“El pianista”: cuando la libertad es lo único que permanece

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Hace veinte años, Polonia volvió a revivir, a través de una pantalla, aquellos tiempos en que su territorio fue invadido y convertido en un escenario del terror, ese en donde abundaba la muerte y la sangre, y sus víctimas y victimarios eran seres humanos; el hombre contra el hombre. El encargado de ese retorno al pasado había sido Roman Polanski, por medio de su película El Pianista. Entonces, los espectadores conocieron la historia de Władysław Szpilman, el pianista judío que sobrevivió al Holocausto. Aquel músico es una muestra de que la libertad es el pilar que permanece en medio de la oscuridad y la adversidad.

Para algunos puede ser contradictorio hablar de libertad en un contexto situado en la Segunda Guerra Mundial. Si entendiéramos esta facultad en sentido externo, bien tendrían la razón, porque físicamente los judíos se encontraban retenidos, gracias a muros o campos de concentración. Lo cierto es que la libertad no solo se limita a esta lectura, pues la moneda siempre tiene dos caras. Entonces, aparece el otro lado: la libertad interna o espiritual, como la llamó Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido. Y es que como él mismo afirmaba, “al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino”.

En El pianista se observa que a Władysław Szpilman le proponen unirse a un grupo de judíos que están siendo reclutados por los nazis para trabajar al servicio de ellos y en contra de su propia gente. El músico decide rechazar esta oferta, a pesar de las condiciones de necesidad en las que se encuentra tanto su familia como él. De esta manera, demuestra que las personas son más que solo su organismo psicofísico, por lo que son capaces de oponerse a él, gracias a que siempre conservan su libertad interior.


Aquello no es solo una excepción a la regla, porque cuando su familia es transportada a los campos de concentración y él logra salvarse, a pesar del llanto y el sufrimiento que le causa ese acontecimiento, decide no paralizar su vida y enfrentar el sufrimiento, preservando su existencia. Entonces, no se queda pensando en el dolor que siente, sino que busca distintas opciones para seguir en pie. Quizás aquello se pudo ver motivado por su sentido de vida, que bien podría ser a lo que quería dedicarse cuando acabara la guerra: tocar el piano. Lo que nos recuerda a El hombre en busca del sentido y ese científico judío que, recluido en un campo de concentración, Frankl ayudó a que no se suicidara, pues le hizo ver que había una obra inconclusa que solo él podría culminar, nadie más. “El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda”.

Entonces, Szpilman opta por buscar ayuda en personas conocidas, aquellas que al parecer lo estiman por la época en que tocaba el piano. Es así como termina viviendo en un edificio habitado por alemanes y que debe abandonar para preservar su vida. Y cuando deja aquel lugar, se dirige a una persona que le indican le puede ayudar. Es así como lo refugian en un apartamento, en donde cada día escasea más la comida. Y frente a aquella situación no hay lamentos, a veces llanto, pero siempre la voluntad de seguir adelante, voluntad acompañada de acciones y por lo tanto elecciones.

Las personas que lo ayudaron también tenían la opción de no hacerlo, pero eligieron apoyarlo, así sea con un techo, un trabajo o algo de comer, aún sabiendo que aquello podría poner en riesgo sus vidas, de ser descubiertos por los soldados nazis. Esto nos remite al capitán Hosenfeld, quien aparece casi al final de El pianista. El hombre nazi, se deja al parecer conmover por el hecho de que Szpilman toca el piano e ignora sus vínculos con el pueblo judío, tanto así que nunca intenta hacerle daño o asesinarlo. Tanto así que incluso le lleva comida y le da un abrigo.

Y entonces, los rusos “liberan” a los polacos y Hosenfeld espera ser ayudado por el pianista, ahora que es un prisionero. Pero Szpilman se entera tarde del destino de aquel conocido y no puede hacer nada al respecto, pero había voluntad de hacerlo. Voluntad de elegir tal vez devolver lo que hizo por él aquel hombre, más allá de lo que haya hecho ese mismo hombre con otros judíos o tal vez hasta con su propia familia. Al final de cuentas, la libertad es algo que se elige y que depende solo de alguien: de nosotros.

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