El poder castrador de las lágrimas

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Casi todo tiene una explicación que suele aclarar lo que a primera vista parece incomprensible o un manoseado cliché.

A partir de ahora, cuando un hombre saque a relucir la tan manida frase de “lo soporto todo menos verla llorar”, ya no hay razones para creer que se trata de una insensible estratagema masculina frente a la tendencia de muchas mujeres a mostrarse emotivas. Resulta ser que un estudio publicado en la revista Science ha comprobado que las lágrimas femeninas afectan el comportamiento del hombre. ¡Y de qué manera! En el Instituto Weizmann de Ciencia, en Israel, a una serie de varones se le colocó bajo la nariz un parche con lágrimas de mujer y el efecto fue inmediato: tras olerlas, éstos eran proclives a considerar menos atractivo el sexo opuesto como consecuencia de la disminución de la libido que provocan en los machos el olor de esta particular llorera. Aún más fascinante: después de inhalar la esencia de aquellas lágrimas, al ver una película sentimental los hombres que se sometieron a la prueba mostraron niveles más bajos de testosterona.

Cada vez hay más indicios de que muchos de nuestros sentimientos y actuaciones derivan de los estragos químicos que se cocinan en nuestro cerebro y mandan órdenes al sistema nervioso. De acuerdo a este estudio, no es un capricho de los hombres su resistencia proverbial al lagrimeo mujeril. Hasta ahora, de manera inconsciente han huido de escenas que desembocan en situaciones de alto voltaje emocional porque, como Superman con la kriptonita, el llantén los despoja de su naturaleza viril.


¿Cuántas veces hemos escuchado a un señor decir que no le gustan las películas con dramones sentimentales? Antes de ir al cine para echarse a sollozar con El paciente inglés o Tal cómo éramos, la mayoría testiculada insistiría en ver un filme de acción. Un western. Una de la guerra o un thriller policíaco. Nunca, hasta el día de hoy con este hallazgo científico, alcancé a comprender la indiferencia de quienes no acababan en un mar de lágrimas, conmovidos por el amour fou de los divinos Kristin Scott Thomas y Ralph Fiennes en pleno desierto sahariano. O con un nudo en la garganta porque la historia de amor entre los incompatibles Barbra Streissand y Robert Redford estaba condenada a la ruptura. Ahora lo comprendo. Los lagrimones que corren por las mejillas de las mujeres secretamente minan el deseo sexual del hombre hasta convertirlo en un espejo del alma femenina.

Hasta la saciedad se les ha dicho a los varones que no lloren como mujercitas, y una siempre se lo ha achacado a la pulsión machista de nuestra cultura, desconfiada de cualquier gesto amanerado en el niño. Bien, esta reveladora investigación parece esclarecer el origen de tanto reparo contra las lágrimas de una mujer. Como los efectos de los rayos gamma sobre las margaritas, el llanto femenino destila una suerte de anestesia que apacigua a los caballeros hasta transformarlos en fans de Corín Tellado. Huérfanos de la agresiva y siempre hambrienta testosterona.

Hay mucho de verdad, pues, cuando el hombre, frente a una dama lacrimosa, afirma resignado, “no la puedo ver llorar porque me desarma”. Creíamos que se decía en un sentido figurado, pero lo cierto es que la expresión define un hecho real y tangible: por cada lágrima derramada, el macho siente languidecer su sexualidad como un soñoliento gato castrado.

Ahora sabemos que las lágrimas femeninas son un arma poderosa cuyo gatillo debilita al otro. Basta con echarse a llorar para dejar impotente al macho más macho. Así de simple.

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