El poder y la locura

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Con motivo a la conmemoración de la Noche de los Cristales Rotos (Kristallncht), con la serie de ataques dirigidos por el partido Nazi contra la comunidad judía en Alemania, la noche del 9 y 10 de noviembre de 1936, es importante hacer una reflexión sobre el poder y la locura. Un hombre como Hitler y su ambición de mando fue lo que produjo la Segunda Guerra Mundial y fue el responsable del Holocausto.

Más allá del marketing político, hoy la psicología política y la reflexión filosófica imponen su acento en el estudio de los liderazgos en su racionalidad y en su emotividad, exigiendo transparencia en la capacidad de los mismos y en la frontera entre la salud mental y física para el ejercicio del poder.
La psicología política es contraria al marketing, que consiste en la manipulación de la imagen y se orienta más al trabajo sobre realidades y a conocer la sombra en términos jungianos, es el lado temido y oculto de la personalidad del líder.
Hoy los gobiernos y las instituciones tienen especialistas en los estudios de los perfiles políticos con la observación y el estudio permanente de los líderes, descifran y analizan sus discursos, observan sus gestos, escudriñan en las informaciones más importantes de su vida, personal y social, están atentos a su salud y a sus comportamientos y patologías psicológicas, recurren a sus amigos y colaboradores.
Repetía François Mitterrand que, “el poder es una droga que termina volviendo loco a quien lo prueba”. Una inclinación narcisista, vinculada a la gloria, con la predisposición a transmitir su mejor imagen, ocultando deficiencias, con un discurso seductor y una tentación a la exaltación, una permanente vinculación e identificación del Estado y la persona donde los intereses y los proyectos son los mismos, desprecio a la crítica, omnipotencia, irreflexión e imposibilidad, justificación moral de sus actos, son cualidades o actitudes que puede generar el poder. Estas características las pudimos observar en esa cercanía que da la diplomacia en su más alto rango, ante algunos jefes de Estado, tales como Gadafi y Saddam Hussein.
Hoy esta nueva disciplina permite acercarse a la locura y al poder: la psicología política, se centra en los líderes más allá de la percepción de los medios de comunicación, pues la imagen de un candidato más que su personalidad, juega un rol fundamental. Los electores votan por la percepción de estas personalidades más que por sus proyectos, más con la emoción y menos con la razón.
En los países con menor cultura política, como ha sido el caso de África, y en algunos países de América Latina, el populismo facilita las historias de líderes con cierto toque de locura y ofertas desmesuradas dejando de lado políticas racionales que se adecuen a las reales necesidades de la población. Dos libros son fundamentales en el estudio de la irracionalidad de quienes se han creído lideres mesiánicos y así fue el caso de Adolfo Hitler para quien la historia terminaba y comenzaba con él. Afirma Pascal De Sutter, en su libro “Estos locos que nos gobiernan”, que no se perdona al líder o jefe político mostrar debilidades, especialmente cuando su personalidad ha sido fuerte, quebrarse física o mentalmente es terrible, es lo que llaman los ingleses el burn-out (quemarse). El burn-out, le está vedado al líder, aunque continúe la función con el peligro que impone el nivel de estrés.
La debilidad y la enfermedad pueden generar compasión, pero a largo plazo genera rechazo. Fue el caso en Venezuela de Diógenes Escalante que por un instante de locura no pudo llegar a la presidencia en 1945, así como el del presidente francés Paul Deschanel que se vio obligado a renunciar en 1920 por sus desequilibrios mentales. El político no puede manifestar que no puede controlar su vida. El autor nos sigue explicando, al referirse al dolor y a las enfermedades de los políticos que, como todo ser humano están sujetos al dolor físico, pero sus responsabilidades no les permiten el descanso necesario o la calma para su restablecimiento tanto físico como psicológico. Cita igualmente el autor los casos de Pompidou, Mitterrand, Juan Pablo II, Deng Xiaoping, Boumediene, Golda Meyer y tantos otros como Kennedy y Jrushchov que sufrieron un real martirio mientras ejercían las más altas funciones del poder. Se pregunta si acaso esos dolores crónicos no afectaron sus funciones mentales o al menos la agudeza de su juicio especialmente cuando tomaron grandes decisiones comprometiendo a su Estado y a su pueblo. Ellos sufrían en silencio y ocultaban su tragedia para mantenerse en el néctar del poder y no decepcionar a sus seguidores o incluso, para no dejar de revisar el proyecto que encarnaban y su posible vialidad una vez que su presencia física pasara a las páginas del pasado.
Otro importante libro, traducido al castellano “El poder, los hombres y las enfermedades” (Les malades qui nous guverment) de P. Accose y P. Rentchink, publicado en París en 1996, presentan la propuesta a los ciudadanos de esos mandatarios enfermos, de exigirles bajo el derecho que tienen de ser informados, sobre el estado real y transparente de las condiciones y salud de las personas a quienes eligieron.

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