeles" y "Alberto Misrachi, El Galerista". Ha destacado en el medio teatral no sólo como actor, sino con varias obras propias y originales adaptaciones. Ha escrito más de 650 guiones para el medio audiovisual, cuentos cortos, reportajes y artículos periodísticos.Independiente a sus múltiples actividades mencionadas escribe para la revista "Foro" una columna bajo el título "Historias de Ciudad".

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